Oskar
(Kare Hedebrant) tiene doce años. Vive en un barrio residencial de Estocolmo y
en el colegio sufre abusos continuados por parte de sus compañeros. No tiene
amigos. Sus padres, separados y preocupados por sus problemas, parecen haberle
olvidado en ese paisaje desolado e invernal donde la vida transcurre lentamente
ensordecida por la nieve, como si ésta hubiese conseguido borrarla. Sus ojos, de
un azul cristalino, reflejan una soledad transparente y profunda más propia de
otras edades. Pero un día Oskar conoce a Eli (Lina Leandersson), su nueva
vecina, una chica que como él parece sufrir la misma enfermedad en silencio.
Aunque Eli, además, tiene un secreto.
Corre el año 1982, el resplandor de
las farolas en la nieve sucia apenas rompe la oscuridad y las gélidas
temperaturas sofocan el poco calor humano de una sociedad que parece hibernar.
Oskar desearía ser fuerte y valiente, pero día tras día vuelve a casa cabizbajo,
castigado por los listillos de la clase. Sueña con vengarse algún día. Pero esa
niña misteriosa a la que sólo ve de noche, cuando después de cenar su madre le
permite salir un rato al patio, resquebraja la burbuja de aislamiento en la que
vive. El apoyo que poco a poco Oskar va a encontrar en su extraña vecina es
conmovedor.
En
Déjame entrar los adultos han perdido todo
protagonismo diluidos en su confusión, frustraciones e insatisfacción. De hecho,
Alfredson utiliza inteligentemente el segundo plano o el desenfoque para
retratarlos en la atmósfera envolvente e inquietante del film. Eli es, en parte,
el contra ejemplo del adulto, lleva mucho tiempo teniendo doce años pero ha sido
castigada por su condición a una niñez eterna. El espectador se verá sin duda
seducido por este cuento fantástico, diferente, poético y de elegante
exposición.
Tráiler subtitulado al español de Déjame entrar, del director
Tomas Alfredson (vídeo colgado en YouTube por
cinedelbueno)