El periodista y escritor australiano
Julian Assange ha puesto al mundo en jaque con sus filtraciones a través de
Wikileaks. Todos los informativos abren desde hace días su tiempo con las “terribles revelaciones”. Ya saben, la mencionada web pone al descubierto los informes realizados por las distintas embajadas norteamericanas distribuidas por todo el mundo, y el mundo de la diplomacia se tambalea, se viene literalmente abajo.
Desconozco si la propia web y los periódicos que publican la información están dosificándola buscando rentabilidad, es decir, vender más periódicos y que cada vez más gente entre en el portal de Assange. Desconozco si las revelaciones realmente importantes se están dilatando en el tiempo siguiendo los usos y costumbres de los folletines al uso, esperando crear un clímax propicio para lanzar la auténtica y demoledora bomba. Digo esto porque hasta la fecha las “asombrosas revelaciones” son realmente inocuas, previsibles y absolutamente elementales. La diplomacia estadounidense, a tenor de lo desvelado por Wikileaks, queda bastante malparada pero no por lo que se supone, sino porque los informes emitidos los podría haber hecho cualquier ciudadano no muy espabilado de los países en cuestión. Tener una embajada en Roma para llegar a la conclusión de que
Berlusconi es un mujeriego que se tiñe el pelo, es sonrojante. Tener una embajada en Madrid para informar de que
Rodríguez Zapatero es un incapaz, es algo así como para estar abochornado. Y descubrir que la diplomacia norteamericana presiona a los distintos poderes de los países aliados para que no se lesionen los intereses USA, no requiere desde luego un exceso de imaginación. Todos estos informes, todas estas revelaciones, todas estas conclusiones (innsisto, las conocidas hasta ahora)…, las podría haber redactado yo desde el dormitorio de mi calle santanderina, entre sorbo de café y caricia a mi perro.
Para colmo, el escándalo creado por la difusión de estos informes diplomáticos lo que sí revela es la contumaz ignorancia histórica de los periodistas de nuestros días y de la mayoría de sus lectores. Hace siglos que las embajadas de las grandes potencias redactan informes semejantes a los publicados ahora. En el Foreing Office británico deben conservarse toneladas y toneladas de papeles en los que generaciones y generaciones de diplomáticos ingleses han puesto a caldo a reyes, ministros y presidentes de gobierno de todo el globo terráqueo a lo largo de décadas y décadas. Informes en los que se informaba (valga la redundancia) de turbios arreglos, de presiones políticas, de amenazas veladas o directas, de extorsiones en beneficio de intereses económicos británicos, de compra y venta de favores… En fin, de lo que en realidad viene a ser el ejercicio diplomático desde que se inventó: un juego de presiones y represiones, de venta y compra de favores, de amenazas y súplicas, de maniobras en la sombra o a cara descubierta…, siempre en el supuesto beneficio del país e intereses representados.
Hay publicados decenas de libros de historia estudiando y analizando estos informes, y sin ir más lejos se ha estudiado nuestra última guerra civil partiendo de los informes emitidos por las embajadas y consulados de Francia, Inglaterra, EE.UU, Alemania e Italia nuestra geografía.
Querido Julian Assange, no hay nada nuevo bajo el sol, como ya decían los romanos hace unos cuantos siglos. Lo que de verdad revela el fenómeno que has puesto en marcha es el increible espíritu naïf que en el fondo poseen nuestras sociedades occidentales. Sociedades que parecen vivir inmersas en una historieta de
Walt Disney en las que los buenos son muy buenos y los malos muy malos; en las que existen los puros de corazón inmaculado y los malvados a cualquier hora del día.
Lo único preocupante del fenómeno wikileaks es que su éxito es la mejor prueba de nuestro infantilismo.