[SE RECOMIENDA VER ANTES:
Memorias del futbolista Zarzamora: fútbol y literatura (2)]A continuación voy a comenzar la lectura del capítulo III de
Las Memorias del futbolista Zarzamora, capítulo titulado “Una carta perturbadora”, y en el quedan desgranados algunos de los lugares comunes que hoy, curiosamente, siguen formando parte importante de lo que podríamos llamar la
prosa futbolística (cuentos, reportajes periodísticos, etc…), es decir, el entrenador más o menos despótico, el “clima” del vestuario, los miembros de la junta directiva, los entrenamientos, las denominadas “actividades culturales” en torno al mundo del fútbol (conferencias, etc…), la dieta, las mujeres hermosas pululando en torno de las estrellas, el uso recurrente de anglicismos, los periodistas deportivos, la conformación de los héroes futbolísticos, etc, etc… Todo un mundo no muy distinto en lo esencial a lo que hoy nos podemos encontrar, que es tratado por el
poeta Ciria, hace casi 90 años, con una entretenida ironía que quiero compartir ahora con todos.
José de Ciria y Escalante (1903-1924)
Memorias del futbolista Zarzamora. Una carta perturbadora (1923) “Desde el momento mismo que pisé la estación de la nobilísima, heroica y deportiva ciudad castellana, caí bajo la jurisdicción de mister Harris, entrenador del
Robustick-Club, un inglés de pelo rubio azafranado y vivísimos ojos azules, en cuyo semblante dulce y sonriente no se podía adivinar el inflexible rigor y la energía extraordinaria que en el cometido de su trascendental misión empleaba.
-Bien venido, muchacho -dijo, estrechándome la mano con efusión, apenas descendí del tren, y en un acento imposible de reproducir, que más le denunciaba por vecino de Baracaldo o de sus alrededores que por hijo de la Gran Bretaña-. Me han dado los mejores informes de ti y me produce una satisfacción vivísima que vengas a reforzar el equipo confiando en mi dirección. Supongo que estarás dispuesto a consolidar tu fama de gran jugador, ¿no es verdad,
Zarzita?
Ahora, en estos días que faltan para el partido, es imprescindible un entrenamiento metódico y constante, tienes que conocer el juego de los que van a ser tus compañeros, en una palabra, es absolutamente necesario que llegues a
entenderte con ellos; de no hacerlo, fracasaríamos irremisiblemente. Además el tren desgasta mucho y es forzoso que recuperes lo perdido en el viaje.
-No me lo harás bueno -pensé para mí, recordando los cincuenta duros que, jugando a las
siete y media en el vagón, me había llevado la noche anterior un joven albista que subió a mi departamento en Valladolid y venía a Valdehígados a hacer propaganda electoral.
-Pues ya lo sabes,
Zarza -continuó mister Harris- desde ahora mismo quedas bajo mis órdenes, y supongo que para bien de todos las cumplirás fielmente. ¿Entendido?
-Entendido -contesté de mala gana, molestado por el tuteo repentino y sobre todo por el diminutivo con que me denominaba aquel señor la primera vez que nos veíamos y cuando no habíamos cruzado siquiera cuatro palabras.
A partir de aquel momento, mister Harris, o mejor dicho Zuricalday, que este era su verdadero apellido, como pude averiguar luego, confirmando mis sospechas, ya que se le había cambiado de nombre y de nacionalidad por creerlo de mejor tono don Gaspar del Olmo y los demás miembros de la Junta directiva del
Robustick-Club, Zuricalday, digo, desde el instante en que por vez primera puse el pie en tierra valdehigadense, se convirtió en mi sombra, no dejándome respirar tranquilo un sólo minuto. Y yo, que me ufanaba de haber conservado siempre mi independencia, sin que nadie hasta entonces hubiese logrado imponerme por la fuerza su voluntad; yo, que tenía
la cabeza como una piedra, según escribió un cronista deportivo en un momento de entusiasmo; yo, que en punto a testarudez nada tenía que envidiar a
Chicuelo, quien allá en sus comienzos de novillero se propuso tener pánico a los toros y ni una sola vez ha dejado de salirse con la suya; yo, indisciplinado por excelencia, me veía ahora transformado en un perrillo faldero, que iba y venía según el deseo de mi amo y señor, el entrenador inglés nacido en Deusto.
¿A qué obedecía este cambio tan brusco en mi manera de ser? No lo puedo decir a punto fijo: tal vez el miedo que me producía pensar que había de vérmelas frente a un equipo famoso en Europa, en un campo de primera categoría y ante uno de los públicos más entendidos y exigentes de España fuera la causa de que -¡cosa inusitada en mi vida futbolística!- me pasase doce horas al día haciendo flexiones, corriendo, saltando a la cuerda y bailando el
paso del camello con las hijas del señor del Olmo, Castita y Perfecta, danza que según decía Zuricalday era muy apropósito para hacer piernas.
Pero lo que más me irritaba, lo que me ponía fuera de mí, era el régimen de las comidas. Zuricalday en este punto se mostraba inflexible.
Hazme caso,
Zarzita -me decía a menudo- más daño hace una comida sin orden ni concierto que una patada en la espinilla.
Recuerdo a este propósito que una noche los socios del Casino (donde solía ir a pasar el tiempo los ratos que me dejaba libre el entrenamiento) dieron una cena en mi honor, motivada por una conferencia que con el sugestivo tema
Las posibilidades de football en Castilla la Vieja, había pronunciado aquella tarde en dicho centro. La comida, a la que asistía todo el elemento intelectual y deportivo de Valdehígados (y a donde con gran disgusto suyo y gran regocijo por mi parte no le fue posible asistir a mi odioso entrenador), transcurría a las mil maravillas.
El menú parecía hecho por alguien que conociese muy bien mis gustos; en él se daban cita mis platos predilectos. Luego me enteré de que la viuda de Macho, enterada, por las largas conversaciones que a diario sosteníamos de todas mis preferencias, fue la que le había confeccionado. No quiero decirte, lector amable, lo que
gozaría yo aquella noche en que, libre del inaguantable vasco, pude dar rienda suelta a mi apetito, constreñido durante los días anteriores por las imposiciones higiénicas del
manager que me había tocado en suerte.
Terminada la cena y cuando me dirigía al domicilio de don Gaspar del Olmo, rendido por el ejercicio del día y un poco mareado por las prolongadas libaciones de la noche, me encontré a Zuricalday, quien con ojos que parecían dos hogueras y echando casi espuma por la boca me increpó:
-No me digas nada; estoy enterado de todo. Acaban de describirme el festín baltasariano a que os habéis entregado esta noche. La culpa, por supuesto, la tengo yo, que he consentido que aceptaras esa comida. Os habéis atracado de grasa, y lo que es peor, has comido callos... Parece imposible que no se te haya ocurrido que los callos son fatales para los futbolistas... ¿Y tú eras el que pretendías brillar en los campos de deporte... tú, desgraciado, que has echado a perder en una hora mi trabajo de diez días? ¡Quítate de mi vista si no quieres que...!
Y mordiéndose la lengua, dio media vuelta y se alejó en dirección contraria a la que yo iba dejándome en el más completo de los ensimismamientos.
P.D. James: