Juan Antonio González Fuentes
Fundamentalmente a partir de la aparición en la escena musical europea del violinista Paganini y del pianista Liszt, se inauguró una etapa en la que la ejecución virtuosística cobró una enorme importancia, una época en la que si un intérprete poseía grandes dosis de técnica y personalidad podía convertirse en algo muy parecido a lo que hoy es una gran estrella de la música pop. Isaac Albéniz participó de esa “moda” y siendo niño logró ya una merecida fama mundial como virtuoso del piano, consiguiendo exhibirse en auditorios, salas especializadas e incluso circos, donde llegó a tocar de espaldas al teclado y con las manos al revés.
Esta faceta espectacular de Albéniz enseguida se enriqueció con su capacidad de trabajo y disciplina, cualidades que sin duda fueron potenciadas por el riguroso Franz Liszt, quien dio clases al joven barcelonés. Albéniz escribió óperas, piezas orquestales, canciones, operetas, pero la presencia de su nombre en el repertorio actual se debe fundamentalmente a su música para piano. Una música recorrida enteramente por melodías pertenecientes a la tradición popular andaluza y de otros lugares de España, y en cuyo corpus sobresale Iberia, obra maestra de la escritura pianística del siglo XX.
Isaac Albéniz
Compuesta entre 1906 y 1908, Iberia está estructurada en cuatro cuadernos, cada una de los cuales contiene tres piezas evocativas de aroma español. Cecilio de Roda ha señalado que los doce números “son cuadros libres, de musicalidad personal, donde lo único que suele conservarse con pureza es el ritmo, entregándose tanto en las armonías como en las falsetas al (...) gusto de la escuela francesa contemporánea (...), son verdaderamente admirables por la poesía que de ellos emanan, por su gran riqueza técnica y por las dificultades que en ella ha acumulado y vencido el compositor”.
De toda la suite Iberia lo que a mi más me gusta quizá sea Triana (allegretto con anima), tercer número del segundo cuaderno, pues encierra grandísimas dificultades técnicas y es probablemente la más popular de toda la colección. En este número aparece el ritmo característico de la sevillanas mezclado con un apunte inspirado en una copla sevillana y una larga melodía muy desarrollada. En la parte central surge un canto en La mayor, pianísimo, de logrado efecto lírico. En la breve coda vuelve a dominar, como explica de Roda, el ritmo presente en la primera parte, terminado la pieza fortísimo con el apunte de copla.
Daniel Baremboin
Los dos primeros cuadernos de Iberia se los escuché tocar en el Palacio de Festivales de Santander a Daniel Baremboin en el verano de hace seis años. Acababa de grabar por aquel entonces estas páginas para el sello Teldec, y había tenido, en general, muy buenas críticas. De él se elogió su línea impresionista, que lo acercaba por ese lado a la gran Alicia de Larrocha, y el dramatismo de la interpretación, que lo acercaba por ahí a las interpretaciones raciales y apasionadas de Esteban Sánchez. Es decir, la crítica comparó la interpretación del músico argentino-israelí con la de los dos principales “monstruos” españoles del pianismo de Albéniz, y más concretamente de su Iberia.
Hay interpretaciones de la gran obra de Albéniz para escoger, sin duda, entre otras las tres subrayadas. Pero creo que es reseñable, y muy importante en general para la música española, que intérpretes de la proyección de Baremboin hayan grabado parte de nuestro repertorio, y más aún que lo incluyan en sus conciertos por las salas más importantes de todos los continentes. Albéniz por Baremboin, lo mejor de la música española del siglo XX puesta al día en los programas de mano de medio mundo.
NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.