Durante muchos años, de modo intermitente por intercalar otras pesquisas, se
ha dedicado a indagar sobre alguien tan escurridizo. De hecho, muchas veces fue
la sombra de Paesa la que se cruzó en las investigaciones que llevaban a cabo el
periodista y sus compañeros. Está el caso Roldán, donde tuvo un protagonismo
capital, el asunto de los GAL, la lucha antiterrorista contra ETA... El apogeo
del camaleón se alcanza con su muerte fingida en julio de 1998 y posterior
“resurrección” a la fuerza en 2005, gracias a los esfuerzos del autor del
libro.
El libro comienza abordando el asunto de ex director de la Guardia
Civil, Luis Roldán, quien huyó de España tras descubrirse que había cobrado
ilegalmente de los fondos reservados unos 300 millones de pesetas y defraudado
otros 1500 por cobro ilegal de comisiones por la construcción de numerosos
cuarteles de la Benemérita. Aunque no el más grave, infinitamente peor fue el
terrorismo de Estado, se puede decir que resultó ser el caso más sonado de
corrupción de la época felipista. Paesa se encargó personalmente de encubrir al
prófugo, blanqueó su dinero y, finalmente, amañó una entrega supuestamente
pactada del fugitivo en el chusco episodio del aeropuerto de Bangkok. Fue una
habilísima jugada que le reportó toda la fortuna amasada ilegalmente por Roldán
y una prima de 300 millones a cuenta de los fondos reservados del Ministerio del
Interior. Paesa, que siempre tuvo escondido a Roldán en París, hizo creer que
éste se refugiaba en distintos países latinoamericanos y luego
asiáticos.
A primera vista, puede no apetecer
la lectura de ese retorno a un pasado en el que sólo destacan los rasgos más
tétricos, pero es una inmersión necesaria. De aquella experiencia salió una
democracia depurada y un Estado de derecho consolidado, en el que la separación
de poderes y la libertad de prensa impusieron su ley
Pero la historia de este embaucador comienza muchos años
antes, cuando trata de estafar al dictador guineano Macías. En el intento,
fracasado cuando todo estaba a punto de caramelo, demostró tal capacidad e
iniciativa, don de gentes y contactos internacionales que fue reclutado por los
servicios secretos de Carrero Blanco en 1968. Desde ese momento, siempre tuvo
estrechas relaciones con la inteligencia española y el departamento de Interior,
gobernase quien gobernase. Esto le proporcionó cobertura en las situaciones
difíciles, fruto de sus estafas en España y el extranjero, particularmente en
Suiza y Francia. Su trayectoria está jalonada de negocios fraudulentos, como
transacciones financieras, operaciones inmobiliarias, blanqueo de dinero,
contrabando de armas y servicios especiales para gobiernos, organizaciones y
empresas. Contó también con buenos contactos en la inteligencia francesa y un
equipo de gente experta y decidida que empleó inteligentemente para guardarse
las espaldas. Esto no supuso una impunidad total, pues sufrió alguna experiencia
carcelaria, pero, en términos generales puede decirse que, arriesgando lo que
arriesgó, salió bastante bien parado de todas sus vicisitudes.
No todo
fue negativo. Arriesgó mucho, su integridad física incluida, colaborando en la
denominada posteriormente Operación Sokoa, que supuso la caída de aparato
armamentístico y la red de extorsión de ETA.
A primera vista, puede no
apetecer la lectura de ese retorno a un pasado en el que sólo destacan los
rasgos más tétricos, pero es una inmersión necesaria. No sólo para tener más
datos y una perspectiva cabal de lo que sucedía entre bastidores y en las
cloacas del Estado. De aquella experiencia salió una democracia depurada y un
Estado de derecho consolidado, en el que la separación de poderes y la libertad
de prensa impusieron su ley. Detrás de ese impulso renovador que acabó con la
amenaza de que el sistema político español sucumbiera a una inercia de
corrupción y adulteración de las instituciones que haría fracasar el último
intento de modernización política del siglo XX, estuvieron unos cuantos
periodistas, jueces, fiscales, políticos e intelectuales... No fueron muchos,
pero sí suficientes. Manuel Cerdán fue, y es, uno de ellos. Como otros
compañeros de la profesión, apoyándose en muy contados medios de comunicación,
contribuyó decisivamente a esclarecer las tramas negras, el terrorismo de Estado
y la corrupción sistemática. Uno más en una labor de conjunto que aún no ha sido
suficientemente reconocida por la sociedad española.