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Rick Hanson y Richard Mendius: <El cerebro de Buda. La neurociencia de la felicidad, el amor y la sabiduría (Editorial milrazones, 2011)

Rick Hanson y Richard Mendius:

    TÍTULO
El cerebro de Buda. La neurociencia de la felicidad, el amor y la sabiduría

    AUTORES
Rick Hanson y Richard Mendius

    EDITORIAL
milrazones

    TRADUCCCION
Jesús Ortíz Pérez del Molino

    FICHA TÉCNICA
ISBN 9788493755256. Barcelona, 2011. 248 páginas. 22 €




Reseñas de libros/No ficción
Rick Hanson y Richard Mendius: El cerebro de Buda. La neurociencia de la felicidad, el amor y la sabiduría (milrazones, 2011)
Por José Cruz Cabrerizo, miércoles, 1 de febrero de 2012
Los hombres de mi generación conforme avanzan en edad hablan cada vez menos de la mili, de la puta mili, o del servicio militar. Lo cual es un consuelo para mí que no tuve la oportunidad de servir a la patria como soldadito español, soldadito valiente. Los hombres de mi generación, pasados los formalismos iniciales, esfumado el pudor primero, disipada la corrección política o la autocensura, nos endiñamos un codazo cómplice para avisarnos si vamos por la calle. Y si estamos en una cafetería levantamos las cejas y desviamos los ojos apuntando en una dirección concreta. Las concubinas chinas, durante no sé cuántas dinastías, tuvieron un código secreto para comunicarse mediante gestos faciales que pasaban inadvertidos a un observador ajeno.
Los hombres de mi generación tenemos menos sesos para la encriptación, y no hace falta ser aquel Pitagorín de los tebeos para adivinar que el movimiento espasmódico viene a decir: “Tío, mira esa lo buena que está”. Y, ya felizmente olvidados los días de chusco y cetme que yo no caté, recuperados del encefalograma plano que nos produce la visión de la chica / mujer / hembra dressed to kill o vestida para matar, el corro de manolos salta del tema que sea (descartado el registro cuartelero) a la discusión no menos bizantina de siempre, al porqué de nuestro perpetuo estado de vigilia en lo referente a los pensamientos libidinosos. Y ahí es cuando yo digo lo de que los hombres/machos somos darwinianos y por eso todo el día queremos estar aventando nuestra semilla en las eras (o en los pajares si me apuran, como era costumbre en tiempos que no llegamos a conocer) por que en realidad siempre estamos pensando en perpetuar nuestra huella genética. Y es cuando las cabezas se giran, y hasta los que tienen carreras de ciencias me miran con gesto de “mí no comprender”, o con expresión directamente reprobatoria. La próxima vez, para demostrarles que estaba en lo cierto, o sea, que los hombres estamos hasta las cejas de testosterona y las mujeres hasta las tetas de oxitocina y por eso nuestros comportamientos son tan opuestamente pendulares, me llevo este libro.

El cerebro de Buda. La neurociencia de la felicidad, el amor y la sabiduría no es una obra sobre hombres y mujeres, ni afortunadamente un pretendidamente milagroso manual de autoyuda, ni uno de esos libros novelados con que un norteamericano es capaz de explicar los sistemas de numeración desde el octal al hexadecimal y la suma en binario con acarreo. Es simple y llanamente un ilustrativo manual divulgativo que sin perder el rigor, y en la línea de la idea de la plasticidad cerebral (lo digo porque a los de mi generación, los que despertaron al toque de corneta, se nos presentó la máquina de pensar como un mecanismo rígido), circula en dos direcciones (al contrario que las corrientes sinápticas, de las que en inglés diríamos que son “single-minded”, no tienen más que una idea en la cabeza, en este caso la de circular en una sola dirección). Las dos direcciones a que me refiero son: de aquí para allá el cerebro fabrica los pensamientos / de allá para aquí los pensamientos a su vez moldean al cerebro, y determinadas actitudes y comportamientos establecerán un lazo de realimentación que reforzarán a aquel en su predisposición al sufrimiento (como cuando los de mi generación avistamos una chica / mujer / hembra a la que sabemos nunca podremos optar). Página 20: “Solo los humanos nos preocupamos por el futuro, lamentamos el pasado y nos culpamos por el presente. Nos sentimos frustrados cuando no podemos tener lo que queremos, decepcionados cuando acaba lo que nos gusta. Sufrimos porque sufrimos. Nos molesta el dolor, nos sentimos enfadados por la muerte, tristes por despertar tristes otro día. Esta clase de sufrimiento, que abarca la mayor parte de nuestra infelicidad e insatisfacción, es construido por la mente.

Nuestro cerebro es una máquina que tiene implementados unos algoritmos que si bien en su día ayudaron a crear las condiciones de perpetuación de la especie, a día de hoy constituyen una rémora

Cualquiera con algo de luces y dos dedos de frente sabe que sólo a partir de conocer cómo funciona cualquier máquina, instrumento, dispositivo, gadget, se puede determinar qué fallo tiene en caso de avería. Por eso mismo, lo primero que esta obra traza es un mapa del cerebro que hasta yo mismo he sido capaz de entender; qué fluidos lo mueven; y al modo de una organización, cuáles son sus puntos fuertes y sus amenazas. Así, la obra alcanzará su propósito de aligerarnos de cierto sufrimiento si somos capaces de recordar que no somos culpables de que aún en reposo en nuestro cerebro haya un ruido de fondo en forma de ansiedad que nos mantiene alerta (“Sesgo de negatividad”, página 50), que en este órgano las señales negativas se sobremodulan en detrimento de las positivas (en las relaciones sociales se necesitan cinco interacciones positivas para vencer los efectos de una sola interacción negativa), etc. Algo habrán conseguido los autores si somos capaces de entender que nuestro cerebro, y por extensión nuestra conciencia, es una máquina que tiene implementados unos algoritmos que si bien en su día ayudaron a crear las condiciones de perpetuación de la especie, a día de hoy constituyen una rémora. Puedo referirme por ejemplo a algo tan universal y nuclear como el sentido del “nosotros” (cooperar para la supervivencia) y el “ellos” (luchar para arrebatarles unos recursos que en un futuro pueden sernos necesarios).

No se me debe olvidar que aparte de proponer algunos métodos sencillos para conseguir unos objetivos mínimos de “estado mental”, la obra incide muchas veces en una cuestión importante: ser compasivos con nosotros mismos.

El libro tiene al final de cada capítulo un útil compendio de puntos clave que le ayudarán a rebobinar y otro de los bloques del libro también está dedicado a los problemas de saturación que presentan los cerebros del siglo XXI, sometidos a un bombardeo de estímulos constantes, por mucho que el cerebro de por sí nunca desconecte, porque dicen Rick Hanson y Richard Mendius que si a uno lo sumergen en una piscina salada con agua caliente y en una oscuridad y silencio absolutos, ante la falta de estímulos el cerebro empieza a autoinducir imágenes alucinatorias para tener algo que procesar. “A mí que me metan en la piscina que tú dices. Pero con una gachí dentro (mi amigo Manuel García, con el que a veces me codeo y me avisa y le aviso, y que es de mi generación, utiliza a veces términos casposos), y verás como la sangre de los sesos se me va a otro sitio. Me quedo in albis, quillo.”
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