Juan Antonio González Fuentes
Despues de ver en dvd
Río Bravo en homenaje al centenario de
John Wayne,
Ella ha cogido el coche y se ha marchado a Madrid, dejándome una sensación de abandono y tristeza de esas que hacen daño de verdad. He regresado a casa, he puesto la cafetera en el fuego y he dedicado unos minutos a contemplar el mar y los tejados de la ciudad desde la ventana de la habitación de mi cuarto. La cafetera me ha avisado con su pitido característico y he tomado una gran taza buscando, quizá, en el calor del brebaje algo reconfortante.
Más tarde, aún con el gusto amargo del café en la garganta, me he sentado en el sofá y he tomado en la manos el libro de
John Ashbery Secretos chinos (Visor, 2006), traducido por mi buen amigo
Dámaso López García, a quien debo lecturas y descubrimientos literarios sin cuento. Llevo ya varios días con la lectura pausada y lenta de los poemas de Ashbery, y voy confirmando con rotundidad todos los puntos sobre las íes que ha puesto en su espléndido prólogo Dámaso López.
La lógica de la poesía de Ashbery es incompatible con la lógica del lenguaje cotidiano, y sus interpretaciones corren el riesgo seguro de hacer agua por los cuatro costados, pues su lenguaje no salva la intencionalidad de significar bajo los usos corrientes del lenguaje. El lector, explica Dámaso, ante la poesía de este autor se “enfrenta con una lengua que se eleva de forma autónoma, como con una vida propia indiferente (diferente, diría yo) al sentido de la vida humana”. Ashbery ha recibido una lengua, la misma en la que va a escribir. Pero es consciente de que aún con la lengua recibida todo queda por hacer, es decir, que tendrá que “rehacer su lengua” dentro del lenguaje adoptado. Así, Ashbery se ha convertido en un consumado maestro de la dialéctica entre sinsentido y contrasentido del lenguaje. Ashbery, continúa Dámaso López, tiene una consolidada reputación de poeta hermético y difícil, de un poeta que “ha desenterrado y llevado ante los ojos del lector todo aquello que en la lengua no comunica, todos aquellos recursos, gramaticales (léxicos, sintácticos) que invitan al lector a enfrentarse con una extrañeza radical”.
John Ashbery
La paradoja de lo escrito hasta aquí, de las premisas enunciadas con brevedad sin duda excesiva, es que Ashbery, un poeta llamado casi a la clandestinidad, se ha convertido en un poeta bestseller en España, un poeta cuyo libro
Tres poemas (DVD, 2004) fue durante meses y meses el más vendido de poeta alguno en la librerías de nuestro país.
¿Se ha puesto otra vez de moda en España la poesía hermética? ¿Es probable que tras un prolongado reinado de la poesía realista en nuestro país ahora se esté dando la vuelta a la tortilla? ¿Ha sido el Cervantes a
Gamoneda, un poeta catalogado como difícil y hermético, una prueba más de este cambio de tendencia? Pues no lo sé, pero me da completamente igual la cuestión. Lo que llama mi atención es que un poeta como John Ashbery, norteamericano y de ochenta años de edad, por cierto, se haya transformado en una referencia al parecer clave en la nueva poesía joven española del momento. Esto sí que me sorprende.
John Ashbery nació en el estado de Nueva York en 1927, y después de estudiar en Harvard y Columbia comenzó a escribir poesía en los años 1950 bajo la alargada sombra de autores como
Wallace Stevens o
Auden. Tras un largo viaje a París y su regreso a los EE.UU, Ashbery se convirtió, sobre todo a partir de los años 1970, en el poeta norteamericano contemporáneo por antonomasia, recibiendo los más prestigiosos premios y el reconocimiento del universo literario estadounidense. No, no deja de sorprenderme que la poesía de un anciano, su poesía exploratoria, radical, reveladora de lenguaje…, no sólo marque hoy en gran medida el vértice superior del canon poético norteamericano, sino que esté abriendo nuevos senderos en la poesía postmoderna española.
Leyendo
Secretos chinos he terminado un viejo poema en prosa al que venía dándole vueltas desde hace unos meses. El poema, aún sin título concreto, me ha nacido finalmente como un homenaje indirecto a Ashbery y a su concepción de la poesía. Este es el poema, al que lanzo ahora a las aguas del ciberespacio para ver si flota y navega, y al que de momento llamaré “Homenaje a Ashbery”:
HOMENAJE A ASHBERY
Confirmo, y lo digo muy en serio, todos los pasos proclives escritos con tiza de cualquier bosque, el dar aliento estrófico incluso a la señal del invierno en los últimos libros, atribuirle un haber inútil a aquella extensión de fotografía negra que hallamos en el centro de la caja china.
Subrayo, lo sigo diciendo en serio, el punto menudo de un nombre en el atlas que se estudia vertical, un pequeño oficio sumiso al calor del día y las habitaciones responsables, el coro silencioso prendido en la rama mensajera donde nunca se llega, un sentido unívoco desde la orilla humeante y colectiva en connivencia con la rara lógica del abrazo sencillo.
Y quizá hacia atrás continúo además cayendo de la piedra que trae el viento virtuoso, que consiente un hilo secreto de vuelta en el paraíso bien llevado de nuevo durante algún tiempo.
Tiempo que empieza otro y cae libre por la pendiente aclamada de la elegía lenta, del puño menudo camino hacia nosotros.
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NOTA: En el blog titulado
El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.