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J. G. Ballard: Milagros de vida. Una autobiografía (Mondadori, 2008)

J. G. Ballard: Milagros de vida. Una autobiografía (Mondadori, 2008)

    TÍTULO
Milagros de vida. Una autobiografía

    AUTOR
J. G. Ballard

    EDITORIAL
Mondadori

    TRADUCCCION
Ignacio Gómez Calvo

    OTROS DATOS
Barcelona, 2008. 240 páginas. 19,90 €



J. G. Ballard, 1930

J. G. Ballard, 1930


Reseñas de libros/No ficción
J. G. Ballard: Milagros de vida. Una autobiografía (Mondadori, 2008)
Por Juan Antonio González Fuentes, martes, 4 de noviembre de 2008
Cuando los seguidores españoles del novelista inglés J. G. Ballard comiencen la lectura de su autobiografía, Milagros de vida (Mondadori, 2008), probablemente esperen encontrar en ella las confesiones y vicisitudes vitales de un outsider, de un tipo marginal y radicalizado, de una especie de “friki” misántropo obsesionado con lo extraño, alejado por supuesto de toda convención burguesa y de clase media. Y es que los lectores aficionados a la literatura de Ballard esperarán, muy probablemente, encontrar en sus páginas biográficas un reflejo de lo que cuenta en sus muy personales ficciones, historias que trascienden los tópicos simples de la ciencia ficción, y se adentran de lleno en lo que podríamos denominar una literatura de anticipación, es decir, aquella en la que se vislumbran formas de existencia y paisajes, escenarios, de un mundo aún por llegar con plenitud y en el que abundan los aeropuertos desolados, las piscinas vacías y tristes sacadas de la congelación de colores de un cuadro de Hooper, o las autopistas infinitas sin objeto aparente alguno, sin principio ni fin.
Sin embargo, las memorias de J. G. Ballard muy poco o nada tienen en común con el tono general de sus ficciones, y siendo en mi opinión magníficas, sí hay que anunciar que están escritas ateniéndose a las normas más habituales del género y casi en voz baja, sin alharacas ni sobresaltos de ningún tipo. La autobiografía de Ballard, a grandes rasgos, plasma la vida normal de un hombre completamente normal, afectado o condicionado, eso sí, por su vocación de escritor y por el contexto histórico que le tocó en suerte vivir, contexto plagado, como todos los momentos de la historia, de acontecimientos más o menos extraordinarios.

Otro dato que me parece suficientemente significativo a la hora de acercarnos a estas memorias, es que son una despedida. Al autor, que cuenta ahora con 78 años, su médico y amigo le diagnosticó un cáncer, y a la vez, como parte del tratamiento, le convino a escribir este libro, la historia de su vida, con el doble objetivo de dejar rastro directo de su memoria y su tiempo, y también de olvidarse de la enfermedad en la medida de lo posible. Señalemos, por tanto, la obviedad: en Milagros de vida (una autobiografía), J. G. Ballard nos cuenta su vida, una vida, como ya he señalado más arriba, completamente alejada de la extravagancia o la rareza que sus obras de ficción pudieran sugerir.

Ballard nació en 1930 en China, en la ciudad de Shanghai, casi dos décadas antes de que Mao y sus huestes aislaran el país y lo sometieran al comunismo y la Revolución Cultural. La ciudad en la que vino al mundo el escritor era entonces una urbe cosmopolita, dominada por las delegaciones de las viejas potencias imperiales occidentales, fundamentalmente Gran Bretaña, Francia y Alemania. El padre de Ballard dirigía una industria textil en Shanghai y su familia vivía exactamente bajo los parámetros más tópicos que podamos manejar del colonialismo decimonónico, casi victoriano: mansión inmensa, un ejército de criados nativos al servicio de los señores, lujos y adelantos occidentales, un sentido sólido de superioridad racial, cultural y moral…, todo acompañado de una intensa vida social y de unas frívolas distracciones completamente ajenas al entorno en el que éstas se producían.

Ballard y su familia, así como otros occidentales que vivían en Shanghai, ciudadanos de países en guerra con Japón, fueron encerrados en 1943 en el campo de concentración de Lunghua. El confinamiento duró hasta el término de la guerra en 1945. La experiencia en el campo de concentración no fue traumática para el futuro escritor, aunque sí determinante para su existencia por la propia excepcionalidad del caso. Las páginas de Ballard dedicadas a aquel tiempo son de lo mejor del libro

Así, la infancia de Ballard se desarrolló en una atmósfera de completa y confortable seguridad colonial, siendo uno de los miembros inconscientes de la élite dirigente europea en la gran ciudad china, estando rodeado de un sinfín de comodidades materiales, siendo educado en la creencia inmutable de la superioridad indestructible del imperio británico, paseándose libre y alegre por las calles del Shanghai europeo, contemplando en la distancia la pobreza y sometimiento de los nativos chinos, y alejado casi por completo del cariño y trato de unos padres demasiado ocupados en trabajar y en asistir a recepciones, bailes, fiestas, partidas de bridge y demás acontecimientos sociales que tenían lugar en el seguro sector occidental de Shanghai.

Los primeros años de su infancia en China los cuenta Ballard con una naturalidad pasmosa, sin hacer especial hincapié en las problemáticas económicas, sociales o políticas que entonces se daban. Es decir, el escritor narra con detalle y pulcritud, cuenta sus recuerdos y experiencias de esa etapa, pero nos libra de extensas reflexiones políticas realizadas a posteriori, nos ahorra moralinas o autojustificaciones. Tan sólo trata de poner un espejo preciso y sincero ante los recuerdos que estructuran su pasado, su propio tiempo, y somos nosotros, los que contemplamos el reflejo que nace del espejo, quienes debemos establecer, si nos place, las pertinentes conclusiones, las inevitables moralejas. Ballard narra su realidad, lo que para él fue real en aquel tiempo, y, al menos directamente, no juzga, no establece cerradas conclusiones.

Parte de los años de infancia de Ballard coinciden con la ocupación de China por parte del ejército japonés, ocurrida en 1937. El suceso apenas sí supuso cambios significativos en el día a día del muchacho, cambios que sí se dieron, y de forma radical, con el segundo acontecimiento histórico que marcó la vida infantil y adolescente de Ballard. Me refiero, como habrán adivinado, al bombardeo japonés de Pearl Harbour, y la entrada en la II Guerra Mundial de Japón y los EE.UU.

El término de la guerra y la salida del campo de concentración marcan el final de la primera parte de la autobiografía de Ballard y también un antes y un después en su vida. Tras la guerra, Ballard fue enviado por sus padres a Inglaterra, dando paso así a un duro periodo de adaptación a la vida en el país de origen

Ballard y su familia, así como otros centenares de occidentales que vivían en Shanghai, ciudadanos de países en guerra con Japón y Alemania, fueron encerrados en 1943 en el campo de concentración de Lunghua. El confinamiento duró hasta el término de la guerra en 1945. La experiencia en el campo de concentración no fue traumática para el futuro escritor, aunque sí determinante para su existencia por la propia excepcionalidad del caso. Las páginas de Ballard dedicadas a aquel tiempo son de lo mejor del libro, y se leen con un subrayado interés en el que se entremezclan lo patético y lo divertido, la tragedia y la comedia, lo terrible y lo excepcional, lo decididamente macabro y lo decididamente dulce y sentimental. El tiempo pasado en el campo de concentración, filtrado por el tamiz de la fábula y la ficción, sirvió de base para una de las novelas más conocidas del autor, la que llevó al cine con éxito el cineasta Steven Spielberg, El imperio del sol.

El término de la guerra y la salida del campo de concentración marcan el final de la primera parte de la autobiografía de Ballard y también un antes y un después en su vida. Tras la guerra, Ballard fue enviado por sus padres a Inglaterra, dando paso así a un duro periodo de adaptación a la vida en el país de origen. Comienzan en Inglaterra los años de búsqueda de sí mismo, años marcados por la difícil relación con su familia, el inicio de estudios y actividades profesionales que no acabó de llevar a puerto (Medicina en Cambridge, o piloto del ejército británico), y la vocación de escritor.

Cuatro son en mi opinión los puntos determinantes de la segunda parte del libro, la que ocupa los años iniciales en Inglaterra hasta el tiempo presente. El primero es la lúcida descripción y constatación de la profunda decadencia de la Gran Bretaña, la constatación in situ, sobre el terreno, de que el viejo sueño del imperio inmarchitable era sólo una tosca y almibarada pesadilla. En este sentido las páginas de Ballard son impagables, una lección de historia escrita desde la perspectiva personal. Kipling pero al revés.

Desde la crónica y memoria personal de un mundo ya desaparecido, también se hace crónica y testimonio de momentos claves de la historia del siglo XX. Milagros de vida ofrece un milagroso testimonio de vida y de historia

El segundo punto de notabilísimo interés es la vida familiar, tan esencial en el devenir vital del escritor. Él mismo lo reconoce, pocos, muy pocos sospechaban que el autor de tramas tan duras e impactantes como Noches de cocaína o Crash, abandonaba en su punto álgido las fiestas literarias celebradas en Londres para acudir al cuidado de sus tres hijos pequeños. La temprana muerte de su mujer, su condición de viudo y padre treintañero, hizo que Ballard antepusiera la crianza y educación de sus hijos a cualquier otro aspecto de su vida, elección de la que asegura no sólo no arrepentirse, si no que, junto a su segundo matrimonio, es la clave, los cimientos sobre los que ha desarrollado todos los aspectos importantes de su vida.

El tercero es el desarrollo de su carrera como escritor, y sobre todo sus opiniones sobre la importancia y caminos de la literatura de ciencia ficción en las últimas cuatro décadas. De nuevo estamos ante un verdadero tratado con respecto al tema, pero un tratado alejado de todo academicismo, contado con sencillez y honradez…, una lección magistral.

El cuarto y último punto es el que se refiere a la efervescencia cultural y artística londinense que explotó a partir de los años sesenta del siglo pasado, y de la que el viudo Ballard fue testigo y protagonista directo. También estas páginas se me antojan fundamentales a la hora de abordar el asunto, y creo que en el futuro serán ineludibles para los estudioso de esa parte de la historia de la cultura británica y occidental.

El regreso a Shanghai en 1991 para volver a ver los escenarios de la lejana infancia, y la llegada de la fatal enfermedad, determinan el final de la obra, y funcionan como una elocuente y conmovedora caída de telón que señala el final de la obra, el final de la representación. Y en efecto, estas memorias, esta magnífica y elocuente autobiografía, es el final, la despedida de la escena de un gran escritor, J. G. Ballard.

Ya sólo en este sentido la obra merecería la pena, pero es que, como ya se ha dicho, el libro es mucho más, y desde la crónica y memoria personal de un mundo ya desaparecido, también se hace crónica y testimonio de momentos claves de la historia del siglo XX. Milagros de vida ofrece un milagroso testimonio de vida y de historia, y lo hace en voz baja, sin levantar la voz, en el tono de una amable y cuidadosa conversación entre amigos, mientras se toma el te y se contempla el viejo jardín desde la ventana un poco desconchada de lo que fue nuestra vida.
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