Ballard y su familia, así como otros centenares de 
occidentales que vivían en Shanghai, ciudadanos de países en guerra con Japón y 
Alemania, fueron encerrados en 1943 en el campo de concentración de Lunghua. El 
confinamiento duró hasta el término de la guerra en 1945. La experiencia en el 
campo de concentración no fue traumática para el futuro escritor, aunque sí 
determinante para su existencia por la propia excepcionalidad del caso. Las 
páginas de Ballard dedicadas a aquel tiempo son de lo mejor del libro, y se leen 
con un subrayado interés en el que se entremezclan lo patético y lo divertido, 
la tragedia y la comedia, lo terrible y lo excepcional, lo decididamente macabro 
y lo decididamente dulce y sentimental. El tiempo pasado en el campo de 
concentración, filtrado por el tamiz de la fábula y la ficción, sirvió de base 
para una de las novelas más conocidas del autor, la que llevó al cine con éxito 
el cineasta Steven Spielberg, 
El imperio del sol. 
El término de 
la guerra y la salida del campo de concentración marcan el final de la primera 
parte de la autobiografía de Ballard y también un antes y un después en su vida. 
Tras la guerra, Ballard fue enviado por sus padres a Inglaterra, dando paso así 
a un duro periodo de adaptación a la vida en el país de origen. Comienzan en 
Inglaterra los años de búsqueda de sí mismo, años marcados por la difícil 
relación con su familia, el inicio de estudios y actividades profesionales que 
no acabó de llevar a puerto (Medicina en Cambridge, o piloto del ejército 
británico), y la vocación de escritor. 
Cuatro son en mi opinión los 
puntos determinantes de la segunda parte del libro, la que ocupa los años 
iniciales en Inglaterra hasta el tiempo presente. El primero es la lúcida 
descripción y constatación de la profunda decadencia de la Gran Bretaña, la 
constatación in situ, sobre el terreno, de que el viejo sueño del imperio 
inmarchitable era sólo una tosca y almibarada pesadilla. En este sentido las 
páginas de Ballard son impagables, una lección de historia escrita desde la 
perspectiva personal. Kipling pero al revés.
Desde la crónica y memoria personal 
de un mundo ya desaparecido, también se hace crónica y testimonio de momentos 
claves de la historia del siglo XX. Milagros de vida ofrece un milagroso 
testimonio de vida y de historia
El segundo 
punto de notabilísimo interés es la vida familiar, tan esencial en el devenir 
vital del escritor. Él mismo lo reconoce, pocos, muy pocos sospechaban que el 
autor de tramas tan duras e impactantes como 
Noches de cocaína o 
Crash, abandonaba en su punto álgido las fiestas literarias celebradas en 
Londres para acudir al cuidado de sus tres hijos pequeños. La temprana muerte de 
su mujer, su condición de viudo y padre treintañero, hizo que Ballard 
antepusiera la crianza y educación de sus hijos a cualquier otro aspecto de su 
vida, elección de la que asegura no sólo no arrepentirse, si no que, junto a su 
segundo matrimonio, es la clave, los cimientos sobre los que ha desarrollado 
todos los aspectos importantes de su vida. 
El tercero es el desarrollo 
de su carrera como escritor, y sobre todo sus opiniones sobre la importancia y 
caminos de la literatura de ciencia ficción en las últimas cuatro décadas. De 
nuevo estamos ante un verdadero tratado con respecto al tema, pero un tratado 
alejado de todo academicismo, contado con sencillez y honradez…, una lección 
magistral. 
El cuarto y último punto es el que se refiere a la 
efervescencia cultural y artística londinense que explotó a partir de los años 
sesenta del siglo pasado, y de la que el viudo Ballard fue testigo y 
protagonista directo. También estas páginas se me antojan fundamentales a la 
hora de abordar el asunto, y creo que en el futuro serán ineludibles para los 
estudioso de esa parte de la historia de la cultura británica y occidental. 
El regreso a Shanghai en 1991 para volver a ver los escenarios de la 
lejana infancia, y la llegada de la fatal enfermedad, determinan el final de la 
obra, y funcionan como una elocuente y conmovedora caída de telón que señala el 
final de la obra, el final de la representación. Y en efecto, estas memorias, 
esta magnífica y elocuente autobiografía, es el final, la despedida de la escena 
de un gran escritor, J. G. Ballard. 
Ya sólo en este sentido la obra 
merecería la pena, pero es que, como ya se ha dicho, el libro es mucho más, y 
desde la crónica y memoria personal de un mundo ya desaparecido, también se hace 
crónica y testimonio de momentos claves de la historia del siglo XX. 
Milagros 
de vida ofrece un milagroso testimonio de vida y de historia, y lo hace en 
voz baja, sin levantar la voz, en el tono de una amable y cuidadosa conversación 
entre amigos, mientras se toma el te y se contempla el viejo jardín desde la 
ventana un poco desconchada de lo que fue nuestra vida.