Juan Antonio González Fuentes
La noticia de la concesión de los
premios Planeta de este año 2007 me llegó cuando cenaba ayer en el Tenis de Santander en compañía de unos amigos y compañeros. Estábamos cenando tras haber inaugurado esa tarde, en el Ateneo de Santander, un ciclo de conferencias organizado por la Asociación Cultural Plaza Porticada sobre los poetas
José Luis Hidalgo y
Vicente Aleixandre en sus correspondientes aniversarios, en el primero de los casos los 60 años de su muerte y en el segundo los 30 del Premio Nobel.
El profesor de la literatura española de la Universidad de Salamanca y crítico literario del
ABC,
Luis García Jambrina, había hablado en el Ateneo del contexto poético español en el que se produjo la poesía de Hidalgo, y también de su relación de amistad con Aleixandre. Ahora ocupaba su lugar en la mesa de forma redonda en la que cenábamos junto a personas como el profesor, crítico literario y presidente del Ateneo de Santander,
Carlos Galán, la empresaria y antigua diputada
Elena García Botín, el abogado
Enrique Bolado o el vicepresidente de la Fundación Endesa
Antonio Tornell.
Boris Izaguirre
A lo largo de la velada alguien recordó que en el trascurso de la noche se concederían los premios Planeta de literatura, y en seguida se pusieron encima de la mesa como candidatos principales de las variopintas quinielas los nombres de
Boris Izaguirre, Fernando Savater o
Juan José Millás. Uno de los presentes había sido en alguna ocasión jurado del premio, y otro había asistido en directo a cómo se le proponía a un futuro premiado el galardón. Enseguida se habló de cómo estos premios generalmente se encargan directamente a escritores cuya resonancia mediática puede aumentar el número de ventas; también se trató del creciente desprestigio del galardón; de la personalidad de su antiguo impulsor, el señor
Lara; del negocio económico que implica todo lo relacionado con el Planeta; de la carencia en nuestra literatura de un premio literario realmente importante y serio destinado a escritores en pleno proceso de consolidación... En fin, como suele ocurrir en este tipo de cenas se trataron muchos asuntos salpicándolos de anécdotas, ocurrencias, chismes y demás palabrería destinada al entretenimiento, el humor y de vez en cuando, muy de vez en cuando, a hacer algo de sangre.
Pasada la media noche llegó a la mesa, no sé de qué manera, la confirmación de la noticia: Millás ganador y Boris finalista. A partir de ese momento, y durante los postres y el café, las conversaciones incidieron en lo increíble de que Boris Izaguirre, el televisivo, pudiera haber sido finalista de un Premio que han ganado o en el que también han sido finalistas:
Álvaro Pombo, Bryce Echenique, Cela, Vargas Llosa, Savater, Muñoz Molina, Néstor Luján, Torrente Ballester, Fernán Gómez, Umbral, Juan Benet, Vázquez Montalbán, Marsé, Ramón J. Sender, Ana María Matute... Al final de las tartas y los descafeinados de máquina con sacarina, la conclusión era inapelable: el Planeta, si Boris es finalista, definitivamente es un premio de mierda.
Yo procuré mantenerme callado, abriendo la boca sólo lo indispensable. No me desenvuelvo nada bien en este tipo de situaciones, y mis “brillantes” ideas se quedan absolutamente en nada cuando intento expresarlas casi siempre de forma aturullada, vaga e imprecisa. Pero sí guardo la seguridad absoluta de haber pensado durante toda el rato lo irrelevante de la discusión. Pensémoslo tan sólo un instante. ¿Qué es en realidad el premio Planeta? Una forma de marketing para vender centenares de miles de libros entre el mes de noviembre y las fiestas navideñas de cada año. ¿Cuántas grandes novelas de verdad ha situado en el mercado y en las estanterías de las bibliotecas el premio a lo largo de sus décadas de historia? ¿Tres, cuatro, cinco? Paremos de contar. ¿Tiene alguna relevancia estrictamente literaria y cultural el premio Planeta en las letras hispanas, como sí puede tenerlo, por ejemplo en Francia el
Goncourt? No, ni por asomo. ¿Cuántos premios Planeta han supuesto un avance serio, un ir más allá novedoso y arriesgado en la novelística española contemporánea? Respondo con prontitud:
El aire de un crimen, de Juan Benet tan sólo, y fue el finalista.
Ante tal cúmulo de evidencias no entiendo por qué hay amantes de los libros que se rasgan las vestiduras un año si es premiado en el Planeta Boris Izaguirre. Antes lo han sido un cúmulo bastante numeroso de escritores olvidables, o de buenos escritores cuya obra galardonada no ha supuesto nada en su carrera, sólo, y entiendo que no es poco, un ingreso muy apreciable en su cuenta corriente y, tal vez, en algunos casos, la obligación de publicar con la editorial Planeta libros cada cierto tiempo fruto tan sólo de la obligación, y nunca de la inspiración o de la necesidad de contar algo.
¡Boris Izaguirre finalista del Planeta!, y algunos se dan rotundos golpes en el pecho al decirlo, y ponen los ojos en blanco y se indignan. ¿Acaso Millás es
Borges o
Cervantes? ¿Hasta el momento ha escrito Juan José Millás algún libro cuya vida literaria tenga una caducidad que supere el corto plazo? De verdad, si hablamos de literatura seamos un poco serios, y sepamos situar sin complejos ni patrioterismos absurdos la realidad de la narrativa española del último siglo: periferia de la periferia en la inmensa mayoría de los casos.
Dentro de este contexto es irrelevante el premio Planeta para todo el mundo salvo para la empresa editora y para el galardonado, que tiene para vivir bastante bien una temporada. Boris Izaguirre encaja perfectamente dentro del marketing que rodea y potencia el verdadero objeto del galardón: explosión mediática y ventas, muchas ventas de libros que amarillearán casi todos en las mesitas de noche de nuestro país (de ningún otro, claro) sin apenas abrirse.
A Boris lo entrevistarán hasta en las gacetillas de las parroquias, seguirá exhibiendo de televisión en televisión, de programa en programa su homosexualidad desinhibida, frívola y evanescente como si de una gran broma deshumanizada se tratara, hablará durante unos meses en todos los Cortes Ingleses de España de literatura y sentará cátedra en cuanto tema aborde, y, en definitiva, venderá y firmará muchos ejemplares de un libro que, ya se ha apuntado, ni siquiera ha escrito de verdad él. Y qué más da.
Fuera de este pequeño circo literario de irrelevancia aplastante, mirando alguna estantería de mi biblioteca, descubro en los lomos de los libros que se apilan los nombres de
Faulkner, Balzac, Henry James, Conrad, Clarín, Cortázar, Chejov, Proust, DeLillo, Valle-Inclán, Dickens, Jane Austen, Rulfo... Y ante tal panorama sólo puedo pensar que antes de morir, si lo hago viejo y arrugado, me quedarán por delante, en el mejor de los casos, quizá mil nuevas lecturas, y hacerle un hueco entre ellas a Boris o a Millás me resulta idea de locos o de idiotas. No seguiré con
Shakespeare y sus secuaces, no puedo permitirme perder el tiempo.
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NOTA: En el blog titulado
El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.