Vértigo es esa sensación que se experimenta cuando todo lo que le rodea a
uno gira a gran velocidad. La impresión de mareo y desconcierto se apodera de la
persona, impidiéndole formarse una idea clara de lo que hay a su alrededor,
imposibilitándole para actuar de una manera decidida y ordenada. En este
sentido, pues, el vértigo está relacionado con la velocidad, con el cambio
rápido, con el descontrol. Pero el vértigo también es esa otra sensación, mezcla
de angustia y miedo, que se desata cuando uno se asoma al abismo. En este caso
lo que prima no es el movimiento rápido, sino la contemplación hipnótica y
paralizante. La combinación de estas dos impresiones se convierte en una
excelente metáfora para describir el ambiente que se respiraba en la Europa de
principios del siglo XX, aquellos años que desembocaron, en 1914, en lo que
conocemos como Primera Guerra Mundial.
Por aquellos tiempos nadie
sospechaba lo que le esperaba a Europa a la vuelta de la esquina. Hoy, en
cambio, sabemos lo que sucedió, y puede resultar tentador interpretar el período
que va de 1900 a 1914 en función de ese enfrentamiento que arruinó millones de
vidas. La Gran Guerra –nombre con el que fue conocida por quienes la sufrieron-
aparecería así como algo inevitable, como el final natural a tanta tensión y
despropósito. Sin embargo, las cosas no son tan sencillas, las relaciones
causales no son tan claras, y mucho menos cuando hablamos de historia. Philipp
Blom, en cualquier caso, no entra a dilucidar los orígenes y las causas del
doble enfrentamiento europeo que marcó el siglo. El historiador alemán realiza
un apasionante recorrido por aquel período intentando captar y transmitir cómo
los contemporáneos vivieron e interpretaron los sucesos que acontecían, evitando
en todo momento explicar los hechos desde nuestro cómodo presente. Es fácil
analizar el pasado retrospectivamente, justificando o desmintiendo lo que
creemos o pensamos. No es el caso de
Años de vértigo. En sus casi
seiscientas páginas no hay ni una sola referencia a la Primera o la Segunda
Guerra Mundial, aunque sí se presentan toda una serie de elementos, conceptos y
actitudes que apuntan a aquel desastre y que permiten comprender mejor todo lo
que vino después.
Las masas comenzaban a hacerse
visibles, a dejarse ver, a organizarse. Protestando o consumiendo, ocuparon por
primera vez el espacio público, forzando a la élite dirigente y a la propia
sociedad a adaptarse y articular medidas para integrarlos o hacerles
frente
Había una sensación de desorden, sí,
de decadencia, pero solo entre las clases dominantes, entre aristócratas,
políticos de primera fila y algunos intelectuales. Para otros muchos colectivos
eran tiempos de cambios y oportunidades, de luchas, reivindicaciones y mejoras.
Fue una época de trascendentales avances científicos, de discusiones enconadas
entre los partidarios de Darwin y los defensores de las tesis lamarkianas, con
el concepto de eugenesia ocupando una posición central en los debates; fue un
tiempo de graves tensiones internacionales, del horripilante genocidio del Congo
y de un imperialismo feroz y salvaje, de conflictos coloniales y una
militarización en aumento, pero nadie sabía a ciencia cierta qué resultaría de
todo ello.
Los descubrimientos, los cambios, se sucedían a una velocidad
vertiginosa, sin apenas tiempo para asimilarlos; las ciudades crecían a pasos
agigantados al tiempo que las masas comenzaban a hacerse visibles, a dejarse
ver, a organizarse. Protestando o consumiendo, ocuparon por primera vez el
espacio público, forzando a la élite dirigente y a la propia sociedad a
adaptarse y articular medidas para integrarlos o hacerles frente. Los
aristócratas, los burgueses y los potentados de los países europeos,
obsesionados con la idea de decadencia, optaron más bien por lo segundo, pues
para ellos las masas iletradas de trabajadores representaban un peligro: la
degradación en la que vivían y sus altas tasas de natalidad amenazaban el futuro
de los imperios europeos.
Sin embargo, dos de los mayores retos que tuvo
que hacer frente la sociedad de principios del Novecientos, estaban muy
interrelacionados: un mundo estaba desapareciendo mientras otro pugnaba por
emerger. La gran amenaza para el modo de vida viril y repleto de confianza hacía
sí mismo tan propio del XIX lo representaba el auge del feminismo. Las
reivindicaciones políticas y sociales de las mujeres, sobre todo en Inglaterra,
pero también en Francia, Alemania y Austria-Hungría, fueron constantes ya desde
principios de siglo. Aunque centrado en el sufragio, el movimiento feminista
ponía en cuestión todo un modelo de organización social que relegaba a las
mujeres al ámbito de lo doméstico, subordinándolas totalmente al marido. Estas
reivindicaciones femeninas contribuirán a trastocar esa autoconciencia
masculina, tan pagada de sí misma.
La vida en la ciudad, con el
anonimato, los peligros, las oportunidades y los cambios que conlleva, fracturó
en mil pedazos la identidad individual y social de quienes allí acudían,
generando distintas ventajas pero también no pocos
problemas
Cuando los cambios se suceden unos
a otros de forma constante la inseguridad y la incertidumbre aumentan. Estas
transformaciones no solo son científicas y técnicas, sino propiamente sociales
y, por tanto, también culturales: la llegada masiva de gentes a las ciudades
significó también la ruptura con la mayoría de sus lazos familiares y afectivos,
con sus formas tradicionales de vivir y relacionarse. La vida en la ciudad, con
el anonimato, los peligros, las oportunidades y los cambios que conlleva,
fracturó en mil pedazos la identidad individual y social de quienes allí
acudían, generando distintas ventajas pero también no pocos problemas. No sólo
obligó a la creación de espacios de sociabilidad y al establecimiento de
distintos vínculos identitarios, sino que abonó el camino para la aparición de
nuevos trastornos neuróticos y la propagación de ideas que a la postre
resultarían catastróficas.
Sobre todos estos procesos habla Blom en su
excelente ensayo, aunque también de muchas otras cosas. Los capítulos,
organizados cronológicamente, toman un acontecimiento como punto de partida para
hablar de aquel fascinante mundo repleto de posibilidades y amenazas. El autor
combina con sabiduría la explicación de la vida de emperadores y monarcas con la
de los ciudadanos de a pie; las intrigas palaciegas con los movimientos
revolucionarios, la aparición y el desarrollo del cine como forma de
entretenimiento con las maniobras de la alta política; las atrocidades
coloniales con las reivindicaciones feministas; los cotilleos sobre amoríos de
personajes públicos con las elevadas corrientes filosóficas y artísticas que
despuntaban en la época y que venían a confirmar o a desmentir la deriva de las
naciones, sus miedos, frustraciones y esperanzas; Blom consigue mezclar, sin
dejar de lado la vida de las grandes personalidades, los logros de la cultura,
de la ciencia y del pensamiento con la experiencia cotidiana de los habitantes
de los principales estados de Europa, sus referentes populares y su lucha diaria
por sacar adelante a sus familias o medrar en un mundo cada vez más competitivo
y avasallador.
El recorrido es abrumador: Alemania, con su
militarización creciente y sus peculiares relaciones con Gran Bretaña;
Austria-Hungría, un país complejo, que apunta a una desintegración que contrasta
con su rica y variada vida cultural; Francia, que trata de ocultar su inquietud
por los nuevos tiempos que se avecinan con la Exposición Universal que inaugura
el siglo; Gran Bretaña, dominada por una profunda sensación de decadencia que no
hace más que acentuarse tras el deceso de su reina, y una Rusia que, incapaz de
concertar los aires de modernidad con unas estructuras e instituciones de corte
medieval, comienza a verse agitada por el espectro de la revolución.
El historiador mezcla los análisis
políticos y sociales de amplio espectro y calado con las noticias diarias de la
presa, biografías, cotilleos, alta política, así como la vida íntima y cotidiana
de todas las capas sociales, produciendo como resultado una obra
magnífica
Junto a este panorama inquietante y
descorazonador, Blom nos habla de la miseria en la que estaban inmersos el
campesinado y el proletariado ruso, y no se explica cómo dada la represión de
las minorías, la frustración de las clases medias y los intelectuales y la
incompetencia de los dirigentes políticos y militares, “la revolución no se
produjera mucho antes”. El historiador alemán también es capaz de trasladarnos a
la bulliciosa Viena de principios de siglo y realizar, insertándolo
perfectamente en su contexto, un impresionante análisis de las teorías
psicoanalíticas de Sigmund Freud, y cómo entre el médico vienés, Wittgenstein y
el filósofo políglota Fritz Mauthner, trastocaron la percepción que se tenía del
conocimiento y de los límites del lenguaje. Ese epígrafe, titulado “1902: Edipo
rey”, y dedicado al análisis de la doble moral burguesa, es sencillamente
extraordinario. Lo mismo puede decirse de otros muchos capítulos, como el que se
ocupa de la militarización creciente de Alemania e Inglaterra, que contiene una
divertidísima e increíble –por absurda y disparatada- descripción del
funcionamiento de la alta política germana; o el dedicado a los desmanes de los
imperios coloniales y al genocidio del Congo. En este apartado Blom no se limita
a describir y analizar las brutalidades que los imperios europeos cometían en
sus colonias, tampoco se contenta con relatar la vida y los esfuerzos de quienes
trataron de denunciar todos aquellos excesos, sino que va más allá: capta cuál
era la impresión que aquella política producía en la experiencia cotidiana de la
gente, lo que pensaba el ciudadano de a pie de esos desmanes.
Sin
embargo, el análisis de Blom no se detiene ahí. Con una facilidad pasmosa pasa
de la disertación filosófica y arquitectónica de Viena, a explicar algunos de
los descubrimientos científicos más importantes del siglo: el del radio y el
polonio realizado por el matrimonio Curie; la enunciación de la teoría de la
relatividad de Einstein, o la importancia científica que tuvo el descubrimiento
de los rayos X en el imaginario cultural e intelectual europeo; realiza un
retrato magistral del final de la Inglaterra victoriana, de la personalidad de
Guillermo II y su peculiar forma de conducir el Imperio alemán; de las
vanguardias artísticas y la vida bohemia en tantas ciudades de Europa, de la
homosexualidad y del problema judío, que alcanzan un punto álgido con el caso
Dreyfus en Francia; de la velocidad y la espiritualidad; de las corrientes
pseudocientíficas que argumentaban sobre la superioridad de la raza blanca; Blom
traza un panorama realmente impresionante, y lo hace con un leguaje claro y
elegante, cargado de referencias y conexiones, pues en la Europa de entonces
todo estaba ya interrelacionado.
El historiador mezcla los análisis
políticos y sociales de amplio espectro y calado con las noticias diarias de la
presa, biografías, cotilleos, alta política, así como la vida íntima y cotidiana
de todas las capas sociales, produciendo como resultado una obra magnífica.
Años de vértigo es un ensayo altamente recomendable para quien se
interese por la cultura en general, fundamental para quienes disfrutan de los
buenos libros de historia, y un referente inexcusable para todos aquellos
interesados en esa extraordinaria época, que, al fin y al cabo, también es la
nuestra.