Van cayéndome los años encima, lo que en todo caso no es ninguna novedad. La novedad, momentánea, es estar muerto. Con los años acumulándose en la piel y las arterias, también se van acumulando los libros, y con ellos las lecturas. Llevo una racha que yo mismo he calificado como bastante buena. Siete y ocho libros leídos al mes a lo largo de los últimos años. No sale mal número. Leo como un omnívoro: algo de poesía, algo de historia, alguna ficción narrativa, memorias, biografías, ensayos, pensamiento… Siguiendo este régimen lector lo cierto es que me encuentro ante una paradoja. Por un lado cada vez me gusta más leer, y por otro cada vez me topo con menos lecturas que podría calificar como memorables. Tal vez la ecuación resultante sea la lógica. Pero francamente da algo de rabia no sentirse cada vez que se coge un libro con la emoción y el entusiasmo anhelados. Caigo en la cuenta de que con la lectura ocurre algo semejante a lo que pasa con algunas drogas: para lograr el mismo efecto necesitas más cantidad, es decir, engullir más páginas a la busca y captura del nuevo “subidón” que te pasme y estremezca.
En cuanto a mis lecturas, creo sinceramente que me muevo en un nivel notable, pero también es cierto que alcanzar el “subidón” se hace a cada libro más difícil y complicado. Ocurre muy pocas veces. Ahora me está ocurriendo. ¿Con qué libro? Con el de un autor del que sabía cosas sin haber leído nunca nada de él. Me refiero a
Tony Judt (Londres, 1948-Nueva York, 2010), un historiador formidable autor de lo que todos los expertos han calificado de obra maestra:
Postguerra (Taurus, 2006).
Tony Judt estudió en el mítico King’s College de Cambridge y en la École Normale Supérieure de París. Luego impartió clases en las universidades de Cambridge, Oxford, Berkeley y Nueva York, en esta última ocupó la cátedra de Estudios Europeos que él fundó en 1995. Autor y editor de más de una decena de libros, entre ellos
Sobre el olvidado siglo XX (Taurus, 2008) y
Pasado imperfecto (Taurus, 2007), Judt colaboró con publicaciones periódicas de gran prestigio como
The New York Times o
The Times Literary Supplement. Galardonado con numerosos e importantes premios, Judt murió en agosto del pasado año de una enfermedad degenerativa.
Tony Judt: El refugio de la memoria (Taurus, 2011)
Precisamente el libro que me está sobrecogiendo,
El refugio de la memoria (Taurus, 2011), está compuesto por capítulos en los que el autor evoca algún recuerdo importante de su pasado por medio de una memoria que solo cabe calificar como prodigiosa. Cuenta Judt en el comienzo de esta pasmosa, sobrecogedora y original autobiografía que se decidió a dictar los capítulos sabedor de que el tiempo del que disponía era muy limitado: a lo sumo unos cuantos meses, quizá poco más de un año. La enfermedad degenerativa lo tenía completamente postrado. No podía mover ni un músculo, lo tenían que rascar, que mover, incluso que asegurar en la cama para que no se moviese ni un milímetro en el transcurso de la noche. Judt no podía hacer absolutamente nada. Solo esperar la muerte y sus avances lentos pero inexorables. Así que durante las terribles noches en las que todo estaba en silencio, todo el mundo descansaba y él no podía conciliar el sueño, se decidió por rememorar, es decir, por recordar con pelos y señales algunos episodios de su vida. El método consistía en ser radicalmente exacto en la remembranza. Por ejemplo, recorrer una y otra vez los lugares habitados: los pasillos, las habitaciones, los rincones…, y en ellos situar los objetos, olores, sensaciones… El fruto de estos viajes al pasado eran dictados por la mañana.
El resultado es una autobiografía bellísima, en la que la propia memoria, la vida que bulle en el interior de la propia cabeza en los momentos en los que todo alrededor se desmorona definitivamente, es la única fuente utilizada para escribir la propia historia, y con ella las circunstancias de un mundo que se desvanece: el propio, el vivido en y con los demás.
El refugio de la memoria es un libro sobrecogedor en el que como bien explicita el título, la propia memoria, los propios recuerdos de lo que fue para nosotros, se convierte no solo en fuente histórica, sino principalmente en el último refugio que le queda a un moribundo para sentir, amar, vivir y trabajar. La memoria y los recuerdos como refugio. La memoria como esencia de haber sido y la posibilidad de seguir siendo en el recuerdo propio y en el de los demás.