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Robert Stone: <i>Dog Soldiers</i> (Libros del Silencio, 2010)

Robert Stone: Dog Soldiers (Libros del Silencio, 2010)

    TÍTULO
Dog Soldiers

    AUTOR
Robert Stone

    EDITORIAL
Libros del Silencio

    PROLOGO
Rodrigo Fresán

    TRADUCCCION
Traducción de Mariano Antolín Rato e Inga Pellisa

    OTROS DATOS
Barcelona, 2010. 432 páginas. 22 €




Reseñas de libros/Ficción
Robert Stone: Dog Soldiers (Libros del Silencio, 2010)
Por Alejandro Lillo, martes, 1 de febrero de 2011
Dog Soldiers es una novela enérgica y trepidante que se lee en un suspiro. Repleta de diálogos dinámicos y con una prosa clara y directa, Robert Stone recrea con acierto el angustioso ambiente que se respiraba en los Estados Unidos durante uno de los períodos más turbulentos de su historia: los años de la Guerra de Vietnam. Escrita en 1973, muchas de las escenas de Dog Soldiers parecen sacadas de Pulp Fiction o Reservoir Dogs, solo que la novela de Robert Stone fue primero.
Saigón, principios de la década de 1970. Un señor con un gran maletín se sienta en un banco. El calor es sofocante, y es el único lugar de la zona que está a la sombra. A su lado, una mujer le dirige por saludo una sonrisa cansada. El hombre, que tiene un poco de fiebre y parece algo nervioso, se llama John Converse y es un periodista de segunda fila que ha ido a Vietnam a documentarse para su próxima novela, o quizá una obra de teatro. A punto de regresar a los Estados Unidos con su esposa y su hija, ha decidido enviar por delante tres kilos de heroína, la más pura que ha probado en su vida. Ahí, en ese maletín que sujeta con fuerza, es donde va a guardar la droga. Espera en el banco a que sea la hora para ir a recogerla. La mujer es una compatriota de mediana edad a la que el protagonista nunca más volverá a ver. Mantienen una conversación que termina derivando hacia el Apocalipsis, hacia la inminencia de su llegada. Ella es una misionera viuda que lleva varias décadas en el país y que ha perdido recientemente a su marido. Conforme avanza la charla, Converse reconoce a aquella mujer y a su marido. El narrador de Dog Soldiers no ahorra detalles para transmitirnos lo que significa Vietnam, el horror y el infierno de aquella guerra:

“Converse recordó una historia que le habían contado sobre la provincia de Ngoc Linh. Una noche entraron en una choza de las montañas, se llevaron a un misionero y lo ataron dentro de un refugio. Sujetaron a su cabeza una jaula con una rata encerrada. Cuando a la rata le entró hambre, empezó a roer abriéndose paso hasta el cerebro del misionero”.

El encargado de transportar la heroína es un ex marine llamado Hicks, viejo amigo de Converse. Una vez en Estados Unidos, Hicks deberá ponerse en contacto con Marge, la mujer del periodista, darle el maletín con la droga y coger su parte. Sin embargo, las cosas no van a salir como estaban previstas. Lo cierto es que hay mucha gente interesada en esa droga, y tanto Marge como su marido son unos principiantes, unos advenedizos en esto del tráfico de estupefacientes. Es en una conversación con una amiga cuando Converse comienza a darse cuenta del lío que ha generado y explica las razones que le han llevado a hacerlo:

-Nunca deberías haberte metido en esto, amigo. ¿Por qué lo hiciste?
-A falta de otra cosa
(…)
-Fue sólo por hacer algo –explicó Converse (…)
Se inclinó hacia delante y dio otra calada al canuto.
-Me hago cargo. Y, chico, ésa no es manera de hacer las cosas.
June recuperó el canuto con delicadeza.
-Para hacer un pase… de jaco, claro, tienes que estar dispuesto a joder a la gente. Tiene como que gustarte. Si alguien quiere darte por culo, tú pasas por encima de él. -Puso los pies en el suelo y se apoyó en el brazo como si de pronto algo la hubiese puesto triste-. Owen solía decir que, si no has arriesgado alguna vez tu vida por algo que quieres, no sabes de qué va la vida.
-Supongo que eso era lo que yo andaba buscando.
-Bueno, pues espero que lo estés disfrutando.


En esta escena se aprecia cómo el personaje de Converse, uno de los tres protagonistas de la novela junto con su esposa Marge y el ex marine Hicks, tiene algo o mucho de patético, pues las razones para meterse en semejante lío, de correr tantísimos riesgos, son absurdas y disparatadas y no soportan un análisis racional. Converse es un tipo más bien lánguido y mediocre que no espera grandes cosas de la vida y que se aventura a traficar con droga porque todo el mundo en Vietnam lo hace. Se siente aterrado y sabe que se está asomando al abismo, pero no renuncia a mercadear con heroína, como tampoco renunciará a ella cuando todo se complique a su regreso a California. Su comportamiento y su actitud, por supuesto, resulta en todo momento creíble y está bien estudiada, pues lo que Robert Stone pretende mostrar es que el verdadero infierno, la verdadera pesadilla, no está en Vietnam, sino en casa, en los Estados Unidos de América, la tierra de la libertad y las oportunidades.

Así, la novela de Stone, en cuanto su trama se traslada a Norteamérica, se convierte en una gran persecución por California. O mejor, en Dog Soldiers lo que se narra es una huida, una larga huida hacia el corazón de las tinieblas, no en vano de esa obra de Conrad es la cita con la que da comienzo el libro. Solo que el escenario de esa huida, de ese descenso a los abismos, no se sitúa en un sinuoso río africano; ni siquiera en el propio Vietnam, lugar de resonancias clara y efectivamente apocalípticas y donde da comienzo la obra, sino en los propios Estados Unidos de América. Y ese viaje al corazón de la noche americana, a la podredumbre de una sociedad emponzoñada, aparece sublimado en un gran maletín lleno de droga.

La droga en Dog Soldiers tiene una importancia capital. En primer lugar por su sentido metafórico, por la ascendencia que en esa sociedad de principios de los setenta tienen los narcóticos y lo que esa necesidad pone en evidencia; porque personajes como Marge y en menor medida el antiguo marine Hicks la emplean para evadirse de una realidad que les supera, a la que no pueden hacer frente y que se ven incapaces a asumir. En segundo lugar la droga tiene un innegable protagonismo en la articulación de la trama, pues todo gira en torno a ella, las motivaciones de los protagonistas bailan al son de los vaivenes del pesado maletín. Además, todos los personajes de la novela son adictos a algún tipo de sustancia estupefaciente, y abundan las escenas en las que se esnifa o directamente se inyecta la heroína. Pero en realidad todo eso, siendo importante, es secundario: la droga en Dog Soldiers es fundamental porque permite generar en el lector la misma sensación de desorientación que experimentan los personajes y que, ampliando el círculo, viene a representar el desconcierto no de una, sino de varias generaciones de ciudadanos estadounidenses. Ahí radica, a mi modo de ver y más allá de la calidad de los diálogos y de cierto monólogo impresionante hacia el final del libro, la maestría de Stone, en captar ese trastorno en la mentalidad norteamericana que aún hoy en día sigue sin estar resuelto. Vietnam vendría a ser el catalizador de esa fractura, el crisol en el que volcar todo ese malestar, la gota que colma el vaso.

Los personajes de Dog Soldiers, en la medida en que son tipos corrientes, representan la pérdida de rumbo y de perspectiva de una sociedad cuyo detonante ha sido la guerra de Vietnam, pero cuyo mal viene de lejos. Quizá, paradójicamente, desde el momento en el que el ejército estadounidense arrojó la bomba atómica sobre Hiroshima para luego, pocos días después, lanzar una segunda en Nagasaki. Durante esos días de 1945 algo se fracturó en la conciencia americana. Algo que ni la novela de Robert Stone trata ni yo voy a desarrollar aquí. Dog Soldiers lo único que hace es constatar esa realidad, esa mutación, ese desconcierto. La transformación de la sociedad americana se hace más o menos explícita cuando Converse acude a visitar a su madre, internada en una residencia:

Pasaron varios instantes antes de que alzara la vista hacia él y le dedicara una sonrisa tan triste como la suya.
-¿Eres tú? –preguntó su madre. No era una pregunta retórica.
-Claro –le respondió Converse -. Naturalmente que soy yo.
Se agachó para besarla en la mejilla, La carne que tocaron sus labios estaba hinchada y llena de cardenales casi negros de tanto pellizcarse. Olía a muerte.
-No eres tú –afirmó ella con un extraño convencimiento.
(…)
-Sí, soy yo –insistió él -. Soy yo. John.
Ella lo miró con fijeza (…) La ayudó a levantarse y salieron lentamente del vestíbulo ante la atenta mirada del encargado.
-Pero estás en Vietnam –dijo su madre cuando salieron a la calle.
-Yo no. He vuelto.


Rodrigo Fresán, en el prólogo a la presente edición de Dog Soldiers expresa con notable acierto: “una vez que se ha estado en Saigón, uno seguirá en Saigón por siempre (…) Así, Vietnam como un adictivo virus de alto contagio que –como la malaria- va y vuelve y te acompañará toda la vida”. Como la heroína en la novela, Vietnam lo va impregnando todo, igual que una enorme mancha de petróleo en el océano contamina despacio pero decididamente todos y cada uno de los ecosistemas marinos. Nada escapa a su pringue, nada vuelve a ser igual. Ni siquiera en los Estados Unidos los mayores reconocen a sus hijos. Esa es la gran ruptura que se materializa en Vietnam.

El discurso de la victoria, esa narración autocomplaciente que ve la historia de Norteamérica como el paradigma del progreso ininterrumpido, como la tierra de la libertad que siempre defiende la causa justa, se hace añicos con Vietnam. Robert Stone, aplicado y solícito, los recoge y nos los muestra a través de una historia de perdedores inmisericorde.
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