Juan Antonio González Fuentes
En casa de mi abuela
María Jesús no había una mala biblioteca, sobre todo si tenemos en cuenta las bibliotecas tristes y famélicas tan abundantes en España. Mi bisabuelo había sido periodista de renombre provinciano en Santander, y había dejado también algunos volúmenes sustanciosos.
En las larguísimas tardes del verano, después de la playa con helado y sombrilla, aterrizábamos en casa de la abuela, cuya cocina antigua, grande y señorial estaba fresca como un botijo de los de antes. Los mayores café o algún refresco, y los niños nos perdíamos por las estancias con algo de misterio en los cortinones y las persianas de madera a medio bajar. Entonces yo leía y releía los lomos de los libros de la biblioteca, que estaba en una habitación plúmbea y sin mucho tránsito, también fresca pero polvorienta y un aroma penetrante a antiguo, respetabilidad y seriedad.
En aquella habitación por primera vez caí en la cuenta de que había personas con nombres sonoros y hermosos, que estaban relacionados siempre con páginas y páginas misteriosas, encuadernadas con tapas de un prestigio reluciente y hermoso. Allí, en las tardes de verano, con la piel llena de salitre y una sed insaciable en la garganta, entré en contacto con nombres exóticos y evocadores:
Stefan Zweig, Lajos Zilahy, Pearl S. Buck, Emil Ludwig, Francoise Mauriac, Kuhn Hamsum...
Henri Troyat
Más tarde supe que todos ellos eran escritores burgueses, peor o mejor tratados por el tiempo, algunos desatendidos ya por todos, ninguneados hasta la extremaunción literaria por los manuales al uso. Pero entonces, para la generación de mi abuela, eran los literatos extranjeros que se leían y se comentaban en los hogares bien, púdicos y ni muy informados ni muy desinformados.
A los nombres mencionados habría que añadir los de varios españoles clásicos y modernos, algún francés de recio prestigio, algún italiano con el mismo marchamo, dos o tres tomos de clásicos rusos y norteamericanos, algún hispanoamericano casi decimonónico, unos tomos marrones con novelas de británicos de comienzos del siglo XX, bastantes volúmenes con la narrativa de conocidos y desconocidos Nobeles, y algo de
Henri Troyat, siempre algo de Troyat.
Hoy leo en la prensa que este nombre pertenece a alguien que acaba de dejar este mundo, y algo de sorpresa me abofetea el rostro, pues pensé que debía hacer tiempo que el escritor nos había dejado. Troyat (1911-2007) era un ruso que dejó a la cruel Madre Rusia cuando era niño y las balas de la Revolución proletaria iban dejando cadáveres aristocráticos en las baldosas de Moscú y San Petersburgo. Como tantos exiliados rusos de entonces la
familia Tarassov, pues así se llamaba Henri Troyat,
Lev Tarassov, recaló en Francia, en esa Francia que siempre se ha mostrado acogedora pero con la faceta del embudo: sólo muestra como suyos a los adaptados y presentables.
Henri Troyat se convirtió en poco tiempo, siendo casi todavía un niño, en el prototipo de lo que debe ser un intelectual y escritor francés como Dios manda, premio Goncourt y Academia Francesa incluidas: mucha obra, corrección gramatical cartesiana, párrafos perfectamente diseñados, intereses y temas diversos, prestigio plúmbeo y casi eterno, estatua con palomas, obras completas en piel, y Liceos de provincias con tu nombre como reclamo.
Troyat ha dejado más de un centenar de obras publicadas, entre ellas novelas, ensayos, obras de teatro y muchas biografías. Escribir la vida de otros es lo que le va a permitir probablemente a Troyat que sigamos hablando de él, y quizá leyéndolo, en un futuro más o menos cercano. Con 94 años terminó la biografía de otro hermano ruso,
Boris Pasternak, poeta inmenso, novelista corriente y autor que murió con el prestigio vigilado por agentes del KGB en una dacha rodeada de bosques en la eterna Rusia de hace muchas décadas.
También escribió Troyat sobre
Chejov, Pushkin, Gogol..., y otros de su familiares rusos a los que la Revolución no le dejaron conocer. De entro todos ellos trató mucho, pero de forma interpuesta, al señorón
Tolstoi, cuyos varios tomos biográficos tengo sin leer por casa, en una edición cutre, barata y ramplona creo que de la vieja editorial Bruguera.
Si se publica en español su biografía de Pasternak la compraré y prometo leerla. Su Tolstoi lo dejaré para más adelante, para cuando tenga tardes enteras de jardín con mecedora y manta y probablemente ya no pueda leer la letra enana que sacó Bruguera y tenga que imaginármelo casi todo, e imagine también a Troyat susurrándole poemas del doctor Zhivago a mi abuela difunta en su fantasmal biblioteca.
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NOTA: En el blog titulado
El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.