Juan Antonio González Fuentes
Recuerdo que una vez leí en alguna revista de actualidad, unas declaraciones del presidente de una gran compañía tecnológica japonesa (quizá la
Sony), en las que el gran señor de la tecnología nipona decía que el libro, tal y como lo conocemos, es una invento tecnológico absolutamente puntero, casi inmejorable, y que su vida apuntaba todavía a ser larga, muy larga en el tiempo venidero.
El empresario nipón daba algunas claves para llegar a la conclusión emitida, entre otras que el libro es fácil de transportar, puede llevarse en cualquier sitio, es un objeto estéticamente bello, no hace falta enchufarlo a ninguna fuente de energía, puede ser de consulta inmediata, permite que se escriba o apunte en él, contiene mucha información en un espacio pequeño, puede llevar imágenes de cualquier tipo de una calidad muy difícil de superar..., y además huele, tiene aroma, envejece mal si no lo cuidamos, su tacto no es frío ni maquinal, en definitiva, tiene vida propia, latidos, lo que hace del libro un objeto muy cercano al ser humano, casi un ser vivo al que hay que cuidar y querer, con el que se establecen lazos afectivos.
Tradicionalmente siempre se nos ha dicho que el libro y el español (hombres y mujeres, me refiero) son casi dos realidades incompatibles, que no tienen convivencia fácil en un mismo espacio, que no se quieren ni desean. Llevamos años, siglos escuchando el tópico, un tópico que probablemente pudiera extrapolarse a otros muchos países, sociedades y épocas. Sin embargo, leo cifras, datos que, como si fueran un enorme muro de acero, se abalanzan para luego desplomarse sobre el tópico y sepultarlo bajo su peso. Dejemos plasmadas aquí algunas de esas cifras.
Comienza la
feria del libro madrileña para hacer su edición 66, es decir, casi siete décadas de feria, de venta de libros, de fiesta ciudadana y callejera en torno a las páginas impresas y los lectores. 66 años desde luego no son pocos, y hablan por sí solos de al menos una cierta tradición libresca en el centro mismo de España. La reciente e impresionante feria en Barcelona también ha arrojado cifras más que alentadoras; la estupenda de Valladolid, que dirige en la actualidad mi amigo el poeta
Diego Valverde Villena y que cuenta con cuatro decenas de ediciones, ha sido un éxito completo... En mi ciudad, Santander, la abrileña feria que conmemora a
Cervantes ha arrojado los mejores datos de su historia, y en agosto volverá a organizarse otra ya tradicional y llamativa, la del libro viejo o de segunda mano, que concita un interés muy especial entre los aficionados y veraneantes.
Pronostican que por la nueva feria de Madrid pasarán unos 3 millones de visitantes. Muchos visitantes me parecen estos para serles franco, pero dejémoslo en un tercio de esa cifra, incluso en algo menos: un millón de personas que se pasean entre libros, los hojean, los respiran, los acarician, los compran (algunos) y los leen (algunos menos). ¡Un millón de personas! Tampoco es dato despreciable. Y para ir terminando con los datos, les diré que se calcula en 10 millones de euros los que se gastarán en libros los visitantes en Madrid. 10 millones de euros gastados en libros dan para unos cuantos ejemplares, para crear una biblioteca nada despreciable, al menos en lo cuantitativo. El último dato que dejaré en este folio en blanco es el que hace referencia al número de ciudadanos españoles que confiesan el hábito de leer en distintos grados: la mitad de los españoles según las encuestas, ni más ni menos. Quizá un riguroso analista certifique que el que sólo lea la mitad de los censados en este país es un dato escalofriante y ratifica nuestra inmersión como sociedad en el analfabetismo, pero yo hoy estoy positivo, y quiero ver la botella medio llena y no medio vacía. Que la mitad de los españoles, es decir, más de 20 millones de personas aseguren que leen, aunque sea de tarde en tarde, un libro, es una circunstancia que me inclina a ser bastante optimista con respecto al futuro del libro, del conocimiento y la información trasmitidas aún con la calidez de la página impresa y palpitante.
Sí, ya sé que estas líneas están construidas con cifras millonarias que nada hablan de lectores esforzados, de constructores de bibliotecas personales, de lectores impenitentes a los que el contacto con los libros les produce una satisfacción honda e incalificable, de lectores para los que un libro (sus libros, los libros) es una plataforma de abordaje vital gratificante y hermoso... Sólo he dado datos y cifras que pueden leerse, además, de muchas maneras distintas. Pero son datos y cifras que desde luego no hablan de desinterés, que no señalan un vacío completo en torno al libro y su mundo, que no transmiten en su frialdad numérica el azufre apocalíptico de una debacle, de una derrota definitiva y en toda regla del libro, ni siquiera en esta tierra nuestra, al parecer (no me lo creo ya del todo) tan poco propicia para el desenvolvimiento feliz de la especie encuadernada.
El directivo nipón parece que tenía razón, y a través de su mirar rasgado le pronostico con algún acierto larga vida al libro. Que así sea y lo veamos.
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NOTA: En el blog titulado
El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.