Joan Sutherland era una mujer de rostro francamente poco agraciado. Ojillos pequeños y un prognatismo sobresaliente le daban un aspecto relevante en lo negativo. Sin embargo su voz de soprano lírica fue quizá la más hermosa de todo el siglo XX. Una voz cristalina, pura, sin dobleces, de una belleza simplemente sobrenatural.
La australiana nació en 1926 y ha muerto ahora, tras casi medio siglo de carrera sobre los más grandes escenarios de todo el mundo. Comenzó a cantar en su Sydney natal en 1947, y se retiró por completo nada más y nada menos que en 1990, llegando a cantar por última vez en el Liceo barcelonés en fecha tan tardía como 1988. A lo largo de su trayectoria cantó muy diversos papeles, casi siempre del repertorio italiano y francés, desde el barroco a
Puccini o
Benjamin Britten. Fue la Aida, la Leonora o la Amelia verdianas, pasando, claro, por su verdadero caballo de batalla dentro de los escritos por el compositor italiano, la Violeta de
La Traviata, papel en el que vocalmente quizá nadie la ha superado, y del que sin duda es una de las tres o cuatro grandes intérpretes de la historia.
Joan Sutherland y Luciano Pavarotti interpretan "Un di felice" de La Traviata (vídeo colgado en YouTube por midas45)Sin embargo Joan Sutherland queda ya para siempre en la
historia de la ópera por ser la verdadera recuperadora y valedora de la obra de dos compositores, cuyas óperas rescató en gran medida del olvido y volvió a poner en los escenarios con un éxito inusitado. Me refiero a los dos grandes compositores del
bel cantismo italiano,
Bellini y
Donizetti. El
bel cantismo hace referencia a un momento muy determinado de la ópera italiana, la que pasa del siglo XVIII al XIX y se concreta casi exclusivamente en la escritura de tres compositores señalados, los dos ya aludidos y
Rossini. Se trata de óperas cuya clave se sustenta en el canto hermoso, en el
bel canto, es decir, en una forma muy especial de cantar en la que lo realmente importante es la belleza de la voz, su lirismo incardinando en unas melodías ligeras de relativa sencillez en su construcción, pero de gran hermosura y cargadas de poesía rítmica, si así puede decirse.
En este sentido la gran Sutherland devolvió a los escenarios sobre todo óperas de Donizetti, compositor del que hasta el trabajo de la soprano australiana prácticamente solo se interpretaba su
Lucia di Lammermoor. Joan Sutherland. Apoyándose en las cualidades de su voz prodigiosa, se atrevió a enfrentarse a los papeles
bel cantistas de este compositor, papeles de extrema dificultad en lo vocal, y así devolvió a la vida títulos como
Maria Stuarda, Anna Bolena o
Lucrezia Borgia. Así todo, el repertorio de “La Stupenda” era muy amplio. A Donizetti, Rossini y Bellini, debemos de sumar
Mozart, Verdi, Puccini, Lehar, Bizet, Purcell, Haendel, Offenbach, Gounod...
Joan Sutherland canta "Casta diva" de Norma de Vincenzo Bellini (vídeo colgado en ouTube por napat14)
Joan Sutherland, “La Stupenda”, cantó y grabó con los más grandes de su época y de su repertorio. Me refiero a directores de orquesta como
Giulini, sir
John Barbirolli, sir
John Pritchard, Tullio Serafín, Antonio Votto, Erich Kleiber..., y a cantantes como
Plácido Domingo, Alfredo Kraus, Franco Corelli, Giulietta Simionato, Nicolai Ghiaurov, Fiorenza Cossotto, Marilyn Horne, Caballé, Berganza... Pero hay dos nombres indisociables de la gran diva. Primero el que fuera su marido, el director de orquesta
Richard Bonynge, con quien grabó en disco gran parte de su mejor repertorio. Un director de orquesta especializado en música
bel cantista, que fue el gran soporte musical de la cantante durante toda su carrera. El otro nombre propio es desde luego el del tenor
Luciano Pavarotti, la “pareja escénica y discográfica” por excelencia de Joan Sutherland. Durante los años 1950 y 1960 hubo dos parejas de cantantes que mantuvieron una notoria rivalidad en los escenarios y en los discos. Por un lado
Maria Callas y
Giuseppe Di Stefano (discográfica EMI) y por otro
Renata Tebaldi y
Mario del Monaco (discográfica Decca). Pues bien, la única pareja comparable por número de grabaciones es, sin duda alguna, Sutherland y Pavarotti, dos voces bellísimas, dos voces ligeras pero sólidas absolutamente aptas para el repertorio
bel cantista, repertorio en el que realmente deslumbraron en los escenarios y en los discos. Sus dúos son prodigiosos, inolvidables, ponen la piel de gallina..., es difícil concebir tanta belleza vocal junta.
La crítica sólo le ha puesto un pero a la Sutherland, el mismo que tantas veces se le ha puesto a la
Caballé, verdadera heredera natural de la australiana, la última diva que queda del mundo de la ópera más brillante de la segunda mitad del siglo XX. Me refiero a su falta de caracterización dramática sobre los escenarios y, en no pocas ocasiones, en los discos. Las dos sopranos dan todas las notas, y las dan con una belleza sobrecogedora, pero hay críticos que prefieren menos perfección técnica, menos brillantez vocal, y más encarnación vocal y actoral del personaje. El asunto queda para el debate y, probablemente, para el gusto de cada cual.
Ha muerto Joan Sutherland, “La Stupenda”, la soprano lírica del
bel cantismo italiano a lo largo de la última mitad del siglo XX. Ahí es nada.
P.D. James: