Juan Antonio González Fuentes
Fue durante un largo y pesado viaje en tren a París cuando leí
El primo Basilio. Mi interés por
Eça de Queiroz había nacido ya algún tiempo antes con la lectura de
La ilustre casa de Ramires, libro que, si mal no recuerdo, se encontraba perdido en la biblioteca de mis padres, y en el que me fıjé por pura casualidad, quizá llamada mi atención por su dorado lomo y su profusa decoración pasada de moda. Desde entonces he procurado adquirir y leer todo lo que en castellano se ha cruzado en mi camino del escritor portugués, aunque esta es la hora en que pienso que ninguno de sus libros me ha gustado tanto como
El primo Basilio.
Si solamente fıjamos nuestra atención en el mero argumento de la obra -algo de lo que un buen lector suele huir con prontitud-, tendremos que
El primo Basilio podría pasar por una novela mas de ésas que con académica facilidad se despachan adscribiéndolas al prolífıco realismo naturalista del XIX. Eça de Queiroz traslada a Lisboa lo que
Flaubert ya había narrado aproximadamente veinte años antes en
Madame Bovary, es decir, la caída en adulterio (el popular pecado decimonónico por excelencia) de una joven de clase media y escasa formación que, fuera de su matrimonio, no tiene ningún objetivo y está aburrida de su vida ociosa. La historia acaba del único modo en que en la época podía acabar semejante historia, con la expiatoria muerte de la adúltera protagonista perdonada, eso sí, por su amante y comprensivo esposo.
Eça de Queiroz
La obra, tal y como hasta aquí han ido las cosas, no parece presentar un especial interés para el que a ella se acerque. Sin embargo, de las propias limitaciones que se impuso Eça de Queiroz a la hora de escribir su historia, nacen los elementos que a, mi juicio, le dan todo su valor al trabajo.
A finales de los años 70 del XIX, y de acuerdo con lo que el creía una especie de compromiso moral para con su país, Eça de Queiroz se propuso escribir una serie de novelas cortas que mostrasen los vicios de la sociedad portuguesa. En estos trabajos, de las que con sus 418 páginas de la edición por mi manejada
El primo Basilio en algún momento formó parte, el autor procuró no permitirse la descripción obsesiva de los ambientes que tan bien conocía, la caracterización pormenorizada e individual de los personajes, la reproducción detallada de sus sentimientos, frustraciones y demás "elementos psicológicos" que entonces toda novela que se preciase de serlo parecía exigir. En definitiva, el escritor se impuso, buscando una brevedad no obtenida, apuntar sus personajes a manera de arquetipo y presentar el ambiente en el que se desenvuelven precisando sólo sus elementos mas definidores. Este esfuerzo de personal concisión le obligó a trabajar el principal logro de su trabajo, me refiero a la irónica y sagaz representación esquemática de la sociedad lisboeta de finales del XIX, a través de unos personajes muy logrados en su concisión, entre los que destacan, sin duda, el consejero Acácio y, sobre todo,
Juliana, criada al servicio de la adúltera
Luisa.
Este último es un personaje que desde el principio me resultó desasosegante. Comenzó la cosa cuando con rapidez su rostro se formó en mi mente con los precisos rasgos de la grandiosa pianista
Maria Joao Pires, algo a lo que no pude poner ningún remedio, no deteniéndome tampoco en buscar una hipotética explicación. Pero la cosa se agudizó cuando ante mí comenzó a crecer y desarrollarse el odio de Juliana hacia Luisa, un odio que, y esto es lo que desbarató por completo a mi inagotable ingenuidad, no residía en la existencia de un conflicto personal entre ellas o, en su defecto, de dogmáticas diferencias morales o de otra índole, digamos poco tangible, únicos motivos hasta esa fecha que yo contemplaba cómo posibles causas de odio eterno. No, todo se presentaba de modo más sencillo (¿o complicado?), Juliana odiaba a Luisa porque ella era la criada y la otra la señora, porque la vida le había puesto a ella en una posición de acatamiento y miseria frente a la otra sin mediar razón alguna de peso.
En pocos libros he visto presentado con tanta nitidez y acierto el conflicto social reducido además, quizá para su mejor comprensión, a la esfera de unas cuantas habitaciones y al enfrentamiento entre tan sólo dos individuos.
Esta poderosa y devastadora sencillez del conflicto con tanta habilidad literaria plasmada, me produjo el desasosiego que siempre deja en uno la asunción de su pobreza comprensiva, de su falta de imaginación y recursos para construir realidades diferentes y más complejas a las que le han venido dadas, y transformó por completo mi concepción y acercamiento a la naturaleza de los conflictos humanos. Y todo gracias a una novela escrita en portugués.
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NOTA: En el blog titulado
El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.