Juan Antonio González Fuentes
Se aproxima a velocidad de vértigo el comienzo de año nuevo y con él la primera gran fiesta del año recién nacido, la de Reyes. La noche del 5 de enero los niños españoles se meten en la cama inquietos y con la ilusión desbordada: a la mañana siguiente, la del día 6, junto a sus zapatillas o zapatos, los Reyes Magos de Oriente habrán dejado para ellos juguetes nuevos y relucientes, promesa simbólica de los bienes y parabienes que se esperan a lo largo y ancho del año iniciado.
Tengo cinco sobrinos cuyas edades van desde los 11 años de la mayor a los 6 de las pequeñas, y en mi casa Sus Majestades de Oriente también les dejarán algo. Cada vez se me hace más difícil elegir los regalos para los niños, y estoas días lo cierto es que se convierten en un auténtico quebradero de cabeza.
Las dificultades comienzan porque tiene de todo, absolutamente de todo, y continúan porque se han acostumbrado a jugar en soledad frente a una videoconsola o la pantalla de un portátil. Están realmente entregados a la electrónica y sus laberintos de luces, colores y sonidos, las pantallas parecen tener el poder magnético de robarles la voluntad y toda la atención: sencillamente quedan subyugados bajo la hipnosis de la virtualidad catódica que asoma, surge de la pantalla encendida.
No quiero luchar contra la fuerza atronadora de los videojuegos. No quiero y no puedo, es imposible, inútil. Sería algo parecido a luchar contra enormes molinos de viento montado en un jamelgo famélico y con una lanza blanda en la mano. Y además no tendría el consuelo insensato de pensar que cargo contra malandrines de perfil gigantesco, pues soy consciente de lo absurdo de la lucha. Sin embargo no me resisto a que mis sobrinos tengan contacto con otros elementos de imaginación y recreo, con aquellos que pienso son los más valiosos que jamás se hayan inventado, los que a mi me acompañan sin desfallecer desde hace décadas y nunca me han dado la espalda. Me refiero a los libros, fuentes inagotables de lo divino y de lo humano, tesoros cuyos fondos nunca tienen fin, y siempre pueden volverse a empezar, a retomar, a reconstruirse. No quiero que mis sobrinos crezcan ajenos a las páginas escritas. No sé si mi empeño es quimérico y tontorrón, tal vez, pero si los empeños no son de tal naturaleza creo que no merecen la pena, y tampoco deberían adoptar tan espléndido nombre: empeño.
Mosaico de San Apolinar Nuovo (Rávena, Italia)
Para insuflarme algo de ánimo en la quimera me llegan informes de pediatras (esos seres por otro lado casi abominables) que vienen a darme alguna razón medible y, por tanto, con prestigio académico y aceptación social. Dicen los señores y señoras expertos que un libro es mejor que un videojuego desde un punto de vista relacional y cognitivo, aunque hay que saber elegir el libro adecuado (también habría que saber elegir el videojuego adecuado, digo yo).
Para darle a un niño menor de seis meses el don de un libro se hace necesario que el libro tenga profusión de imágenes sencillas que activen los procesos de reconocimiento y que favorezcan y desarrollen los vínculos y relaciones entre la imagen y el objeto real.
A partir del año de vida, los niños deberían tener contacto con libros que presenten historias sencillas, breves y en la que un mismo personaje desarrolle y experimente diversas acciones.
Ya cumplidos y pasados los cuatro años, a los niños hay que otorgarles, como si fuéramos sus hadas madrinas o sus ángeles de la guarda, libros que encierren en sus páginas historias de niños con los que los niños puedan establecer una identificación directa. Es decir, historias en las que los niños, los nuestros, se conviertan en protagonistas del asunto mediante el uso y disfrute indiscriminado y catapultado hacia el infinito de su propia imaginación.
Si a estas recomendaciones le añadimos que los libros deben poseer el perfume especial que sólo poseen los libros, que deben estar bien editados, ser objetos hermosos en sí mismos y vivir en sociedad plural y animada con otros ejemplares de su especie, tendremos entonces no sólo resuelto el regalo de Reyes de los niños de nuestra vida (niños en trágico y constante trance de dejar de serlo en el momento menos esperado), sino que además estaremos dándoles en la mano una herramienta de pasiones y conocimientos que les acompañará siempre y en todo momento en el trance de vivir; les estaremos dando una herramienta de diversión y trabajo cargada de futuro inagotable, de su futuro y del de toda la humanidad en pleno.
Reseña de Juan Antonio González Fuentes en el número de diciembre de Ojos de Papel:
-After Dark, libro de Haruki Murakami
NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.