En efecto, ha sido una de esas oportunas coincidencias que se dan de vez en
cuando entre el ritmo de los acontecimientos en el mundo real y el ritmo de la
imprenta en el mundo editorial, lo que ha hecho coincidir la consolidación de la
Gripe A como una epidemia de alcance planetario y la aparición de esta
Historia mundial de los desastres escrita por John Whitington, uno de los
mayores especialistas en esta poco conocida disciplina histórica. Aunque poco
desarrollada en Europa, la historia de los desastres, y especialmente de los
desastres naturales (terremotos, inundaciones, tormentas, tsunamis, etc.), ocupa
a un importante número de historiadores y estudiosos estadounidenses que, al
calor del desarrollo de los llamados “Estudios Culturales” (
Cultural
Studies) y de la disciplina conocida entre los historiadores como Historia
Ambiental (
Environmental History), se han dedicado al estudio de estos
fenómenos naturales y de sus desastrosas consecuencias. En el caso de
Whitington, su voz es una de las más autorizadas a nivel europeo puesto que,
aunque es ésta su primera obra que se traduce al castellano, cuenta ya en su
curriculum con una importante trayectoria en este terreno, que incluye la
publicación de obras como
The Disastrous History of London,
A
Disastrous History of Britain y la
A Disastrous Hitory of the World
traducida por Turner Libros. Además de esta labor como historiador,
Whitington ha trabajado como reportero para periódicos como
The Daily
Express,
The Guardian o
The Observer y como asesor en la
producción de documentales para la televisión británica.
En lo que se
refiere al contenido del volumen, Whitington divide las casi cuatrocientas
cincuenta páginas del libro en diecinueve capítulos. Una primera parte está
dedicada a lo que podríamos llamar desastres naturales: “volcanes”,
“terremotos”, “maremotos y tsunamis”, “inundaciones”, “tormentas” y otros
fenómenos. En cada capítulo se describen y estudian varios ejemplos, algunos
famosos y otros totalmente desconocidos para el gran público, del tipo de
fenómeno que sirve como epígrafe del capítulo. Luego se dedican sendos capítulos
a las “epidemias”, “otras enfermedades” y “hambrunas”. A continuación vienen
tres capítulos que yo agruparía en un tercer bloque y que abordan por este
orden, las “guerras e invasiones”, los “crímenes de Estado” y un apartado sobre
“rebeliones, motines y terrorismo”. Por último, en otro importante bloque de
contenidos el autor se ocupa de accidentes con medios de transporte
(“naufragios” “accidentes de tren”, “accidentes de avión” y accidentes con otros
medios de transporte) y de desastres provocados por el descuido y la falta de
precaución del hombre, estudiados en los capítulos dedicados a los “incendios”,
“explosiones y envenenamientos masivos”, y “estampidas, derrumbes y ataques de
pánico masivos”.
Pese a que el relato no deja de ser
una inmensa acumulación de referencias y episodios inusuales e inauditos es el
típico libro que atrapa al lector y le impulsa a adentrarse en sus páginas en
busca del conocimiento más puro, de la curiosidad lectora por antonomasia y del
saber por el simple hecho de saber, de aprender cosas nuevas
En todos los casos, son capítulos en los
que el autor reúne un grupo de ejemplos y casos concretos, ordenados
cronológicamente y descritos de forma más o menos breve (hay descripciones que
van desde la media página, hasta las cinco o seis páginas que ocupan algunos de
estos subapartados). Así pues, y por poner algunos ejemplos, en el capítulo
dedicado a las erupciones de volcanes, Whitington empieza con la erupción del
Lago Toba en la isla indonesia de Sumatra hace setenta y cuatro mil años, en el
que es según el autor, uno de los desastres que más cerca estuvo de provocar la
extinción de la especie humana (la Tierra pasó de un millón de habitantes a diez
mil), y acaba el capítulo con la erupción del monte Nevado del Ruiz, en los
Andes colombianos, en el año 1985. Lo mismo sucede en el capítulo dedicado a la
“guerras e invasiones”: Whitington cita como primer ejemplo las guerras
mantenidas por el Imperio Romano contra los pueblos bárbaros y termina con las
bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, pasando por las conocidas y
proverbiales “hazañas” de Atila, Gengis Khan o Tamerlán.
Capítulo aparte
merece el apartado que el autor dedica a los crímenes de Estado. Constituye un
auténtico descenso al infierno del museo de los horrores, el repaso a un galería
de personajes nefastos de la historia estudiados por Whitington. Si produce
escalofríos la descripción de las atrocidades perpetradas por el rey Leopoldo de
Bélgica en el Estado Libre del Congo, qué decir de los siete millones de muertos
en los campos de exterminio nazis, contabilizados por el autor en el apartado
dedicado a Hitler, los alrededor de treinta millones de muertos en el régimen
comunista de Stalin en la Unión Soviética, o los cincuenta millones de personas
que, según el autor, murieron de una forma u otra en el perpetuo crimen de
Estado que supuso la China maoísta. Lo mismo podríamos decir del dictador
camboyano Pol Pot o del reciente genocidio cometido en Ruanda. Pese a que son
todos ellos episodios históricos conocidos, no dejan de sorprender unas cifras
que el autor combina con otros datos menos sabidos.
Quizá lo de mejor
del libro de John Whitington sea precisamente eso. El libro está concebido como
un repaso histórico y cronológico a una serie de desastres naturales y
provocados por el hombre, pero el esquema y la forma no responde a lo que
solemos identificar con un libro de historia. La estructura de esta
Historia
mundial de los desastres recuerda en mucho a la de esas viejas enciclopedias
del saber universal y a esos libros de historia formados a partir de la
acumulación de datos y anécdotas inverosímiles, fascinantes. El libro de
Whitington es un libro de historia anecdótica; no en el sentido de centrarse en
anécdotas superfluas y sin importancia, sino en el sentido de revelar una serie
de datos imposibles de encontrar en un libro de historia universal. Pese a que
el relato no deja de ser una inmensa acumulación de referencias y episodios
inusuales e inauditos, que la memoria difícilmente retiene más allá de los diez
minutos siguientes a su lectura, es el típico libro que atrapa al lector y le
impulsa a adentrarse en sus páginas en busca del conocimiento más puro, de la
curiosidad lectora por antonomasia y del saber por el simple hecho de saber, de
aprender cosas nuevas.
Junto a este conocimiento de las
fuentes clásicas, el autor también demuestra haberse documentado realizando una
intensa labor de archivo y hemeroteca. En muchos de los sucesos del siglo XX
descritos en el libro, Whitington aporta información sobre lo que dijo la prensa
del día después
Lo que denota este enorme
acopio de información y de datos es que el autor ha realizado un importante
trabajo de documentación para escribir este libro. Es admirable el grado de
erudición que alcanza por momentos un autor que no se limita únicamente a
repetir lo dicho por otros. Whitington consigue que la lectura sea tremendamente
atractiva porque completa el relato más descriptivo de los sucesos con citas y
referencias constantes a testimonios que lo vivieron en primera persona. Igual
puedes leer el testimonio de Plinio el Viejo cuando se estudia la erupción de
Pompeya, que encontrarte con la opinión de Tucídides sobre la epidemia que azotó
a la Atenas de Pericles, o las conocidas descripciones que hizo Giovanni
Bocaccio sobre los síntomas de la Peste Negra que asoló la Europa medieval.
Junto a este conocimiento de las fuentes clásicas, el autor también demuestra
haberse documentado realizando una intensa labor de archivo y hemeroteca. En
muchos de los sucesos del siglo XX descritos en el libro, Whitington aporta
información sobre lo que dijo la prensa del día después. Periódicos como
The
Guardian,
The New York Times y sobre todo, el periódico
The
Times, al que el autor cita constantemente como fuente, están presentes en
las páginas de esta obra.
En resumen, pues, se puede decir que, pese que
a por momentos la excesiva acumulación de datos puede abrumar al lector, se
trata de un libro muy bien escrito y – es de justicia destacarlo –
magníficamente traducido. Aun siendo un libro que, por contenidos y por nivel de
erudición, va destinado a un público muy concreto, se nota un esfuerzo por parte
del autor a la hora de darle un tono divulgador. El libro viene sin ninguna
bibliografía explícita y sin ninguna nota a pie de página que entorpezca lo más
mínimo la lectura. La estructura de los capítulos es clara y el lenguaje usado
sencillo y perfectamente accesible.
Quizá el mayor defecto que le
encuentro y la principal pega que yo pondría al autor es que se echa mucho en
falta un capítulo introductorio que contextualice la obra. El libro tiene una
brevísima introducción de sólo media página y seguidamente, sin solución de
continuidad, empieza con la descripción de los desastres y los enlaza uno tras
otro sin ningún tipo de descanso ni excurso. Tratándose de un tema totalmente
desconocido para la inmensa mayoría de lectores, pienso que el libro hubiera
ganado mucho con un capítulo introductorio en el que el autor explicara la razón
de ser del libro: las fuentes y la metodología de la historia de los desastres,
la importancia y la originalidad de estos estudios sobre fenómenos naturales,
etc. En definitiva, un capítulo que sirviera a la vez como introducción del
libro y como contextualización de la información que el lector va a recibir en
las siguientes páginas. De igual forma, no hubieran estado de más unas breves
páginas con las conclusiones extraídas por el autor después de su investigación.
Tal y como se ha publicado el libro en castellano (supongo que en la versión
inglesa ocurrirá lo mismo), sin ninguna introducción y sin ningún capítulo
final, el texto se torna un tanto repetitivo para el lector, no tanto por su
contenido que siempre resulta interesante, como por la propia estructura de los
capítulos. El libro empieza de forma muy directa con el primer capítulo, sin
situar al lector en precedentes, y termina de forma muy brusca, sin ninguna
reflexión ni balance final.
Excepción hecha de este de este reproche que
considero necesario, por lo demás debo decir que es un libro ciertamente
agradecido en su lectura y original en su planteamiento. Ignoro hasta qué punto
es un libro que, por extensión y por precio conseguirá captar la atención de los
lectores que merece, pero considero una decisión acertada la que ha tomado la
editorial Turner, traduciendo este libro e incluyendo este título en una
colección – Noema – que poco a poco se consolida como una de las mejores en
lengua española y en el ámbito de los llamados Estudios Culturales, con la
traducción de títulos importantes como
La Alemania de Weimar,
Los cigarrillos
son sublimes o
La partida inmortal. Una historia del ajedrez.