Juan Antonio González Fuentes
Tenía que pasar, y ha pasado. Es más, no me resisto a expresar mi extrañeza por la tardanza histórica del suceso. Sí, me refiero a la reacción de Emilio Gutiérrez, el joven vasco de la localidad guipuzcoana de Lazkao al que los terroristas etarras han destrozado con una bomba su hogar, la casa que tanto esfuerzo y trabajo le había costado levantar para vivir en ella junto a su novia, para habitar en ella el futuro inmediato.
El “terrible delito” cometido por el joven Emilio Gutiérrez ha sido tener un piso muy cerca de una casa del pueblo de los socialistas vascos, y claro, vivir en un pueblo del País Vasco en dichas circunstancias. Emilio había acondicionado de la mejor manera posible el piso ayudado por su padre, un viejo socialista vasco, un ex concejal del Partido Socialista al que por serlo ya llevaban tiempo haciéndole la vida imposible, tanto que, al parecer, ya forma parte del numeroso y callado exilio de vascos a los que literalmente se les ha expulsado de su tierra por defender ideas políticas no nacionalistas.
Los etarras reventaron con una bomba la casa del pueblo de Lazkao, y víctima colateral fue Emilio Gutiérrez, cuyo piso fue destrozado por la onda expansiva, quedando con numerosos desperfectos. Años de trabajo, de ilusión, de esfuerzo, de intentar llevar la vida normal de un ciudadano normal europeo, español, vasco..., se fueron en un solo instante, sin comerlo ni beberlo, al garete. Emilio Gutiérrez, probablemente, sólo quería seguir trabajando en la fábrica, vivir en paz con su novia, aprovechar el tiempo libre para dar paseos con su moto y sus amigos, tener hijos, vivir, insisto, como un hombre normal, haciendo uso de sus derechos constitucionales y cumpliendo con sus deberes. Pero no le han dejado. La violencia asesina, dictatorial, intolerante y cobarde de ETA y sus secuaces, de ETA y sus voceros aberchales y peneuvistas, desbarató sus sueños de normalidad, de ciudadanía tranquila y trabajadora.
Y ante la visión de su trabajo y su esfuerzo destrozados gratuitamente por la intolerancia demagógica e inquisitorial de ETA y sus sostenedores, Emilio Gutiérrez quedó desconsolado. Un desconsuelo que se transformó en justa furia cuando los voceros de los asesinos, sus mamporreros subvencionados y consentidos, encima se sonreían irónicos y complacidos contemplando en la calle los resultados del atentado, la destrucción gratuita del trabajo, las ilusiones, las expectativas y derechos de Emilio.
Emilio Gutiérrez la emprende a mazazos a cara descubierta contra la Herriko Taberna de Lazkao tras un atentado de ETA que destrozó su vivienda recien comprada (vídeo colgado en YouTube por kkolombo)
Y entonces llegó lo inevitable. Llegó lo que es raro que no se hubiera producido antes, más veces, en más sitios. El ciudadano atropellado, desvalido, indefenso, burlado, recurre a la “ultima ratio” romana, recurre él mismo al uso de la violencia para imponer o restaurar una justicia que brilla por su ausencia. En una secuencia que hemos visto decenas de veces en decenas de ciudades sin ley del Lejano Oeste, el joven Emilio se tomó la justicia por su mano, se vengó. Y como si la guipuzcoana Lazkao fuera Dogde City, ciudad sin ley, exactamente igual, en legítima defensa ante los abusos chulescos de los matones del pueblo que tienen comprado al sheriff, Emilio cogió una maza y cargado de indignación, de hombría burlada, de sentido de ciudadanía mancillada, en busca de la justicia bíblica del ojo por ojo, se llegó a la sede social de los terroristas y sus secuaces y la emprendió a golpes con el mobiliario, destrozándolo.
El gesto, aferrado a las letras de la legalidad, es inadmisible. El gesto, en un lugar tomado por los fuera de la ley que imponen su ley con violencia, es el más lógico, es el gesto de la coherencia, de la coherencia valiente, de la coherencia del que clama por la justicia, por la dignidad, por el derecho a la autodefensa en una sociedad en la que el poder mira hacia otro lado y calla ante los agresores, ante los pistoleros a los que incluso subvenciona con dinero de los impuesto de todos los vascos, de todos los españoles. Emilio Gutiérrez no pudo soportar más la humillación y se enfrentó a los bandoleros en el OK Corral Lazkao.
El gesto, sin duda criticable con la ley en la mano y el sentido común en la cabeza, es el del héroe anónimo que decide no soportar ni un segundo más la ignominia y estalla en justa cólera. El gesto, lo sé, ha recibido aplausos quizá entendibles pero irresponsables. Hoy, horas después de los acontecimientos, los pasquines de Se Busca que al parecer empapelan las calles de Lazkao no llevan los rostros viles de los asesinos y sus alentadores. No, llevan el rostro de Emilio Gutiérrez. Quién ha tenido que salir huyendo de Lazkao/Dodge City no ha sido quien puso la bomba o rió sus resultados. No, quien ha tenido que huir hacia horizontes más limpios y despejados ha sido Emilio Gutiérrez. Y lo que es peor, los sheriff de Lazkao, los políticos que gobiernan aquel territorio salvaje y sin ley, quienes allí personifican la justicia y los derechos, no han acudido pronto a avalar a Emilio en la medida de lo posible y lo justo, sino que lo han señalado, y alientan que sobre él caiga “todo el peso de la justicia”, la misma justicia que probablemente será implacable para Emilio Gutiérrez, donde fue comprensiva y tolerante con tipejos como De Juana Chaos.
Y en este caso seguro que no habrá un Séptimo de Caballería que llegue cargando al rescate, ni un Gary Cooper decidido a enfrentarse a los pistoleros el solo ante el peligro, ni un más desquiciado Clint Eastwood decidido a hacer que los cuatreros y asesinos ponga, al menos, pies en polvorosa. No, el País Vasco es desde hace tiempo un territorio sin ley, un territorio, mejor dicho, en el que la ley, como en el Lejano Oeste, la impone el más rápido, el más salvaje, el menos civilizado. Y la única solución, lo enseña la historia, es acabar imponiendo la ley del estado de derecho por la fuerza, aunque sea la fuerza digna e indignada de los miles de ciudadanos como Emilio Gutiérrez que a buen seguro pueblan ese territorio sin ley que hoy es, desde hace décadas, el País Vasco.
Última reseña de Juan Antonio González Fuentes en Ojos de Papel:
-Guillerno Cabrera Infante: La ninfa inconstante (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, 2008)