A mediados del siglo XIX, cuando la creación de un Estado alemán empezaba a verse en el horizonte,
Lorenz Diefenbach, un pastor protestante, lanzó al aire del espíritu alemán una frase llamada a erigirse en símbolo de muchas cosas, entre ellas, la entrada al mismísimo infierno. La frase era
Arbeit Macht Frei, algo así como “El trabajo libera”.
Esta frase, confeccionada en acero forjado por un herrero-prisionero de nombre
Jan Liwacz, presidía con sus cerca de cuatro metros de largo la entrada al infierno en la tierra, o al menos a una de sus sucursales, el
campo de concentración nazi de Auschwitz (Polonia), donde fueron exterminadas decenas de miles de personas, muchas de ellas de raza judía, por el simple hecho de serlo.
Puerta de entrada al campo de exterminio de Auschwitz
Durante 70 años esta frase convertida en acero sintetizó, sí,
el horror y la barbarie humana, pero también la imperecedera rebeldía que subyace en los seres humanos libres, al menos en algún sentido, en el espiritual. Jan Liwacz colocó la b metálica y fría de la palabra Arbeit al revés, con la redondeada barriga inferior y más prominente de la B mayúscula hacia arriba. Ese fue, al parecer, su rasgo de indómita rebeldía.
La frase ahora ha desaparecido, ha sido robada no se sabe aún ni por quién ni por qué. La policía polaca, en este invierno europeo crudísimo en el que ya son decenas de polacos los que han sucumbido al frío, ha declarado que recuperar el viejo trabajo de Jan Liwacz es una cuestión casi de honor nacional. Una réplica exacta ya vuelve a señalar con su diabólica ironía la entrada al infierno. La entrada al infierno vale 1.200 euros, lo que ofrece la policía por cualquier indicio que lleve a su paradero.