El Pato Donald es un ridículo pato vestido ridículamente con un ridículo traje de marinerito que, sin embargo, quiere pasar por ejemplar sesudo y responsable, por respetable adulto de seriedad contrastada e inmarcesible. Pero la propia naturaleza del dibujo y su sempiterna y marinera puesta en escena niegan de raíz la mayor, condenando al Pato Donald a su propia e inútil reivindicación desde el enfado permanente, la irascibilidad, el desquiciamiento gratuito, la paranoia. Pero quizá la característica esencial de Donald, sobre todo del Donald reivindicativo de sí mismo, es que nunca se le entiende casi nada, y menos cuanto más y más alto grita
Juan Antonio González Fuentes
Jamás, ni de muy niño, me gustaron ni las historias ni los personajes creados por Walt Disney. Nunca supe muy bien el porqué de esa inquina contra dibujos tan “adorables”. Un día, no hace tanto, de repente di con la razón: no puedo soportar lo adorable, me pongo en su contra inmediatamente.
De los adorables personajes hay varios que me resultan estomagantes, y entre todos ellos se llevan la palma sobre todo dos: el ratón Mickey y Gooffy. Ambos simbolizan las virtudes del majadero, son dos completos idiotas encantados de serlo y de conocerse. No puedo con ellos ni con su variopinta parentela. Su bondad tontorrona e ingenua me provoca instintos asesinos.
Tan sólo dos personajes Disney despiertan en mi interior alguna simpatía. El perro Pluto y el pato Donald. El primero encarna en un perro supuestamente adulto todos los comportamientos simpáticos y perdonables de la inmadurez canina. Pluto es un perro infantil, un eterno, torpe y juguetón cachorro incapaz de sensatez, de sentar la cabeza y encontrar alguna utilidad a una naturaleza canina. Pluto es un desastre perpetuo, y viene a representar el espíritu de aquellos que, peinando canas en el mejor de los casos, si lograsen despojarse de condicionantes sociales y psicológicos, hallarían un gran placer revolcándose por las alfombras de casa simulando tremendas luchas contra tigres, piratas, alienígenas, apaches y comanches imaginarios.
Walt Disney: La lavanderia de perros de Donald (Aragorn96185)
Donald es el reverso de la misma moneda. Un ridículo pato vestido ridículamente con un ridículo traje de marinerito que, sin embargo, quiere pasar por ejemplar sesudo y responsable, por respetable adulto de seriedad contrastada e inmarcesible. Pero la propia naturaleza del dibujo y su sempiterna y marinera puesta en escena niegan de raíz la mayor, condenando al Pato Donald a su propia e inútil reivindicación desde el enfado permanente, la irascibilidad, el desquiciamiento gratuito, la paranoia, el insulto y la bravuconería. Pero quizá la característica esencial de Donald, sobre todo del Donald reivindicativo de sí mismo, es que nunca se le entiende casi nada, y menos cuanto más y más alto grita. Donald se desgañita seriamente exigiendo un respeto y una consideración que él, con su actitud y su puesta en escena, socava con cada intervención iracunda.
Debí ser un niño raro, y soy, desde luego, un adulto raro. No, no es una opinión, es un diagnóstico. La idiotez santurrona de Mickey me repugnaba con siete años y aún hoy lo sigue haciendo. El mal genio, la ingenua e infantil mala baba de Donald siempre me han resultado simpáticas. ¡¡¡Tengo mucho más de Donald que de Mickey, dónde va a parar!!! Y bien contento estoy del hecho.
El Pato Donald acaba de cumplir años. Setenta y cinco para ser precisos. Si no fuera un dibujo siempre lozano y cargado de energía, Donald sería hoy ya un venerable anciano, cobrador de jubilaciones y con algún achaque escondido entre las plumas blancas de sus alas grises.
El Pato Donald tiene un Oscar de Hollywood por su carrera cinematográfica, e incluso una estrella en el Paseo de la Fama de la ciudad americana del cine. Donald, tras 75 años de lenguaje ininteligible, continúa siendo el alma y el corazón de los niños que no se conforman y protestan airados y con malas pulgas, exclamando improperios y razonamientos que nadie entiende, que nadie comprende de ninguna forma. El Pato Donald es la encarnación casi perfecta del enfado infantil, su esencia hecha dibujo, personaje. Todos, todos sin excepción nos hemos convertido alguna vez en el Pato Donald cabreado. Por eso lo entendemos tan bien.
Últimas colaboraciones de Juan Antonio González Fuentes en Ojos de Papel:
-LIBRO: Jesús Pardo, Borrón y cuenta vieja (RBA Libros, 2009)
NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.