La precisión del dato no es en exceso relevante para lo que aquí quiero contar, así que diré que cuatro o cinco años antes de que Pablo Beltrán de Heredia muriera, es decir, antes del mes de agosto del año 2009, Francisco Pérez Gutiérrez le entregó en mano un ejemplar encuadernado con espiral cuyo contenido era un ejercicio memorialístico en prosa sobre sus primeros años de vida. El ejemplar llevaba por título El libro de las sensaciones, y estaba dedicado a contar sus años de infancia y adolescencia vividos sobre todo en Santander.
Cuando Francisco Pérez entregó el ejemplar a Beltrán de Heredia lo hizo con una doble intención: primero, someterlo a la lectura crítica de quien reconocía como un buen lector, y, segundo, recabar la experta opinión del editor con respecto a las posibilidades reales de ver publicado el trabajo y su posible interés para el público.
Digamos que el resultado de la gestión no fue positivo, o al menos Paco Pérez arrinconó la intención de publicar aquellas páginas a la luz de los comentarios de Beltrán de Heredia. Incluso la relación personal se tornó entre ambos algún grado más fría, como el propio Paco me ha reconocido en diversas ocasiones junto a un zumo natural de naranja en una terraza a escasa distancia de la santanderina iglesia de Santa Lucía, geografía clave y recurrente en las memorias de vida propia que ahora usted, lector, tiene en las manos. Reconocer el distanciamiento y responsabilizarse en buena parte del mismo, aunque sea a posteriori, creo que deja alguna señal de la honradez intelectual y afectiva de nuestro hombre.
Francisco Pérez Gutiérrez
El caso es que el juicio de Pablo Beltrán de Heredia sobre aquellas páginas no fue nunca ni mucho menos negativo desde un punto de vista literario, tan solo lo fue en cuanto al futuro de su publicación. Así, en algún momento indeterminado del final de la vida de Pablo, este le habló a su último y gran amigo, José María Lafuente, del trabajo inédito de Francisco Pérez que guardaba entre sus papeles. Beltrán de Heredia le señaló a Lafuente la importancia de la figura de Paco Pérez, subrayando que el personaje había sido durante su etapa sacerdotal en la parroquia de Santa Lucía uno de los intelectuales más preparados y activos en aquel Santander de la década de los 50 y primeros 60. “El problema con respecto a El libro de las sensaciones –le confesó Pablo a Lafuente vestido como de costumbre con su sempiterno traje de cascarrabias agorero y pesimista– es ¿quién puede tener hoy interés en conocer los pormenores de la infancia y la adolescencia santanderinas de Francisco Pérez Gutiérrez?”. En definitiva, Pablo se planteaba qué editor se atrevería a dar forma de libro a unas páginas que, en principio, no parecía fueran a tener un especial interés para un gran número de lectores. Pero Pablo Beltrán de Heredia, además de un recalcitrante cascarrabias, era un hombre muy inteligente, y sin duda sabía entonces perfectamente bien en qué “oídos” no olvidadizos dejaba caer sus temores editoriales con respecto a El libro de las sensaciones, pero también conocía en qué bien amueblada cabeza sembraba su opinión sobre la relevancia de Paco Pérez en la historia de nuestra ciudad durante los años centrales del pasado siglo.
Beltrán de Heredia murió el 21 de agosto de 2009. Su biografía y su correspondencia con el poeta Julio Maruri fueron dos de los primeros libros editados por Ediciones La Bahía de José María Lafuente. Tres años después de su muerte, unas memorias de su amigo Francisco Pérez ven la luz en el mismo sello editorial que su biografía y sus cartas al poeta de Las aves y los niños. El círculo de amistad, literatura y recuerdos así se cierra gracias a la buena memoria de José María Lafuente.
En efecto, tiempo después de la muerte de Beltrán de Heredia, el común amor a los libros y bibliotecas reunió a José María Lafuente y a Francisco Pérez. En el transcurso de su primer encuentro surgió la pasada relación de ambos con Pablo y también el asunto de El libro de las sensaciones. Lafuente le explicó a Paco Pérez lo que a él le había comentado Pablo con respecto a su inédito, y Paco Pérez le dijo a Lafuente que tenía escrito otro volumen de sus memorias del que Pablo nunca supo nada. El trabajo se titulaba Adiós a las almas (guiño literario al famoso título de Hemingway), y en él meditaba sobre los acontecimientos de su vida desde la llegada al Seminario de Comillas hasta más o menos el tiempo presente.
Lafuente leyó con atención los dos volúmenes y en ambos encontró alicientes para la lectura, aunque fue en el segundo, Adiós a las almas, en el que vislumbró muchas más posibilidades de atrapar el interés de los lectores y, sobre todo, en el que descubrió elementos de indiscutible importancia para futuros estudios historiográficos y análisis referidos, por ejemplo, a la formación y vida del clero de elite español en la posguerra dentro de un seminario como el de Comillas; el día a día, intereses, vocación e ideas de un sacerdote progresista en la España anterior y posterior al Concilio Vaticano II; la vivencia espiritual, íntima e intelectual de un religioso durante su proceso de secularización; o la reflexiones sobre la experiencia amorosa y paternal de un hombre que ha sido sacerdote durante una parte importante de su vida..
Terminada la labor de lectura, Lafuente trasladó a Paco Pérez la intención de estudiar la posibilidad de editar la obra, al menos la segunda parte, Adiós a las almas, sugiriendo además algunas modificaciones como, por ejemplo, la ampliación de determinadas partes que en su opinión quedaban cojas, o, por el contrario, el condensar algunas reflexiones de marcado carácter teórico. El autor acogió con lógico optimismo la oportunidad que se le brindaba de ver en papel impreso sus memorias; dio su aprobación a las sugerencias editoriales y se puso en marcha el proyecto.
Francisco Pérez Gutiérrez: Adiós a las almas (Ediciones La Bahía, 2012)
El último día del mes de agosto de 2011 Lafuente me presentó oficialmente a Paco Pérez y a su mujer, María Jesús. Digo oficialmente porque yo ya había intercambiado cuatro palabras en alguna época remota con el escritor por medio de uno de sus familiares, mi amigo el profesor y poeta Miguel Ibáñez. En aquella reunión me entregaron los dos volúmenes ya mencionados y me dediqué a su lectura durante los días posteriores. Tras leer los dos volúmenes coincidí con Beltrán de Heredia y Lafuente en que el principal interés de las memorias radicaba sin duda alguna en Adiós a las almas. En sus páginas quedaban reunidas, por un lado, todas las aportaciones de enjundia para la futura historiografía enfocada a asuntos directamente relacionados con la iglesia católica española durante la segunda mitad del siglo XX, y por otro, todos los elementos biográficos y reflexivos que pudieran interesar no solo aquellos lectores asiduos a temas religiosos y aledaños, sino a cualquier tipo de lector avezado en la lectura de memorias y biografías. En este sentido, nos encontramos con unas páginas que bien pueden situarse, sin ir más lejos, en la estela y la impronta de las de autores como Hans Küng.
Así que de común acuerdo decidimos editar Adiós a las almas, concentrándonos a partir de entonces en la corrección de erratas, la eliminación de ideas profusamente repetidas o redundantes, la comprobación ortográfica de nombres y demás trabajos propios de la edición de un manuscrito original. El resultado final son estas páginas que ahora ven la luz gracias a Ediciones La Bahía y al empeño vocacional de su director, José María Lafuente, en editar textos que supongan significativas aportaciones al mejor conocimiento de la historia de la cultura en Santander y Cantabria y de sus protagonistas.
Pongamos el punto final a estas líneas introductorias, y hagámoslo asegurando que quien se acerque a Adiós a las almas, de Francisco Pérez Gutiérrez, difícilmente quedará indiferente y sin opinión ante las vivencias y reflexiones de una de las figuras menos reconocibles, pero más sólidas, mejor formadas y sin duda más infrecuentes, atractivas y valientes de la generación de intelectuales y escritores cántabros que fueron niños durante la Guerra Civil.