Juan Antonio González Fuentes
Anoche terminé la lectura del libro de Javier Marías, Aquella mitad de mi tiempo, corroborando la opinión que ya dejé apuntada ayer en estas mismas páginas. Me ha gustado mucho, pareciéndome un libro hermoso sobre las pérdidas, el paso del tiempo y sus síntomas; páginas de un tipo no muy frecuente en nuestra literatura y que pueden servir para ahondar un poco más en esa maliciosa e idiota sentencia umbraliana y celiana (creo) según la cual Marías es sólo un escritor anglófilo (vaya insulto con tan buena pinta) e imitador suficiente de “americanadas” e “inglesadas”.
Sin solución de continuidad me lanzo a las páginas de un escritor y erudito tan anglófilo como Marías, tanto que, aunque nacido en París en 1929, su formación es norteamericana e inglesa, y lleva ahora más de cuatro décadas impartiendo lecciones en la muy british universidad de Cambridge. Me refiero a George Steiner, un sabio exquisito, un aristócrata del saber que reniega sin empacho de lo perniciosa que es la democratización sin exigencias de la cultura, y que desde hace muchos años sólo frecuenta los aires quizá para muchos irrespirables de la alta cultura. Vamos, un estudioso del que abomina la progresía estándar y santurrona de nuestro país, razón por la que a mí ya me cae muy bien y procuro leer y entender (en la medida de mis posibilidades) los libros que de él llegan traducidos a nuestras librerías.
Lo último es un libro de título hermoso, enigmático y un poco engañoso: Los libros que nunca he escrito (Siruela, 2008), en el que en efecto habla de algunos asuntos, temas y personas sobre los que un día quiso escribir un libro y, por unas u otras razones, no lo hizo. El resultado final en español son más de doscientas páginas en las que, de algún modo, sí acaba escribiendo esos libros, o al menos su sombra, reflejo o aroma.
George Steiner: Los libros que nunca he escrito (Siruela, 2008)
El primero de los capítulos o ensayos lleva por título Chinoiserie, y está dedicado al libro que Steiner un día quiso escribir sobre la vida y sobre todo la obra de uno de sus compañeros académicos de Cambridge, el catedrático de bioquímica Joseph Needham, un científico de bibliografía tan abundante, variada y rica que sencillamente lleva al pasmo: bioquímica, biología, morfología comparativa, tecnología de la antigüedad, la poesía de Goethe, la experiencia religiosa, historia de las ciencias naturales, óptica..., incluso novelas históricas publicadas con pseudónimo. Pero como bien señala Steiner, todo empalidece cuando se pone en comparación con su obra o tarea monumental, Science and Civilization in China, una empresa que comenzó a existir en 1937 y que incluso ha continuado tras las muerte de su impulsor en marzo de 1995.
Science and Civilization in China es lo que su propio título indica, es decir, un compendio de la historia de las aportaciones de China a la ciencia y a la civilización humanas. Obviamente Needham no escribió él solo las decenas de volúmenes que a día de hoy componen la obra. A lo largo del tiempo contó con un buen número de colaboradores y especialistas en las distintas materias abordadas.
Lo que me ha resultado más fascinante de las páginas evocadoras de Steiner sobre la inmensa obra de Needham, es la pormenorizada comprobación de éste acerca de lo avanzado de la técnica y la ciencia chinas con respecto a cualquier otro lugar del globo, incluido por supuesto la Grecia clásica, muchos años antes de que en algún punto de occidente incluso apareciese algo a lo que poder calificar como ciencia. China es el único país, estado, política del mundo que lo es desde hace milenios, el único que ya estaba formado como en la actualidad muchísimo antes por supuesto del nacimiento de Cristo. Pero lo que no supo desvelar Needham ni nadie hasta la fecha es por qué motivo esos avances, ese desarrollo tecnológico y científico tan avasallador y alucinante se detuvo en un momento determinado de la historia, y a partir de lo que conocemos como Renacimiento la vanguardia científica y tecnológica de los humanos pasó a determinadas zonas de lo que hoy es Europa. ¿Cuál es el misterio? Parece que no hay respuesta cerrada, y se apunta a que la civilización china, el espíritu chino decidió llegado el momento establecer un pacto con la naturaleza y sus leyes, por así decirlo, y frenar el avance si dicho avance suponía violentar, destruir la relación humanidad/naturaleza.
El trabajo de Steiner me ha descubierto el de Needham e, insisto, me ha resultado fascinante, llevándome a un estado “espiritual” de reflexión y estupor ante lo ignorado muy enriquecedor. Pongo un ejemplo nimio, pero muy ilustrativo. En la página 23 del libro, el último párrafo da comienzo así: “En los textos clásicos chinos, el número seis es la correlación simbólica del elemento agua”. Es decir, el 6 simboliza para los chinos el agua como elemento inserto en la naturaleza. Llevado por lo evocador de la idea china, me salió casi de forma espontánea un haiku en el que he procurado revelar y plasmar poéticamente la idea del 6 como símbolo chino y civilizado del agua, introduciendo además en el conjunto la idea también extremadamente civilizada y antigua del canto, así como la del pez como símbolo evidente del ser vivo que no es posible sin agua: pez, canto número seis y agua, cuatro ingredientes para un haiku. El resultado es el siguiente. No me juzguen con excesiva dureza. Gracias.
Un cuento chino:
seis es número de agua,
morada de pez
NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.