Juan Antonio González Fuentes
A los 80 años de edad ha muerto el que para muchos críticos y aficionados a la música ha sido, junto a
Pablo Casals, el más grande violonchelista del siglo XX,
Mstislav Leopóldovich Rostropóvich (Bakú, 1927-Moscú, 2007), sencillamente, Rostropóvich.
A él le dedicaron partituras para su instrumento compositores esenciales ya de la historia del siglo XX como
Benjamín Britten, Sergei Prokófiev o
Dimitri Shostakovich, y fue además un referente ético en su país de primer orden. En 1963, después de recibir el
premio Lenin, máximo galardón otorgado en la extinta Unión Soviética, públicamente se atrevió a defender la figura del escritor disidente
Alexander Solzhenitsyn. Tras esta toma de postura hubo de emigrar a los EE.UU con su mujer, la mítica cantante de ópera,
Galina Vishnevskaya, donde en 1977 fue nombrado director de la
Orquesta Sinfónica Nacional de Washington.
Honrado con múltiples premios y distinciones (entre ellos el
Premio Príncipe de Asturias), alma mater de una fundación que se lleva su nombre, tocó con los más grandes y dirigió las orquestas más importantes. Su discografía es inmensa y se encuentra en los mejores sellos. Tocó y grabó en solitario (las míticas suites para violonchelo de
Bach, por ejemplo), en pareja (sus grabaciones con pianistas como
Rudolf Serkin o
Richter son legendarias), en conjuntos de cámara y con prácticamente todas las grandes orquestas.
, Karajan, Giulini, Berstein, Maazel…, lo dirigieron en alguna ocasión.
Mstislav Leopóldovich Rostropóvich
Yo sólo pude oír hacer música a Rostropovich en dos ocasiones, las dos en Santander, las dos en la Plaza Porticada de la ciudad, dentro de la programación del Festival Internacional. La primera fue como director en un programa
Chaikovski, la
5º Sinfonía y la llamativa
Obertura 1812. El músico dirigió en aquella ocasión a su orquesta americana, la Nacional de Washington. Le recuerdo vestido con un
smoking de chaqueta blanca y pajarita negra. Era un buen director de la música de su compatriota, sobre todo de las óperas, que grabó dejando el nivel muy alto. No tengo en mi memoria aquel concierto como memorable, aunque sí como espectacular. En la
Obertura 1812 los músicos de la orquesta norteamericana se distribuyeron por toda la Plaza. Los metales se situaron por las balconadas cercanas, parte de la percusión se colocó en lo alto de la catedral, para hacer oír desde allí las campanas incluidas en el final. La noche fue espléndida, de verano pleno. Las gradas portátiles estaban abarrotados de público, acogiendo a más de tres mil personas apelotonadas en sus asientos de madera. Pequeñas bombillas con forma de velas estaban distribuidas por las decenas de ventanas de la construcción de posguerra que hace plaza con su calle porticada. Había banderas, flores, plantas enormes y de uniforme verde..., las dos grandes estatuas que presiden la fachada de Caja Cantabria parecían vigilar a la orquesta y al director sobre los que se asomaban hercúleas. El viento mecía suavemente los toldos que colgaban por encima de todos por si caían del cielo gotas veraniegas. No, no olvidaré esa noche.
La otra ocasión en que escuché en directo a Rostropovich fue como instrumentista en la clausura del último festival que se celebró en la Plaza Porticada, en agosto de 1990. Estaba previsto que la clausura estuviera a cargo de Leonard Berstein, pero este murió poco antes, y fue sustituido por el músico ruso. Estuvo acompañado por una orquesta de cámara escandinava, creo que la
Orquesta de Cámara Noruega. En el programa, deseo recordar, una de las especialidades del violonchelista, el concierto para dicho instrumento del checo
Antonín Dvorák y las
Variaciones Rococó de Chaikovski.
Aquella noche la Plaza Porticada cerraba para siempre sus puertas al Festival santanderino después de haberlo acogido durante décadas. Por allí habían pasado
Plácido Domingo, Teresa Berganza, Rubinstein, Nureyev, Margot Fontaine, Antonio el bailarín, Monserrat Caballé, Elizabeth Schwarkopf, Abbado, Maazel, Metha, Baremboin, Argenta, Victoria de los Ángeles..., decenas y decenas de grandes orquestas, solistas, directores, bailarines, compañías, actores, cantantes... Era el final de una etapa, de una época.
Acabó el concierto. Hubo aplausos entusiastas y el clima de que algo irrepetible estaba sucediendo llenó toda la atmósfera de la gran plaza. Los miembros de la orquesta se retiraron oyendo los aplausos. Las luces se apagaron, se hizo el silencio, un foco iluminó una parte minúscula del escenario. En una silla, solo, estaba Rostropovich con su violonchelo. Él fue quien pronunció el adiós definitivo, quien hizo sonar las últimas notas de la historia de aquel escenario, y lo hizo haciendo llorar a su instrumento la música de Bach, un movimiento de una de sus suites para violonchelo. Rostropovich y su violonchelo cerraron para siempre la música con mayúsculas en la Porticada. Y yo estuve allí, tuve la inmensa fortuna de escuchar esa música final.
______________________________________________________________________
NOTA: En el blog titulado
El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.