Juan Antonio González Fuentes
Muy cierto es que en los últimos tiempos se le acumula el trabajo a quien siga atentamente la producción poética de los autores nacidos en Cantabria, y entre ellos figura siempre
Miguel Ibáñez, quien en 2004 lanzó a la calle su libro
Historias de dos ciudades (Devenir, Madrid), título que a nadie se le escapa presenta un claro
eco dickensiano. Comenzaré diciendo que a Miguel Ibáñez le debo uno de los descubrimientos poéticos más gozosos de mi vida, el poeta francés
Francis Jammes.
Era el año 1993 y yo trabajaba como redactor del extinto semanario santanderino
El Norte. Miguel, a quien yo había conocido muy poco tiempo antes, apareció por la redacción con el libro de Jammes
Del Angelus de la mañana al Angelus de la tarde, recién editado por
La Veleta, para proponer una reseña del mismo. Yo aproveché la ocasión y leí los poemas de Jammes quedando atrapado por el mundo que el francés propone y expresa. El libro acabó en el despacho del director, jamás se reseñó y debió desaparecer en el desmantelamiento de las oficinas del periódico, acabando quizá en alguna bolsa de basura.
Miguel Ibáñez
Cuento esta anécdota porque en relación a la escritura poética de Miguel Ibáñez la figura de Jammes es absolutamente esencial, pudiéndose establecer una relación directa de tono, temas, espíritu e intenciones entre los poemas de Miguel y los de Jammes. Los versos de Miguel se apartan conscientemente de la histórica aportación de las vanguardias para construirse desde los ritmos y esquemas de la tradición clásica, y como en el caso de Jammes, adoptan además un deliberado tono menor en su expresión. La poesía de Miguel es una poesía de tono narrativo escrita en aparente voz baja y sin aspavientos líricos y que, desde un punto de vista temático y conceptual, se nos presenta en este libro dividida en dos territorios, dos mundos representados por dos ciudades distintas: la que aparece bajo la lluvia, y la que está sobre la luz. Abajo y arriba, tierra y cielo, espacio físico y carnal y espacio radicalmente espiritual.
En la primera parte, en la ciudad bajo la lluvia, se nos hace presente el Miguel que más o menos todos conocemos: perito en spleen, melancólico paseante con el corazón otoñal, profesor atrincherado en su condición impostada de burgués antiguo (soberbio el autorretrato que dibuja en el poema “Desahogo”), visitador de parques decadentes desde cuyos tristes bancos se encamina la vida, turista sibarita de una ciudad cuyos miradores de madera podrida le reconocen como un hito más… Pero todo este “alto provincianismo elegante” en el que Miguel Ibáñiez lleva años macerándose conscientemente, sí está impregnado de un refinado elemento propio de la “modernidad” que él rechaza con pose de señor de los de antes: la ironía. Una ironía nunca hiriente, de una lucidez cegadora que trabaja al servicio de la palabra para revelar la verdad de un ser humano que, desde la aceptación propia y del mundo, se ha detenido a contemplar y a traducir con la tristeza que sólo da la inteligencia todo lo que de otoño tiene la vida. Y es que, parafraseando a
W Benjamin, un poeta (y Miguel lo es hasta decir basta) es quien lleva el otoño en su corazón.
En la segunda y última parte, ciudad sobre la luz, es donde Miguel nos ofrece un verdadero pulso poético en torno a sus convicciones personales acerca de Dios, y a sus convicciones poéticas enraizadas en la tradición, y fundamentalmente en el soneto. Sí, Miguel Ibáñez, con una fuerte dosis de “provocación” quizá proveniente de su etapa maoísta-surrealista-valladolidisista, firma 14 poemas de temática ¡¡¡religiosa!!!, varios de ellos con forma de soneto. ¿Pero qué se ha creído este poeta de apellido Ibáñez? Pues yo creo que se ha creído lo que en definitiva es, un poeta de profunda raíz cristiana, valiente, metafísico procurando no ponerse estupendo, y de una hondura que en varios de estos poemas comparte rango y acierto con los mejores de, por ejemplo, el
Hidalgo de
Los muertos. Poemas sobre Dios escritos desde la aceptación, la fe sin pompa, el amor que precisa lucha por la duda, y la esperanza con ribetes de sabia tristeza.
Historias de dos ciudades son dos sustanciales libros en uno, libros escritos por dos poetas distintos aunque firman de igual manera, siempre, eso sí, bajo la advocación de la única Poesía verdadera.
Otro texto de Juan Antono González Fuentes sobre el escritor Miguel Ibáñez:
Los microrrelatos de Miguel Ibáñez
______________________________________________________________________
NOTA: En el blog titulado
El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.