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Mercedes Gómez Blesa: <i>Modernas y vanguardistas. Mujer y democracia en la II República</i> (Ediciones del Laberinto, 2009)

Mercedes Gómez Blesa: Modernas y vanguardistas. Mujer y democracia en la II República (Ediciones del Laberinto, 2009)

    TÍTULO
Modernas y vanguardistas. Mujer y democracia en la II República

    AUTOR
Mercedes Gómez Blesa

    EDITORIAL
Ediciones del Laberinto

    OTROS DATOS
Madrid, 2009. 256 páginas. 17 €



Mercedes Gómez Blesa (foto procedente del Blog de Fernando Valls)

Mercedes Gómez Blesa (foto procedente del Blog de Fernando Valls)


Reseñas de libros/No ficción
Mercedes Gómez Blesa: Modernas y vanguardistas. Mujer y democracia en la II República (Ediciones del Laberinto, 2009)
Por Francisco Fuster, lunes, 1 de febrero de 2010
A los historiadores que dedicamos parte de nuestro trabajo a esa disciplina que dentro del gremio se ha dado en llamar “historia de las mujeres” o “historia del género”, por ser considerada en sus inicios como algo al margen de la “historia universal”, esa historia oficial que siempre escriben los vencedores, en este caso los hombres, ya hace tiempo que ha dejado de sorprendernos la regularidad con que el mercado editorial español viene ofreciendo en los últimos años, títulos y títulos que poco a poco, sin prisa pero sin pausa, vienen a confirmar el buen estado de salud del que gozan en nuestro país este tipo de estudios realizados desde una perspectiva femenina o en clave de género. En el caso de la historia de las mujeres en España, una de las últimas y, a mi juicio, más útiles aportaciones a esta interminable tarea de restituir a la mujer española en el lugar de la historia que, por diferentes pero siempre fatales motivos, le ha sido vetado hasta hace muy poco, la constituye el ensayo de Mercedes Gómez Blesa, Modernas y vanguardistas. Mujer y democracia en la II República, que acaba de publicar Ediciones del Laberinto.
Las protagonistas del libro de Gómez Blesa son las intelectuales españolas del primer tercio del siglo XX, intelectuales procedentes de tres generaciones distintas (las llamadas del 98, 14 y 27), pero unidas por un mismo impulso: el deseo y casi la necesidad vital de ver en la II República, la posibilidad de incorporarse por fin – y de forma legal – a la vida política, social, laboral y cultural, de un país que concibió el nuevo régimen republicano como la vía propicia hacia la modernización de un Estado cuya evolución y desarrollo democrático se había frenado y estancado durante la Restauración. En definitiva, lo que pretendía esta elite femenina de modernas y vanguardistas, porque no hay que olvidar nunca que estamos hablando de una elite de mujeres, de una inmensa minoría en comparación con el conjunto, era salirse del que había sido hasta entonces el camino marcado para ellas, la vida de acuerdo a ese modelo rousseauniano de feminidad, basado en la clásica combinación de domesticidad y maternidad, para encarnar a su vez, un nuevo prototipo de mujer, la “mujer moderna”, llamada a desempeñar la difícil pero necesaria tarea de incorporar a la vida política y cultural española, y como un miembro más de pleno derecho, a ese sujeto femenino que no constaba ni figuraba en ningún libro de historia.

En efecto, las intelectuales de cuya vida y obra da cuenta la autora, las escritoras y artistas españolas de este período, son mujeres que proceden, en su gran mayoría, de una clase social alta y acomodada, de familias eminentes de la sociedad española, capaces de dotarlas de un educación exquisita y, dentro de los límites que les impone su sexo, de un cierta libertad de movimiento y de criterio, impensable para el resto de sus congéneres de los estratos sociales más bajos. No obstante, y paradójicamente, son mujeres a las que vemos a la vez como rectoras y subalternas: rectoras del movimiento feminista español, en tanto que fueron las más preparadas y formadas, las únicas capaces de capitanear y verbalizar las demandas del colectivo femenino; pero, a la vez y sin embargo, son conocidas la mayoría de ellas, como muy bien apunta la autora, por una condición subalterna como es su parentesco ilustre o un matrimonio en el que viven a la sombra de un marido que sobresale. Estoy hablando de mujeres como Carmen Baroja o María de Maeztu, en su condición de hermanas de dos de los grandes de la Generación del 98 o de casos como los de Zenobia Camprubí, María Lejárraga o María Goyri, esposas, respectivamente, de Juan Ramón Jiménez, Gregorio Martínez Sierra y Ramón Menéndez Pidal.

Este vigor cultural del primer tercio de siglo es lo que analiza Gómez Blesa sopesando la participación de las mujeres y su relación con los hombres dentro del movimiento cultural en que confluyen la intelectualidad española de clase social más alta y la no menos importante aportación de las mujeres procedentes de la cultura obrera

Quizá uno de los aspectos más destacables del libro, motivo último de su existencia y oportunidad, es el intento de la autora por remarcar e insistir en la asombrosa efervescencia intelectual que vivió el país durante las tres primeras décadas del pasado siglo. Se produce durante este lapso temporal una especie de renacimiento de las artes y las letras españolas, una “Edad de Plata” de nuestra cultura, como estudió en su clásico ensayo José-Carlos Mainer, en la que conviven e interactúan en un mismo espacio los miembros de hasta tres generaciones distintas, revitalizando el ambiente cultural español y dando origen a la aparición de un figura – la del “intelectual” que interviene en la sociedad de su tiempo para transformarla – que terminará por ser una de las fecundas aportaciones de un período que culminará, precisamente, en la proclamación de un nuevo régimen político al que Azorín – no en vano – bautizó como la “República de los intelectuales”, por la inédita simbiosis entre política y cultura, sin precedentes en la historia de España, que se produce durante estos años anteriores a la República.

Este vigor cultural del primer tercio de siglo es lo que analiza Gómez Blesa desde una perspectiva de género, esto es, valorando y sopesando la participación de las mujeres y su relación con los hombres, el otro género, dentro del movimiento cultural en que confluyen la intelectualidad española de clase social más alta y la no menos importante aportación de las mujeres procedentes de la cultura obrera vinculada al socialismo y el anarcosindicalismo (Dolores Ibárruri “la Pasionaria” o Federica Montseny, por citar sólo a las más conocidas). Lo que se pretende en estas páginas es realizar una relectura del proceso cultural que vive España durante los años veinte y treinta y que tiene en la incorporación de la mujer – de la mujer burguesa, eso sí – a la esfera pública, uno de sus síntomas más evidentes del cambio en el modelo de feminidad que se produce en la sociedad española del momento, a partir del primer y todavía tímido avance en la situación de la mujer que se produce durante las dos primeras décadas del siglo: mejoras en la legislación laboral, iniciativas pedagógicas para la formación femenina impulsadas por los ideales de la Institución Libre de Enseñanza (ILE), primeros debates en torno a una hipotética implantación del sufragio (aunque nunca llegan a concretarse), etc.

Durante la Primera Guerra Mundial y la Dictadura de Primo de Rivera es el momento en el que surge esa figura de la mujer independiente y moderna, fácilmente reconocible en la imagen de la garçonne (mujer con pelo corto, figura estilizada y vestimenta masculina), icono de la mujer dinámica y urbana de los años 20

La autora hace un breve pero bien documentado recorrido por las tipologías de los distintos feminismos que conviven en España y que conforman un movimiento social que, si bien fue heterogéneo y dispar en su contenido teórico y programático, comparte un denominador común – la defensa de la promoción social de la mujer – y nos habla de la existencia ya durante este período de una innegable inquietud social sobre el tema, canalizada a través de un primer asociacionismo feminista que, paulatinamente, intentará ampliar su eco, abandonando su inicial aristocratismo intelectual para ir abriéndose a la progresiva incorporación de las mujeres más inquietas y curiosas de clase media o media-alta. En este sentido, se puede decir que son las mujeres de la Generación del 98 las primeras que se adentrarán en un terreno hasta entonces de exclusividad masculina; aunque los manuales de historia de la literatura no las incluyan, podemos decir que, junto a los nombres de Unamuno, Baroja, Azorín o Valle-Inclán, haría falta situar los de María Lejárraga, Carmen de Burgos “Colombine” o Concha Espina, por citar unos pocos, como algunas de las autoras que formaron esta vertiente femenina de las letras del modernismo español, apenas conocida para el gran público.

Siguiendo un orden cronológico, el libro también aborda los cambios experimentados durante los años de la Primera Guerra Mundial y de la Dictadura de Primo de Rivera (los “felices años veinte”), años en lo que se produce una importante modernización del país gracias a la fuerte inversión económica en infraestructuras y obras públicas que emprendió el régimen primorriverista y que se tradujo en un sostenido crecimiento económico y demográfico. Por lo que se refiere a la participación de la mujer durante este período, la autora destaca el aumento de la presencia de las mujeres en la esfera pública: Universidad, profesiones liberales y otros espacios públicos que antes habían estado reservados a los hombres. Es el momento en el que surge esa figura de la mujer independiente y moderna, fácilmente reconocible en la imagen de la garçonne (mujer con pelo corto, figura estilizada y vestimenta masculina), icono de la mujer dinámica y urbana de los años 20. Algunas de las intelectuales españolas de la Generación del 14 citadas por la autora, adoptarán esta nueva estética de la mujer dinámica, una mujer que en algunos casos ya cuenta con una educación universitaria y desarrolla una profesión liberal (abogada, profesora o periodista). Hablamos de mujeres como Carmen Baroja, María de Maeztu, Zenobia Camprubí, Clara Campoamor, Victoria Kent o Margarita Nelken, entre otras.

La meta de llegada de todo este proceso y del libro no es otra que la proclamación de una II República en cuyo desarrollo depositaron las mujeres republicadas, igual o más que los hombres, todo su empeño y anhelo

A esta primera generación de las vanguardias la sigue en el trabajo de Gómez Blesa, el estudio de las integrantes de la llamada Generación del 27, de donde surgirá un grupo de mujeres que personifican la entrada ya definitiva de la mujer española en las vanguardias artísticas de los años treinta, así como la consolidación del avance en su progresiva y no siempre bien vista conquista de un espacio propio en la sociedad. La autora rescata de entre los nombres de esta generación a mujeres de la talla intelectual de Concha Méndez, Ernestina de Champourcín, Rosa Chacel, María Teresa León, Maruja MalloHildegart Rodríguez o la propia María Zambrano. Son todas ellas mujeres que, salvo en contados y muy recientes casos, han brillado durante décadas por su ausencia en las listas generacionales que reproducen los manuales de historia de la literatura e historia del arte; son mujeres que, al igual que las que les precedieron, hubieron de luchar contra ese desprecio de sus compañeros de generación, mezcla de incomprensión frente a una actitud que consideraban indigna e impropia de la mujer y, por qué no decirlo, de una cierta dosis de esa envidia que siente todo colectivo privilegiado cuando avista el ascenso y la futura competencia de quienes intentan salir de la sombra que su poder proyecta. Y, por si fuera poco todo esto, recalca con acierto la autora, a esta presión social se sumará otra presión, quizá más cruel por menos comprensible, como es la procedente del más reducido círculo de familiares y amistades, tal y como demuestran estas mujeres en sus extraordinarios y sinceros escritos autobiográficos y en el hecho de que muchas de ellas tuviesen que viajar al extranjero en busca de esa libertad que les negaba el ambiente opresivo en el que se desempeñaban algunas de ellas.

La meta de llegada de todo este proceso y del libro no es otra que la proclamación de una II República en cuyo desarrollo depositaron las mujeres republicadas, igual o más que los hombres, todo su empeño y anhelo, de tal forma que, como dice la autora, “la República adquirió, por ello, una aureola mítica que actuaba de contraseña de las expectativas puestas en el parto de una nueva condición social para la mujer” (p. 211). En efecto, las intelectuales y las feministas que tantas ilusiones se habían hecho, lo jugaron todo a una carta, un “ahora o nunca”, que pasaba por ser la última posibilidad de subirse al carro de la historia, de abandonar su secular condición subalterna para empezar a convivir y a competir con el hombre en una plano de igualdad de derechos y deberes, en busca de esa ansiada ciudadanía plena, culminada y ratificada con la esperada legislación del sufragio universal por parte de la Constitución.

El libro se cierra refrescándonos la memoria y recordándonos, por si se nos había olvidado, que el Franquismo supuso, desde esta perspectiva de género, una profunda involución, una vuelta de las mujeres españolas a su rol tradicional de género, favorecida por la abolición franquista de toda la obra legislativa republicana

Sin embargo, y ahora que ya conocemos lo que ocurrió (esa es la ventaja de los historiadores), no nos sorprende lo que nos cuenta la autora en ese epílogo final que titula “Los horribles años cuarenta: la vuelta al hogar”. Pues sí. El libro se cierra refrescándonos la memoria y recordándonos, por si se nos había olvidado, que el Franquismo supuso, desde esta perspectiva de género, una profunda involución, una vuelta de las mujeres españolas a su rol tradicional de género, favorecida por la abolición franquista de toda la obra legislativa republicana. Y en lo que afecta a las intelectuales con las que el lector se ha ido familiarizando a lo largo de estas páginas, cabe decir que, obligadas a elegir el tipo de su condena – exilio al extranjero o exilio interior –, hubieron de sufrir además, otra condena más sutil pero igual de dolorosa: la amnesia, la pura prescripción que impuso la dictadura sobre el nombre de estas mujeres, cual damnatio memoriae impuesta en la Antigua Roma sobre la persona non gratas. Un olvido oficial y premeditado de su existencia y una condena a un silencio que borraba del mapa, ese rastro de lucha denodada que durante más de treinta años mantuvieron estas mujeres y que gracias a libros como este Modernas y vanguardistas, podemos ahora volver a explorar.

En resumen, y como he dicho arriba, el libro de Mercedes Gómez Blesa me parece de una utilidad más que justificada, pensando sobre todo, en aquellas que personas que deseen un primer acercamiento a las borrosas figuras de unas mujeres y unos nombres (Campoamor, Nelken, Kent, Zambrano...) que, aunque seguramente les suenen de oídas, no dejan de ser, en el fondo y para la gran mayoría de nuestro país, lo que yo llamo “famosas desconocidas”. En este sentido, este libro es una ocasión magnífica para incursionar en este terreno porque, aun siendo un libro muy bien documentado y trabajado, está escrito con un estilo ameno y un lenguaje muy claro, ajeno a las erudiciones abrumadoras y recargadas, que incita a la lectura y al descubrimiento. Por eso, me parece un ensayo que ofrece una visión panorámica y general del período, idónea para esa misión de despertar el interés (sin duda lo más difícil en estos tiempos que corren) en un público lector que luego ya puede ampliar sus conocimientos con otros libros complementarios de éste, quizá más específicos o monográficos.
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