Juan Antonio González Fuentes
Los estupendos libros, pero incomprensiblemente caros, de la editorial barcelonesa
Alba tienen ahora un nuevo hermano titulado
Picasso y Dora. Una memoria personal, del que es autor el escritor norteamericano
James Lord (New Jersey, 1922).
James Lord, del que internet nada nos aclara si sigue todavía vivo, es uno de esos personajes norteamericanos que, siguiendo el aforismo de
Oscar Wilde, es probable que pusiera todo su genio en la vida y sólo talento en su obra. Nació el memorialista en el seno de una familia de clase media americana en los felices años veinte, lo que viene a significar que, al menos durante sus años de crecimiento y desarrollo, no tuvo carencias materiales y vivió en la abundancia, sobre todo en comparación con la inmensa mayoría de sus coetáneos europeos.
Siguiendo una costumbre ya muy antigua entre los jóvenes de las clases pudientes del coloso americano, viajó a Europa al cumplir veinte años con el objeto de formarse y aprender cosas de la vida para luego ponerlas en práctica en su país natal. Lo que ocurre es que como muchos de sus compatriotas de aquel entonces el regreso a New Jersey acabó convirtiéndose en algo poco ilusionante, y el joven decidió quedarse un larga temporada en el recién descubierto continente. Según las informaciones manejadas, el señor James Lord ha residido casi toda su vida en el viejo continente, y muchos de sus últimos años en la capital de Francia, siendo autor, entre otros, de libros relacionados con el arte, la historia y la autobiografía como
Retrato de Giacometti (1965 y 1980),
Giacometti: A Biography (1985),
Six Exceptional Women (1994) o
Some Remarcable Man (1996).
James Lord:
Picasso y Dora. Una memoria personal (Alba, 2007)
Recién llegado al París al que casi acababan también de llegar por los nazis, el joven James Lord hizo una de las muchas cosas que un joven americano con ciertos posibles podía hacer en la ciudad de la luz por aquel entonces: acercarse a un pintor famoso, consagrado, para pedirle que le realizase un retrato. Lord escogió al más célebre del momento, el español
Pablo Ruiz Picasso, y así dio comienzo una relación que se extendió en el tiempo.
James Lord conoció al pintor, por tanto, en la que para casi todos los biógrafos fue la etapa más difícil en la vida del genio, las décadas de los años treinta y cuarenta del pasado siglo, etapa que coincide exactamente con el tiempo que duró la relación sentimental de Picasso con
Dora Maar, una de las más interesantes amantes y parejas del malagueño, y sin duda la mujer más capaz de todas con las que el artista tuvo relación a lo largo de su mucha vida. Dora Maar, pintora a su vez y fotógrafa había nacido en 1907, precisamente el año en el que Picasso estableció su particular punto y aparte en la historia del arte universal poniendo la pincelada final a
Las señoritas de Avignon, cuadro que este año cumple su centenario en el Museo de Arte Moderno de Nueva York.
El libro de James Lord que ahora puede leerse en español trata de la relación que él mantuvo con la pareja, y en especial de la sentimental que le unió a la mujer durante más de dos décadas. La relación sentimental a la que me refiero en modo alguno debe entenderse en el sentido más convencional del término, dada la condición de homosexual del escritor, y sí debe entenderse mucho en un trato de amistad y cariño mutuo.
Durante su relación, James Lord preguntaba muy frecuentemente a la mujer por Picasso, por sus opiniones, esfuerzos, deseos, miedos... Todas esas preguntas estaban destinadas a obtener información valiosa quizá pensando en escribir el libro que después redactó. Pero estoy de acuerdo con los críticos del libro cuando afirman que la información obtenida no es desde luego ni muy reveladora ni muy profunda, dada, entre otras cosas, lo extremadamente discreta que fue la mujer y lo celoso de sí mismo que siempre fue Picasso.
Pero sin duda lo que más llama la atención del libro y las consiguientes revelaciones de Maar recogidas por Lord, es la obsesión artística de Picasso por al menos aproximarse a la grandeza pictórica de los grandes maestros de la historia, y muy especialmente los españoles. En este sentido, es muy conocida ente los aficionados la querencia y admiración de Picasso por la obra de
Velázquez, pero lo que no estaba tan matizada quizá era la que sentía por
Goya. En uno de los instantes más llamativos del libro de James Lord, éste recoge cómo Dora Maar insistía en que Picasso afirmaba con frecuencia que su propósito artístico era sencillamente el de terminar lo que mucho tiempo antes había comenzado Goya.
Emociona en estos momentos tan convulsos y difíciles para todo lo que sea, huela y sepa a español, que uno de los más importantes genios artísticos del siglo XX, un malagueño exiliado en París, tenía como principales amores y referencias básicas en su obra a otros españoles, por cierto, también entre los más grandes de la historia de la cultura: Velázquez y Goya.
Gracias a Dora Maar y a James Lord por recordárnoslo, y a Picasso por sentirlo, pensarlo y vivirlo desde la inexorabilidad de su esencial español, y por esa gran senda hoy ninguneada y vilipendiada desde su misma geografía, rabiosamente universal.
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NOTA: En el blog titulado
El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.