Juan Antonio González Fuentes
El domingo 15 de abril de 1934, en la pequeña capilla del Carmelo de Colonia,
Edith Stein recibió el hábito del Carmelo y el nombre de
hermana Teresa-Benedictina de la Cruz. Años más tarde, en la primavera de 1938, concretamente el 1 de mayo, la hermana Teresa-Benedictina pronunció los votos perpetuos y recibió el velo negro. El 27 de abril de ese mismo año
Husserl había muerto. El padre franciscano
van Breda salvó los manuscritos del filósofo, quien había sido expulsado de Friburgo por las leyes raciales y toda su obra prohibida. Los textos de Husserl, como posteriormente los de Stein, fueron recogidos en la Universidad católica de Lovaina, formando los Archivos Husserl. El 14 de septiembre del 36, mientras Stein renovaba sus votos con la comunidad Carmelita, su madre moría a los 88 años de edad. Algunos bien intencionados le dijeron a la religiosa que su madre se había convertido al catolicismo antes de morir, a lo que Stein respondió, demostrando tener una fuerte conciencia de la realidad: “La fe inquebrantable que sostuvo su vida entera no ha podido abandonarla a la hora de su muerte. Creo que esta fe le habrá permitido triunfar de los tormentos de su agonía...”. En diciembre de ese año fue su hermana
Rosa la que se convirtió al catolicismo.
Tenemos pues que, en vísperas de la
II Guerra Mundial, y en pleno ascenso del nazismo, la doctora Stein abandonó definitivamente la filosofía académica para dedicarse al rezo y el estudio en el Carmelo. Ya era Sor Teresa-Benedictina de la Cruz.
Los rumores de guerra, las atrocidades cometidas contra los judíos, llegaban constantemente hasta las puertas del convento carmelita de Colonia donde estaba Stein, y ésta comenzó a preocuparse por el hecho de llegar a convertirse en una carga y un motivo de represalias para sus compañeras.
En este sentido, y tras otros incidentes menores, el 10 de abril de 1938 se produjo el siguiente suceso: para pasar desapercibidas, la mayoría de las hermanas carmelitas decidieron abstenerse en las elecciones. Pero Stein se reveló contra esa decisión y aconsejó a las hermanas que votasen contra Hitler. El día de las elecciones una delegación oficial se presentó en el convento e instaló la urna. Ante la ausencia de dos votos de los que estaban censados, el presidente de la delegación preguntó el motivo, a lo que la superiora contestó que una era una enferma mental, y la otra, Stein, una mujer no aria, lo que quedó inmediatamente consignado.
Auschwitz (Polonia)
El suceso empujó a Stein a acelerar su proyecto de expatriación. Pensó primero en ir al Carmelo de Belén, pero sus hermanas carmelitas no querían que se marchase de Alemania. Sin embargo, los acontecimientos del 9 de noviembre con la quema de la Sinagoga de Colonia, el saqueo de negocios y hogares judíos y la persecución de éstos, decidió definitivamente a Stein.
Ante la manifiesta imposibilidad de obtener permiso oficial para ir a Palestina, y la posibilidad real de que Stein fuera capturada y atrajese represalias al convento, la Priora del mismo se puso en contacto con el Carmelo de Echt en Holanda, y pronto Stein fue invitada a sumarse a la congregación holandesa, lo que se produjo pasadas las navidades del año 38. Al parecer, Stein enseguida se aclimató al convento holandés. Como ejemplo de los durísimos tiempos que se abatían sobre los judíos en Alemania, está la propia familia de Edith Stein: su hermana
Erna abandonó Breslau en 1939 rumbo a EEUU, y su hermana Rosa, un año después, marchó hacia Bélgica, aunque tras varias desafortunadas peripecias, acabó trabajando en la portería del convento en el que estaba ingresada su hermana Edith.
En el convento holandés Edith terminó el índice de su libro
Ser finito y ser eterno, y más tarde su estudio sobre la vida y doctrina de
San Juan de la Cruz, con el que quería demostrar la relación existente entre la doctrina y la vida del santo. Mientras, la guerra se extendía por toda Europa y las tropas hitlerianas actuaban no sólo contra los judíos, también contra los católicos y cristianos en general. Concretamente los carmelitas de Luxemburgo fueron expulsados del monasterio que fue convertido en club para las juventudes nazis. Las carmelitas de Colonia esperaban cada día la orden de evacuación. Cuando los nazis invadieron Holanda la priora de las carmelitas de Colonia intentó borrar todo rastro de relación con el convento holandés, y así destruyó casi todas las cartas de Stein y las huellas de su paso por Colonia de marcha a Holanda. Pero algunas de las cartas se conservaron y ofrecen una clara idea del estado anímico de Stein: “En sí, es bueno estar sujeta a la Regla y los deberes cotidianos. El equilibrio no se consigue sin pena ni sin que cueste algo...”. “Es bueno recordar en estos días que la pobreza consiste en llegar a vernos privadas de nuestra clausura... Por eso, es para nosotras un deber conservar tan concienzudamente como sea posible nuestras reglas de clausura, y permanecer tranquilas, ocultas en Dios con el Cristo... Podemos rogar, naturalmente, para que nos sea ahorrada esta coyuntura, pero debemos añadir con sinceridad: Hágase tu voluntad y no la mía”.
Edith Stein, desde la llegada de
Hitler al poder, nunca se resistió a poner en guardia a alumnos, amigos y hermanas carmelitas, tampoco se sintió a resguardo en el convento. Por eso, cuando vio la pesadilla de la Europa ocupada, volvió a preparar la huida, esta vez la segunda. Pensó en Suiza, donde tenía amigos y conocidos, a éstos les pidió que gestionasen su admisión en el convento de Paquier. En enero de 1942, las hermanas del convento de Paquier aceptaron recibir a la refugiada. Pero Stein no quería dejar a su hermana, que al no ser religiosa, sino terciaria, no podía ingresar en el convento suizo, por lo que se requerían muchas más gestiones. La petición de dos visados para Suiza despertó sospechas de la Gestapo que requerió la presencia de las hermanas en la ciudad de Maastricht. El padre provincial intentó interponerse presentándose él mismo ante la Gestapo, pretextando que la clausura impedía la salida de las mujeres. Nada pudo impedir sin embargo que la Gestapo exigiese la presencia de las dos hermanas. Las convocaron, aparecieron y lo primero que hizo Stein fue gritar: ¡Alabado sea Jesucristo!, ante el estupor de la policía. Se las interrogó y amenazó, y se les exigió que en sus carnets de identidad apareciese recogida la gran J que identificaba a los judíos.
En mayo de 1942, la Gestapo convocó de nuevo a las hermanas, pero esta vez en la ciudad de Amsterdam. Los interrogatorios fueron mucho más duros. Stein ya intuía que las gestiones para llevarlas a Suiza no se resolverían a tiempo, por lo que intentó marchar hacia algún convento del Carmelo en España. Con todo, en Suiza sí habían decidido acogerla e intentaban gestionar con rapidez los documentos necesarios para su partida. Stein esperaba y escribía: “Desde hace unos meses llevo sobre mi corazón un versículo del Evangelio según San Mateo, X, 23: Cuando se os persiga en esta ciudad, huid a otra. En verdad, os digo, no habréis acabado de recorrer las ciudades de Israel antes de que el Hijo del Hombre sea venido. Las gestiones con el Paquier siguen su curso. Pero en cuando a mí, estoy tan absorbida por la obra de San Juan de la Cruz, que todo lo demás me es indiferente”.
El 11 de junio de 1942 el episcopado católico y el sínodo de la Iglesia Reformada protestaron juntos ante el comisario del Reich en Holanda por el trato dado a los judíos. Ante la protesta, el comisario adjunto del Reich,
Schmidt, concedió el que los judíos cristianos que lo fueran antes del año 1941 no serían molestados. Sin embargo, las deportaciones masivas eran un asunto que no se había solucionado, por lo que los obispos católicos, de acuerdo con los ministros protestantes, redactaron en común un nuevo mensaje de protesta que se leyó en las iglesias el domingo 26 de julio, y que incluía el texto de la primera protesta.
Las autoridades ocupantes presionaron para que no se leyeran unos determinados pasajes de la protesta, los que decían por ejemplo lo siguiente: “Los infrascritos..., profundamente emocionados por las medidas de excepción tomadas contra los judíos y tendentes a excluirlos de la vida común de la ciudad, han sabido con horror la noticia de las deportaciones masivas de familias judías enteras: hombres, mujeres y niños, hacia los territorios del Este bajo control del Reich... la seguridad de que tales medidas van en contra del profundo sentido moral del pueblo holandés y de los mandamientos de Dios...”.
La lectura de la carta causó conmoción en toda Holanda, y también alarma ante las posibles consecuencias. Edith Stein se enteró durante esas fechas de la deportación de su hermano
Pablo y toda su familia, así como de la de su hermana
Frieda, todos murieron en campos de concentración. Los únicos supervivientes de la familia Stein fueron
Elsa y Erna, que huyeron a Bogotá y Nueva York. Cuando se festejaba la aparente mejora de las condiciones de existencia de los judíos cristianos, todo cambió de repente. El 2 de agosto del 42 las hermanas Stein fueron detenidas por la Gestapo, al igual que aproximadamente otros 300 religiosos no arios de los conventos holandeses. El mismo día 2, el comisario Schmidt, por medio de un discurso oficial, confirmaba que la medida era en represalia contra la protesta de los obispos. Su discurso subrayaba que los protestantes se abstuvieron de citar el pasaje pastoral ya señalado, mientras que los católicos no lo hicieron, por lo que se vieron obligados, cito textualmente, a “perseguir a los católicos judíos como a sus peores enemigos”.
Monseñor de
Jong, en nombre del episcopado de Holanda, protestó el día 23 aludiendo a que casi todas las comunidades protestantes también dieron lectura íntegra del mensaje, y que el intercambio de telegramas entre las autoridades y los obispos no podía considerarse confidencial. Las protestas fueron completamente inútiles. El 5 de agosto llegaron 2 telegramas al convento de Echt, enviados por el ayuntamiento de Westerbork, ciudad del norte de Holanda, donde se encontraba un campo de deportados. En los telegramas se pedía para las dos hermanas ausentes diversos enseres. Dos jóvenes de Echt aceptaron llevar los paquetes hasta el campo de deportados de Westerbork, donde encontraron a las hermanas Stein, escribiendo al respecto: “Sor Benedictina nos dijo que había encontrado parientes y algunos conocidos en el campo. Nos describió el viaje, que se había desarrollado sin incidentes hasta Amersfoort. A partir de esta etapa los prisioneros habían sufrido toda clase de vejaciones y después habían sido empujados a culatazos por los soldados SS a los dormitorios, y encerrados en ellos sin haber tomado ningún alimento..., por orden de las autoridades alemanas, los judíos católicos formaban una categoría aparte, colocada en una barraca especial... La hermana Benedictina nos contaba todo esto con gran calma y recogimiento...”.
La estancia de las Stein en el campo de Westerbork duró hasta la noche del día 6 ó 7 de agosto. El campo contaba con cerca de 1.200 judíos católicos, de ellos 10 ó 15 religiosos. Stein envió dos mensajes al convento de Echt, los últimos escritos conocidos de la carmelita, los dos están dirigidos a la superiora del convento: “Querida Madre: Cuando vuestra reverencia reciba la carta de P... (ilegible), sabrá lo que él piensa. Me parece que en las circunstancias presentes más vale no intentar nada. Sin embargo, me abandono a las manos de vuestra Reverencia, dejándole el cuidado de decidir. Estoy contenta de todo... No se puede adquirir una ciencia de la cruz más que sufriendo verdaderamente el peso de la Cruz. Desde el primer instante he tenido la convicción íntima de ello...”.
El segundo: Querida Madre: ... Mañana por la mañana sale el primer envío hacia Silesia o Checoslovaquia... (Hasta ahora he podido rezar magníficamente)... Mil gracias y saludos a todas.
Poco más sabemos del final de Edith Stein. Uno de los jefes holandeses de la Resistencia escribió a la priora del convento de Colonia que con toda seguridad Stein había muerto a primeros de agosto de 1942 en las cámaras de gas de Auschwitz. Probablemente el último testimonio que tenemos sobre Edith Stein sea el que proporciona una superviviente de Auschwitz, la señora
Bromberg, quien escribió: “Lo que la distinguía de las otras religiosas era su silencio. Tenía la impresión de que estaba triste hasta el fondo del alma, pero no angustiada. No sé cómo decirlo, el peso de su dolor parecía inmenso, aplastante, aunque cuando sonreía, su sonrisa parecía venir de una tal profundidad del sufrimiento que hacía daño”.
El 1 de mayo de 1987, el Papa polaco
Juan Pablo II beatificó a la carmelita Sor Teresa Benedictina de la Cruz. El 11 de octubre de 1998 la canonizó.
Edith Stein, filósofa, judía, víctima nazi y santa (I)
Edith Stein, filósofa, judía, víctima nazi y santa (II)
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NOTA: En el blog titulado
El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.