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miércoles, 17 de febrero de 2010
Julio Maruri contempla los Ballets Rusos de Diaghilev en Santander
Autor: Juan Antonio González Fuentes - Lecturas[7268] Comentarios[0]
Recordando, recordando, me veo ante una escena extraña: una carreta que transporta sandías, las compuertas ceden, las sandías se desparraman, se abren y salen de ellas unas figuritas que se agitan pirueteando por el escenario. Se sabe que Diaghilev, entre temporada y temporada, empleaba a un grupo reducido de su compañía –la troupete– y a su regisseur Serge Grigoriev, para dar representaciones fuera del circuito de los grandes teatros


 

Juan Antonio González Fuentes

El poeta Julio Maruri escribió hace tiempo unas memorias de infancia y juventud. Las escribió para que se publicasen inmediatamente en una edición de la imprenta santanderina Bedia, pero el proyecto no llegó a buen puerto. Ha pasado el tiempo, los años, y ahora, ediciones La Bahía, una empresa cultural que es empeño del empresario santanderino José María Lafuente, ha decidido ponerse manos a la obra, teniendo en el horizonte los próximos 90 años que el “joven” poeta cumplirá el próximo mes de julio.

Yo soy el encargado de transcribir estas memorias, y hoy, sin encomendarme ni a Dios ni al Diablo, y espero que ambos sepan perdonarme, les adelanto unas líneas en las que Julio Maruri recuerda asistir a una representación teatral fantasmagórica en el desaparecido Teatro Pereda de Santander, y que él piensa que fue su primer encuentro con los míticos Ballets Rusos de Diaghilev. Pero será mejor que lo cuente él:

“Alejandra, nuestra robusta lavandera de los lunes, tenía un hijo que trabajaba en la tramoya del vecino Teatro Pereda y que, de cuando en cuando –un jueves por la tarde– me llevaba con él, lo que para mi madre suponía un buen rato de tranquilidad, pues hay que saber que por aquella época no había guarderías infantiles, ni esos “tallercitos” donde los niños se pringan de pintura o amasan pasta para modelar. Ya en el teatro me instalaban en un rincón fuera de peligro, espectador hipnotizado por los martillazos, las órdenes, el subir y bajar de castillos, de salones, de barcos en plena mar, de arboledas que aparecían y desaparecían, y así hasta que mi tramoyista me despertaba con un “¡ale, a casa!”, vivo y sin réplica. Era el momento para él de parar en la tabernita de la esquina de San Simón y Santa Lucía, tomar una copa, dejarme a la puerta de nuestro tercero izquierda, saludar y desaparecer saltando los escalones de tres en tres.

Pero una de aquellas tardes –creo que fue la última por lo que diré– se me ocurrió esconderme en un palco que conocía muy bien porque era el de doña Pacita, nuestra vecina del tercero derecha, joven y bella mujer olorosa a quien visitaba un señor distinguido que se llamaba don Mariano. Mujer bien educada, doña Pacita estaba en buenas relaciones con mi madre, así que, cuando su sobrina, niña de mi edad venía de Madrid por vacaciones, “Tichita” me invitaba casi ritualmente a una función.

Recordando, recordando, me veo ante una escena extraña: una carreta que transporta sandías, las compuertas ceden, las sandías se desparraman, se abren y salen de ellas unas figuritas que se agitan pirueteando por el escenario. Se sabe que Diaghilev, entre temporada y temporada, empleaba a un grupo reducido de su compañía –la troupete– y a su regisseur Serge Grigoriev, para dar representaciones fuera del circuito de los grandes teatros. Se sabe que también bailaron en San Sebastián, lugar de verano de la reina María Cristina. San Sebastián, cerca de Biarritz, prima hermana de San Sebastián, valía la pena transportar decorados y vestuario y bailarines casi como de vacaciones. Pensamos que también actuaron en Santander, residencia Real y pasmo de turistas. El público, en agosto era innumerable. El presupuesto de los Bailes Rusos enorme. En los programas del teatro Victoria Eugenia figuraba el ballet de Leonid Massin (la e que muchos le añaden es pegote francés al que obliga la pronunciación gala), con música de Rossini, La boutique fantasque. Los muñecos de La boutique fantasque bailaban una tarantela, los cuatro reyes de la baraja una mazurca, y la carreta de un vendedor de sandías se vuelca sobre uno de los visitantes de la tienda. Y así se puede suponer que desde ese palco de nuestro inolvidable Teatro Pereda, en donde estoy escondido ahora y ya medio dormido, he asistido en función de tarde a una representación de la mítica compañía procedente del Ballet Imperial de San Petersburgo.

Estoy escondido y me están buscando. Una voz me despierta: “Juliooo, Juliooo…” Cuando me conducen a casa, mi madre, blanca de angustia me dice: “No sé si sabes que los Romanones andan buscándote”, añadiendo: “y te van a llevar”. Los Romanones, cuyo cuartelillo estaba situado entre el Teatro Pereda y el arranque de San Simón, eran el sacramento de la terribilidad, para decirlo con fuerza. Se le solía ver conduciendo a un raquerillo robón como si fuese el mayor criminal del mundo, y se contaba que sus cachiporras de gran guiñol instituido no daban palos de ciego. Esto es lo que más o menos me dijo un día mi tío Eduardo, aunque sin ese remilgo de literato con que yo afeito, al traducir, sus palabras”.

***

Últimas colaboraciones (FEBRERO 2010) de Juan Antonio González Fuentes en la revista electrónica Ojos de Papel:

LIBRO: Oliver Matuschek: Las tres vidas de Stefan Zweig (Papel de Liar, 2009)

LIBRO (enero 2010): Alex Ross: El ruido eterno. Escuchar al siglo XX a través de su música (Seix Barral, 2009)

CINE (enero 2010):  James Cameron: Avatar (2009)

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-LIBRO (noviembre): Miklós Bánffy: Los días contados (Libros del Asteroide, 2009)

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-LIBRO (septiembre):  P.D. James: Muerte en la clínica privada (Ediciones B, 2009)

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-PELÍCULA (julio)Niels Arden Oplev: Millennium 1: Los hombres que no amaban a las mujeres (2009)

Más de Stieg Larsson:

-Millenium 1. Los hombres que no amaban a las mujeres (Destino, 2008)

-Millennium 2. La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina (Destino, 2008)


NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, creación, historia, artes, música y libros) como cronológicamente.


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