Reseñas de libros/No ficción
Antony Beevor y Luba Vinogrado (Eds.): "Un escritor en guerra" (Crítica, 2006)
Por Rogelio López Blanco, martes, 3 de octubre de 2006
Antony Beevor ya abordó el comportamiento del Ejército Rojo en sus libros dedicados a las batallas de Stalingrado (Stalingrado, Crítica, 2000), y Berlín (Berlín. La caída, 1945, Crítica, 2002), pero lo enmarcó, dentro de su peculiar estilo de contar las cosas, desde el punto de vista militar, aunque sin olvidar ese componente humano que caracteriza su obra, conseguida a base de pinceladas impresas a partir de los testimonios de aquellos personajes, tanto políticos y militares de alta graduación como simples suboficiales, soldados o civiles, que poblaban las acciones militares. Ahora, con las aportaciones recabadas a partir de los escritos de Vasili Grossman da completamente la vuelta al calcetín, el factor humano en la guerra aparece el primer plano y las grandes estrategias y tácticas, los movimientos militares y las órdenes trascendentales, quedan como elementos que enmarcan el curso de lo relatado.
Nacido en el seno de una familia judía en la localidad ucraniana de Berdicheva, Vasili Grossman vino al mundo el 12 de diciembre de 1905 y murió, víctima de un cáncer de estómago, en 1964, en medio de la penuria y el acoso oficial, rodeado de unos pocos amigos y sabiendo que su obra capital, la novela Vida y destino, cuya escritura había rematado en 1960, había sido prohibida y las copias manuscritas o mecanografiadas secuestradas por el aparato censor del régimen comunista, que además se llevó en los registros de la casa del autor y de la mecanógrafa desde el papel carbón hasta las cintas de la máquina de escribir.
Para confeccionar el presente volumen, Beevor y su colaboradora, Luba Vinogrado, se han nutrido básicamente de los cuadernos de notas del periodista, los artículos que publicó en Estrella Roja (Krasnaia Zvezda), el diario del Ejército Rojo, el más popular y leído durante la guerra -en gran medida gracias a Grossman-, las cartas a familiares y amigos y, lo menos abundante, en algunos comentarios que dejaron escritos sus compañeros (Ilia Ehrenburg) y superiores (David Ortenberg, director de Estrella Roja).
Beevor pondera la virtudes de Grossman como corresponsal. El reportero se preocupó por estudiar los factores militares (jerga, equipo, táctica, armamento,...), tenía un especial arrojo, mientras la mayoría de sus compañeros preferían permanecer al calor del cuartel general de turno, y era extremadamente honrado, no se atenía a la norma no escrita de insertar consignas políticas en sus crónicas y supo ganarse la confianza de los soldados
Cuando la Alemania nazi, ante la incredulidad de Stalin, pese a las numerosas advertencias que había recibido de la inteligencia y de los puestos avanzados de la frontera, empezó la operación Barbarroja, el 22 de junio de 1941, con la estrepitosa derrota soviética y el continuo avance de los alemanes por el territorio de la URSS, Vasili Grossman intentó alistarse, pero no fue dado como útil para la guerra. Esto le llevó a solicitar empleo en el periódico del ejército, bajo el mando del general Ortenberg.
Beevor pondera la virtudes de Grossman como corresponsal. El reportero se preocupó por estudiar los factores militares (jerga, equipo, táctica, armamento,...), tenía un especial arrojo, mientras la mayoría de sus compañeros preferían permanecer al calor del cuartel general de turno, y era extremadamente honrado, no se atenía a la norma no escrita de insertar consignas políticas en sus crónicas y supo ganarse la confianza de los soldados, a quienes sabía escuchar con respeto, absteniéndose de tomar notas en su presencia (las pasaba a papel posteriormente) y sin presionar ni forzarlos valiéndose de su superior graduación, ganándose su confianza y admiración, algo que Beevor considera ciertamente notable. Según el historiador británico, la clave del éxito de Grossman, además de ser extraordinariamente meticuloso en sus entrevistas, reside en que “...no era un observador desapasionado. La eficacia de sus escritos provenía de su propia respuesta emocional a los desastres de 1941”.
Las anotaciones de las que se auxiliaba Grossman estaban terminantemente prohibidas, si hubieran caído en manos de la NKVD su destino habría sido el Gulag. Se daba también la circunstancia de que no era miembro del partido comunista y de que no se había hecho acreedor precisamente de la admiración de Stalin, cuya presencia en sus escritos de guerra y novelas ambientas en el conflicto bélico fue prácticamente nula. Por lo demás, se había librado por los pelos de las terribles purgas de los años 1937 y 1938. Políticamente, Grossman “no era nada proclive al estalinismo, aunque estaba convencido de que sólo el comunismo soviético podía hacer frente a la amenaza del fascismo y el antisemitismo”.
Grossman pugnaba por dar el mayor eco público posible al Holocausto, pero chocaba con la directrices estalinistas que consideraba que los judíos no podían ser considerados de ninguna manera como víctimas especiales, razón por la cual las autoridades hacían todo lo posible por ocultar la particularidad de las masacres
Participó en los momentos más cruentos y críticos de la guerra, estuvo justo delante de la embestida alemana en Ucrania, salvándose por los pelos de quedar embolsado en la ofensiva del general Guderian, y presenció la precipitada retirada, en medio del caos, que condujo a la destrucción de Gomel y Kiev. Más tarde, tras la detención de la ofensiva a las puertas de Moscú, en el invierno del 41, fue destinado a la zona extremo oriental de Ucrania, cerca de los lugares del Donbass donde comenzó a preparar su gran novela sobre el primer año de guerra El pueblo inmortal, reconocido por los soldados como “el único informe veraz”. Luego, en agosto de 1942, su destino fue Stalingrado, donde permaneció más de tres meses (hasta que fue relevado en enero de 1943), en medio de la más encarnizada lucha, a vida o muerte, que constituyó una de las más grandes experiencias de su vida. Su injusto relevo, cuando estaban a punto de cambiar las tornas, tras haber sufrido lo más difícil y duro del combate, le llevó 300 kilómetros al sur, a Kalmukia, zona recién recuperada por los soviéticos, dónde tomó notas sobre el fenómeno de la ocupación alemana (colaboración, represión, etc.) antes de que llegaran las fuerzas de depuración del NKVD.
Pocos meses después, Grossman estuvo presente en la mayor batalla de tanques de la historia, Kursk. Con la progresiva recuperación de Ucrania, tuvo oportunidad de visitar su ciudad natal, Berdichev, donde constató lo que llevaba presintiendo desde el inicio de la guerra, el asesinato de su madre, una víctima más dentro del conjunto del exterminio sistemático de los judíos. Allí pudo comprobar conmocionado la colaboración de los ucranianos en la masacre, aunque no olvidó que la acción de los comunistas sobre los ucranianos con las hambrunas y la represión generalizada sobre los kulaks en los años veinte y treinta había echado a éstos en brazos de los nazis. A la postre, los judíos habían sido el chivo expiatorio de aquella venganza.
Grossman pugnaba por dar el mayor eco público posible al Holocausto, pero chocaba con la directrices estalinistas que consideraba que los judíos no podían ser considerados de ninguna manera como víctimas especiales, razón por la cual las autoridades hacían todo lo posible por ocultar la particularidad de las masacres. Con la llegada de las tropas soviéticas a Polonia, el periodista tuvo oportunidad de ver en directo los campos del horror, concretamente Treblinka y Majdanek. La lectura de su artículo “El infierno de Treblinka” (páginas 346 a 375), compuesto a partir de las entrevistas con alguno de los escasísimos supervivientes, vigilantes capturados y campesinos polacos que vivían en las cercanías, constituye una experiencia estremecedora e impactante en grado sumo por el vívido contenido de lo descrito. Tan es así que, como señala Beevor, fue citado en el juicio de Nuremberg.
Finalmente, Grossman presenció la ofensiva contra Berlín y, como siempre, sin dejar de subrayar el heroísmo de las tropas soviéticas, su sentido de la justicia y la ecuanimidad de sus observaciones le obligaron a tomar nota de los abusos sistemáticos sobre las mujeres, incluyendo aquellas compatriotas que habían sido deportadas a territorio alemán como mano de obra esclava, y el pillaje por parte de muchos soldados y oficiales del ejército Rojo.
El hecho de que quizá Vasili Grossman fuera la persona que más había visto sobre la guerra en el frente del Este y el valor de sus minuciosos sus apuntes, fortalecidos por la naturaleza de una personalidad regida por valores morales difíciles de entender en tiempos de paz, hacen del personaje y su obra uno de los mejores testimonios que se pueden tener sobre ese frente y la evolución del Ejército Rojo en combate.