Opinión/Editorial
La balcanización como modelo
Por ojosdepapel, jueves, 1 de junio de 2006
Después de que la izquierda moderada española rechazara por exageradas y fuera de lugar las denuncias de unos cuantos políticos y analistas sobre el peligro de balcanización de España, hete aquí que significados grupos y publicistas nacionalistas vascos, catalanes y gallegos se han apresurado a celebrar la victoria de los secesionistas en el referéndum de autodeterminación de Montenegro que tuvo lugar el pasado 20 de mayo. Es, en su opinión, la demostración de que en Europa se permite una práctica que ambicionan para los territorios que reclaman como propios.
La distorsión de hechos y conceptos es un componente tradicional en estas mentes obsesiva y compulsivamente unidireccionales. Es sabido que, a los efectos del referéndum de autodeterminación de Montenegro, Europa no es sinónimo de Unión Europea, pero aquí a la desfachatez se suma la inmoralidad. Quienes brindan por ese proceso exitoso de separación entre Serbia y Montenegro omiten deliberadamente el contexto, las causas atroces que han desembocado en esta salida. Hay que ser un necio o un infame, quizá ambas cosas a la vez, para manifestar envidia por algo que ha tenido una génesis tan espantosa y sanguinaria. No hace falta recordar cómo se produjo la descomposición de la antigua Yugoslavia, el enorme coste en vidas humanas, desplazamientos masivos de población y daños materiales, los efectos de la limpieza étnica y las profundas heridas que ha dejado la historia de la descomposición en las poblaciones.
Es cierto que Serbia y sus líderes, principalmente el ya fallecido Slobodan Milosevic, tienen la mayor responsabilidad en los terribles sucesos que se desarrollaron desde 1991 (Croacia) y 1992 (Bosnia-Herzegovina), pero no es menos evidente que en La Haya no sólo son juzgados los criminales de guerra serbios. También los hay croatas. Al líder de estos, Franjo Tudjman, le salvó la muerte (1999) de acabar viajando gratis para comparecer ante la fiscal Carla da Ponte. Tampoco hay que olvidar que han sido expulsados de sus casas y han muerto muchos serbios en las matanzas indiscriminadas contra población civil en Kosovo y zonas determinadas de Bosnia-Herzegovina. Por último, fueron los montenegrino, en la etapa en que Milosevic hegemonizaba de forma pírrica la política balcánica, quienes participaron con fruición en el bombardeo y asedio de Dubrovnic y en las masacres de Krajna.
Volviendo al presente, cabe destacar la mala fe en la actuación del mayor adalid de la causa independentista, que sacó temerariamente su gente a la calle para celebrar e imponer la victoria antes de que el recuento de votos fuera definitivo, provocando una situación que pudo derivar en hechos sangrientos, el líder montenegrino Milo Djukanovic, que, como tantos, perteneció a la casta de dirigentes comunistas que recibieron la herencia de Tito. De hecho, Djukanovic, un discípulo y fiel sirviente político de Milosevic, fue quien representó los intereses de Belgrado, como primer ministro de Montenegro, en la manipulación del referéndum de 1992, cuando los montenegrinos “decidieron” mantener la unión con Serbia. En paralelo a lo que ocurrió en todos los países comunistas, por la propia naturaleza del régimen, en razón de su organización institucional jerárquica, de la burocratización y de la vertiente ferozmente represiva, no había delincuencia organizada campando en la calle porque en realidad eran los capos quienes dirigían los gobiernos y formaban parte de la estructura militar, policial y política de los regímenes, como se viene constatando al verificar la composición de la mafias procedentes del Este de Europa y la cleptocracia que ha usurpado la propiedad de muchas de las empresas privatizadas en esos países. No es extraño, pues, que Milo Djukanovic haya estado mezclado en un caso de contrabando ni que en su nuevo país, como en el resto de los del área, las mafias, el contrabando, el tráfico de drogas y de inmigrantes formen parte del paisaje. No es extraño, por lo tanto, que facinerosos de la catadura de Arnaldo Otegui o Josu Ternera estén relamiéndose con la fórmula balcánica.
Para quines puedan pensar que con Montenegro acaba el penúltimo capítulo, Kosovo sería la culminación, y no es una cuestión de poco calado cuando las fuerzas internacionales están protegiendo la vida de los serbios que viven allí desde hace generaciones, conviene recordar algunos datos. La fórmula aceptada por la UE para Montenegro puede ser ahora reclamada por los serbios (la oficiosa República Sparska) y los croatas de Bosnia que desean fervorosamente unirse a sus “etnias” correspondientes en los Estados de los que son titulares, Serbia y Croacia. ¿Bajo qué precepto se les puede impedir practicar el mismo método de decisión que se ha llevado a cabo en Montenegro? ¿Se autorizará el uso de la fuerza? Pero hay más, en las zonas montenegrinas colindantes con Serbia, Bosnia y Albania existen numerosos núcleos y comarcas donde las minorías, serbios (que llegan al 30 por ciento del total de la población), bosnios (9 por ciento) y albaneses (7 por ciento), podrían buscarse un pasado a medida, el medioevo proporciona un surtido inagotable, alguna bandera o pendón con su correspondiente águila tricéfala o cuadricéfala, el número de cabezas parece tener suma importancia, un hecho histórico relevante y algún caudillo, empalador o no, que sea el referente humano de un orgullo ancestral que deba ser restaurado. También vale cualquier variedad dialectal, la gastronomía diferencial, por indigesta que sea, o la forma de ver la vida y el mundo, como le gusta decir de Cataluña a Maragall. De este modo, ya está elaborado y servido el pisto para empezar de nuevo la vorágine.
Las circunstancias actuales en las que se encuentra Serbia han impedido una reacción violenta. Pronto llegará la problemática cuestión de Kosovo, sobre la que los serbios anuncian que no cederán. Están las ya referidas aspiraciones secesionistas, por poner algunos ejemplos, en Bosnia-Herzegovina y de la provincia de Voivodina en Serbia. Y todo esto en el marco de una Unión Europea debilitada, remisa a la ampliación, con escasa voluntad por parte de los países de referencia por resolver otros problemas que no sean los domésticos. Si Serbia padece otra humillación, como es previsible en le resolución de la cuestión kosovar, la mecha, sea cual sea su longitud, volverá a encenderse. En esas circunstancias, la autodeterminación de Montenegro sólo será un episodio más, en ningún caso una solución. Ni el pasado que ha llevado a esta situación ni el futuro incierto que se vislumbra puede provocar la envidia en nadie sensato.
La revalorización de la identidad colectiva (cultural –historia, lengua, tradiciones, derecho, gastronomía...-, religiosa, geográfica, étnica, etc.), aunque se disfrace con ropajes cívicos, como factor determinante de la política, de la reclamación y formación de nuevos estados, resulta un fenómeno descorazonador que hay que combatir con todo empeño por su extrema peligrosidad. No está fuera de lugar subrayar el paralelo de esta hipervaloración de la identidad colectiva con el énfasis que adquirió la raza, junto con el ascendiente de la aplicación del darwinismo entre los pueblos, elementos nacidos a finales del siglo XIX, como concepto crecientemente dominante en los discursos públicos en los años 20 y 30 del siglo XX, fenómeno que culminó con la orgía de destrucción humana y material de la Segunda Guerra Mundial, perfectamente sintetizados a escala moral en el Holocuasto y el Gulag soviético. El ejercicio de la autodeterminación no es un derecho de aplicación universal, como reconocen las Naciones Unidas. Y más en Europa, donde sólo es una pretensión política que, según los casos, puede ser aceptable por la fuerza de las circunstancias (Balcanes), no por inherentes virtudes taumatúrgicas, o inaceptable (Unión Europea). Lo que es irrenunciable y esencial es la defensa de la libertad y la democracia, pues en estos términos de verdad sí se trata de derechos y de garantías para evitar la opresión de los individuos.