Juan Antonio González Fuentes
El poeta y escritor Manuel Arce acaba de cumplir 80 años de edad, y con tal motivo, la Fundación Gerardo Diego y la editorial Icaria han decidido publicar una antología de sus versos, publicados todos por vez primera hace más de medio siglo. Me han encargado a mí la selección de los poemas, su edición y la escritura de un prólogo. Aquí les quiero ofrecer hoy un adelanto de dicha introducción, en la que me refiero a la juventud del poeta que escribió los versos antologazos, y a la decisión que tomó de no volver a publicar poemas, decisión tomada más o menos en torno al año 1958, hace ahora medio siglo.
“Los poemas seleccionados que el lector tiene ahora en sus manos están escritos por un poeta muy joven. Los escribió y publicó en el intervalo de tiempo que va de entre sus diecinueve y sus veintiséis años de edad. Ese poeta acaba de llegar hace tan sólo unas pocas semanas a los ochenta, y a estas alturas de nuestra amistad, de nuestro trato cultivado a lo largo de más o menos la última década y media, yo no podría señalar con plena justeza qué queda en el hombre que conozco de aquel joven poeta que lo fue hace ya más de medio siglo. Con todo, sé que cuando me confiesa por teléfono la dulce desazón que le provoca el nacimiento de esta antología, algo desde luego debe sobrevivir en él, algo debe de permanecer en él de aquel hombre que hace mucho tiempo fue.
El joven poeta y el hombre de ochenta años se llaman y apellidan igual, Manuel Arce Lago, y ambos nacieron, por distintas circunstancias familiares, el mismo día y a la misma hora en el mismo lugar del norte de España, un pueblecito de nombre San Roque del Acebal, cerca de Llanes, Asturias, en el invierno de 1928. Sin embargo, el joven poeta, antes de ser siquiera joven y mucho antes de ser poeta, es decir, durante su infancia, llegó a la ciudad de Santander, escenario urbano e histórico, tramoya temporal de hechos y sucesos, momento del mundo, paisaje físico y anímico que ya será para siempre el suyo propio, y que de alguna manera, en mi opinión, habita su poesía y ayuda a perfilar su puesta en escena y sustancia poética, su íntimo ser en la poesía.
El Santander en el que recaló el futuro poeta ofrecía generosamente en su atmósfera los aromas truculentos y fraticidas de la guerra civil, y además se preparaba sin saberlo para acoger al poco tiempo el fuego pavoroso del año 1941. Llamas y brasas que devastaron para siempre las esencias y dibujos del viejo callejero santanderino. El final de la Segunda Guerra Mundial y sus muchas “existenciales consecuencias”, alcanzaron la adolescencia y primera juventud de un Manuel Arce que ya en su fueron interno sabía que lo suyo iban a ser las acometidas de las artes y las letras, y no los libros de debes y haberes comerciales del sólido negocio de su padre.
En torno a 1945, y esto ya lo he contado en alguna otra oportunidad, cuando Arce contaba con 17 años y acababa de descubrir como lector a los poetas de la Generación del 27, entró por primera vez en contacto con miembros del llamado grupo Proel, impulsores de la revista y colección de libros del mismo nombre. Más concretamente Arce trabó trato con el poeta y pintor Julio Maruri, quien lo llevó a la tertulia que el grupo poético y de artistas mantenía en la cervecería “La Mundial”, en la santanderina calle Somorrostro, aunque dicha reunión no tardó mucho en trasladarse a otro establecimiento, “La Austriaca”, hasta hace unos años situado en los números finales del Paseo de Pereda. Allí comparecían con disciplina y periodicidad establecida, dirigidos o capitaneados por Ricardo Gullón, entonces joven fiscal próximo a la cuarentena, un variable número de variopintos pintores, escritores y poetas…, quienes acogieron al joven con simpatía aunque sin prestarle de momento una excesiva atención. A pesar de lo cual, y casi desde el mismo instante en el que acompañado de Maruri el jovencísimo aspirante a poeta puso pie en la tertulia, fue integrándose en la misma y en su dinámica, es decir, en las consabidas lecturas poéticas, discusiones, charlas, debates, intercambios de originales… En otras palabras, en los usos y costumbres típicos de lo que en aquel momento y en aquella España consistía en gran medida la llamada vida literaria. Manuel Arce comenzaba así, con la aceptación tertuliana proelista, su vida casi oficial u oficializada de poeta.
Manuel Arce Lago (foto de La Hora de Asturias)
A partir de ese punto concreto todo pareció precipitarse en su vida para dar paso a una intensísima, frenética y lograda década de actividad poética, de poesía. Es el periodo que comprende desde aproximadamente 1946-47 hasta 1958, o sea, desde la aparición de sus primeros versos publicados en revistas como la leonesa Espadaña o en Proel, hasta la espléndida edición de la Antología poética (1948-1958) que le publicó en Santander el impresor José Antonio Cuevas. Durante el intervalo temporal comprendido entre estos dos hitos aparecieron seis libros de poemas, uno traducido al francés, y Arce puso en marcha, además, varias empresas culturales de significativa trascendencia, algunas de vida muy larga y fructífera. Me refiero a la revista La Isla de los Ratones (1948-1955), a la colección editorial del mismo nombre (1948-1986), y a la mítica librería y galería de arte Sur (1952-1994). Pero esa década poética de signo prodigioso en el acontecer creativo de Manuel Arce dio paso al finalizar 1958 al silencio, a un silencio poético sólo interrumpido, ¿paradójicamente?, por la reedición en su propio sello editorial, a lo largo de los años 60, de algunos de sus libros anteriores.
No es este desde luego ni el momento ni el espacio para abordar con cierta profundidad la historia de las aventuras o empresas culturales más arriba señaladas. Baste decir aquí que existe bibliografía exhaustiva y de calidad al respecto; y que tanto La Isla de los Ratones como Sur son destacados acontecimientos culturales que pueden servir de eficaces puntos de referencia en el análisis de lo que fue la vida cultural en la periferia española durante la segunda mitad del siglo XX.
Sólo para orientar al lector menos informado, y dar de paso una idea de lo que llegó a ser la revista, quizá no esté de más señalar que desde sus primeros números La Isla de los Ratones no sólo ofreció espacio para la poesía, también lo hizo para la prosa y para el arte, fundamentalmente a través de la incorporación de ilustraciones realizadas tanto por los mejores pintores cántabros del momento, como por algunos de los emergentes jóvenes artistas españoles (destacando por su número los catalanes de Dau al Set, con Tàpies, Cuixart y Tharrats a la cabeza), e incorporando también a algunos pintores ya “consagrados” en esas fechas, como por ejemplo Pancho Cossío o Benjamín Palencia.
En lo concerniente a los escritores, críticos y poetas que publicaron en La Isla de los Ratones, no creo equivocarme de forma rotunda si establezco cuatro grandes grupos. El primero formado por los nuevos poetas santanderinos, todos de la generación del propio Manuel Arce, y donde aparecen nombres como los de Alejandro Gago o Jesús Pardo. Otro de los grupos que está representado en las páginas de la revista es el de los más destacados miembros del grupo Proel, con Ricardo Gullón, José Hierro, Julio Maruri, Carlos Salomón o el ya entonces desaparecido José Luis Hidalgo a la cabeza. El tercer grupo que puede establecerse es el de los poetas consagrados, con la presencia entre otros de J. R. Jiménez, Pablo Neruda y miembros de la Generación del 27 (Pedro Salinas, Vicente Aleixandre o Gerardo Diego). El cuarto estaría conformado por miembros de las generaciones que, de un modo u otro, irrumpieron en el panorama literario español a mediados de los años 1940 o en la década de los 50: Caballero Bonald, Gabriel Celaya, Blas de Otero, Miguel Labordeta, J. A. Goytisolo, Leopoldo de Luis, Eugenio de Nora, Juan Eduardo Cirlot, Ricardo Molina, Claudio Rodríguez, Ignacio Aldecoa, Victoriano Cremer, Carlos Bousoño, José María Valverde, Joan Brossa…
En cuanto a la galería de arte Sur creo que sobra con apuntar que en sus 42 años de existencia en ella pudieron verse trabajos de parte de los creadores cántabros más interesantes (María Blanchard, Ángel Medina, Raba, Gruber, Quirós, Eduardo Sanz, Enrique Gran, Cossío, Agustín de Celis, Riancho, de la Foz…), y de artistas como Benjamín Palencia, Guinovart, Álvarez-Ortega, Tàpies, Álvaro Delgado, Rafols Casamada, Tharrats, Fernando Zóbel, Redondela, Clavé, Subirachs, Llorens Artigas, Viola, Gregorio Priento, Óscar Domínguez, Dalí, Brotat, Vázquez Díaz, Bores, Oteiza, Pablo Serrano, Gargallo, Hugué, Cristino Mallo, Chillida, Gris, Picasso, Miró, Eusebio Sempere, Xesús Vázquez, Barjola, Iturrino, Solana, Gordillo, Luis Muñoz, Menchu Gal, Amalia Avia… Es decir, fundamentalmente parte de lo mejor del arte español concebido en las primeras siete décadas del siglo XX.
Los textos de los catálogos o los programas de las exposiciones de Sur fueron escritos con frecuencia o bien por el propio Manuel Arce o sus compañeros escritores y poetas “santanderinos” (Maruri, Alejandro Gago, Rodríguez Alcalde, Gerardo Diego, Ricardo Gullón, José Hierro…), o bien por críticos, poetas y escritores del resto del país como Santiago Amón, Corredor Matheos, Eugenio D’Ors, Gaya Nuño, Camilo José Cela, José Miguel Ullán, Dionisio Ridruejo, Juan Eduardo Cirlot, Camón Aznar, J. Mª. Castellet, Gabriel Ferrater, Lafuente Ferrari, Ángel Crespo, Miguel Labordeta, Joan Teixidor, Chueca Goitia, Gregorio Prieto, Miguel Logroño, Laín Entralgo, Luis Rosales…, varios también asiduos en su momento a las páginas de la revista La Isla de los Ratones o a las de los libros de la colección del mismo nombre.
Pero lo que a la altura de estas líneas me interesa subrayar es que Manuel Arce, a sus treinta años de edad, en 1958, con una trayectoria poética reseñable y en aparente proceso de crecimiento y consolidación, decidió dejar de escribir poesía, o al menos decidió dejar de publicarla, dando así paso a la desaparición, a la muerte del poeta, eclipsado ya entonces por el Arce novelista, galerista y agente cultural. El hecho vino a coincidir en el tiempo con la aparición de la Antología poética 1948-1958, libro que a la luz de los acontecimientos casi debemos entender como una despedida de la escritura poética por parte del poeta Manuel Arce. Una despedida consciente y en toda regla.
¿Qué impulso al joven a no volver a publicar nunca más hasta la fecha un libro nuevo de versos nuevos? Esta pregunta no ha tenido jamás, que yo sepa, una respuesta cerrada y concluyente del autor. Al respecto sólo podemos manejar unos pocos datos irrebatibles. En realidad la despedida se produjo en 1954, año de publicación del último título nuevo del poeta, Biografía de un desconocido. Al año siguiente, 1955, la revista La Isla de los Ratones concluyó su andadura cuando, en palabras del propio Arce, su publicación dejó de ser “un juego alegre y divertido”. Me resisto a creer que los dos hechos no tuvieran relación alguna entre sí, y su coincidencia en el tiempo se debiese a una mera casualidad.
NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.