Hay una gigantesca industria editorial en la que prima el
interés más inmediato. Por ello, las prisas hacen que muchos de estos volúmenes
se publiquen con poco rigor, con dejadez: el tema por sí mismo atrae. Ésa es la
razón por la que numerosos lectores antojadizos y ávidos toleran cualquier cosa
con tal de conocer los entresijos de sus
celebrities, pongamos por caso.
La serie de televisión
Mad Men ha tenido un gran éxito de crítica: ha
congregado a expertos admirados ante la autenticidad y la precisión de su relato
y de su puesta en escena. Se ha convertido en un producto de gran impacto
visual. En Estados Unidos ha llegado a reunir a más de dos millones de
espectadores… Aunque esas audiencias no son espectaculares, su influencia es
indudable.
Es ya
una serie de culto: para
connaisseurs, para esos
happy
few que se saben miembros de una cofradía de adeptos. Lo mismo podría
decirse del público español y, por lo que sabemos, de los espectadores de otros
países.
¿Cuál es la razón? No hay una única razón para explicar su
éxito. En realidad, son múltiples los factores que lo respaldan. Pero uno es,
sin duda, la fascinación y la extrañeza que provocan esos años sesenta, una era
cercana y distante. Es el medio siglo: son cincuenta años reales los que nos
separan. Podemos contemplar ese pasado como algo lejano y como algo próximo.
Vemos algunas cosas que son iguales a las que ahora hacemos o tenemos. Y vemos
otras que nos resultan raras, extravagantes, remotísimas. Una buena dirección
artística y una buena recreación de espacios, modas, objetos, pensamientos y
actos nos persuaden, nos hacen rendirnos a lo que estamos contemplando. Y,
además, por poca experiencia o saber que tengamos, reconoceremos el cuidadoso
decorado: o la peluquería o la moda. El cine y la propia televisión nos han
habituado, efecto que se refuerza con referencias constantes, con alusiones que
los televidentes pueden detectar. Así, hay guiños para distintas generaciones y
para diferentes espectadores, objetos y personas que son iconos de la cultura y
del consumo de masas: Lucky Strike, Volkswagen, IBM, Xerox, Playtex, Kodak, John
F. Kennedy, Richard Nixon, Matin Luther King, Betty Friedan.
Los públicos
que frisan la cincuentena (o que la sobrepasan) fueron niños en aquel tiempo,
hecho que motiva fácilmente su atención. Por su parte, no es difícil despertar
el interés de los televidentes más jóvenes, aquellos que no vivieron en dicha
década: los personajes de
Mad Men trabajan, visten y actúan de un modo
muy semejante al actual, con unas indumentarias que regresan como
vintage; pero tienen costumbres y hacen cosas que hoy nos chocan, que nos
pasman, vaya: tanto a quienes éramos muy pequeñitos entonces como a quienes aún
no habían nacido. Tienen un estilo de vida que, de un lado, nos atrae y, de
otro, nos repele: en Nueva York, a comienzos de los sesenta, viven con lujos
ostensibles –como diría Thorstein Veblen en su
Teoría de la clase
ociosa-- rodeados de una prosperidad material que es el esbozo o el embrión
o el calco de la nuestra.