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miércoles, 14 de octubre de 2009
El modelo económico socialista tras la II Guerra Mundial
Autor: Juan Antonio González Fuentes - Lecturas[19227] Comentarios[0]
En el modelo económico centralizado, el poder central asume la capacidad de decisión en lo relativo al volumen de producción de cada empresa, estructura de los costes, entrega de los medios de producción, consumo privado. En el modelo descentralizado, cada agente económico es responsable de sus decisiones y determina el consumo y la producción: son importantes las relaciones horizontales entre las empresas y entre las empresas y sus clientes. El modelo soviético fue el aplicado en la URSS y desde finales de los cuarenta en Bulgaria, Checoslovaquia, Rumania, RDA, Cuba, Polonia y Hungría...


Juan Antonio González Fuentes 

Juan Antonio González Fuentes

Dos notas básicas definen al sistema económico socialista: una de naturaleza ideológica como la socialización de la propiedad de los medios de producción; otra de índole estrictamente económica como la planificación centralizada. El primero es el rasgo más distintivo de la economía socialista, el segundo no se da en todos los países so­cialistas (y se da en buena medida en algunas economías capitalis­tas). La propiedad social de los medios de producción combina dos criterios: que el conjunto de la sociedad es quien dispone efectiva­mente de los medios de producción (la propiedad pública o estatal) y que los medios de producción son empleados en interés de toda la socie­dad (noción so­cialista del interés general). El componente de la planificación cen­tralizada determina la tipología de las economías socialistas, que van desde los modelos de elevado grado de centraliza­ción (tipo soviético) a los modelos de economía socialista de mercado (tipo yugoslavo), según sea el plan o el mercado el mecanismo de regulación fundamental de la actividad económica.

En el modelo económico centralizado, el poder central asume la capacidad de decisión en lo relativo al volumen de producción de cada empresa, estructura de los costes, entrega de los medios de produc­ción, consumo privado. En el modelo descentralizado, cada agente econó­mico es responsable de sus decisiones y determina el consumo y la producción: son importantes las relaciones horizontales entre las empre­sas y entre las empresas y sus clientes. El modelo soviético fue el aplicado en la URSS y desde finales de los cuarenta en Bulgaria, Checoslovaquia, Rumania, RDA, Cuba, Polo­nia y Hungría, si bien con diferencias en cuanto al papel estatal en estos dos últimos. Sólo Yugoslavia y Checoslovaquia alteraron este modelo desde finales de los sesenta confiando la regulación de la produc­ción y la inversión al mercado.

La construcción del socialismo según el modelo soviético exigía la industrialización de países que, excepto la RDA y Checoslovaquia, eran eminentemente agrarios. La nacionalización comenzó por los sectores claves de la economía (industria pesada, mi­nas, transportes y comunicaciones, bancos y aseguradoras) y por las empresas de mayor tamaño, extendién­dose a sectores más periféricos y a empresas más pequeñas progresiva­mente. Hacia 1950 el proceso había alcanzado ya un desarrollo notable: en Bulgaria, Checoslovaquia y Polonia el sector socializado proporcio­naba el 97, 95 y 86% de la producción respectivamente.

La sovietización de la economía conllevó, en segundo lugar, la colectivización de la agricultura, realizándose desde 1948 reformas agrarias conforme al modelo de los koljoses soviéticos, con la agrupación de las explotaciones rurales en cooperativas colectivas, en grandes unidades de produc­ción. Para vencer el apego a la tierra de los propietarios se arbitraron diversos medios, desde campañas públicas contra los grandes propietarios a aumentos en el sistema impositivo y de entregas obligatorias de producción. La explotación de la tierra se organizó en empresas colectivas (koljoses), con la reserva de una parte de la tierra para el Estado (sovjoses). Así, una propiedad muy fragmentada fue reemplazada en la década de los cincuenta por grandes unidades cooperativas. Con todo, los efectos de la colectivización no fueron especialmente favorables: el efecto negativo de la resistencia pasiva de los campesinos sobre los rendimientos puso en cuestión el éxito de la colectivización, recurriéndose a un reforzamiento de la disciplina, a un mayor control por los funcionarios y militantes del partido, a establecer estímulos al rendimiento y a acrecentar el parque de maquinaria agrícola. En pocos años se impuso la producción con métodos colectivi­zados y la proporción de koljoses y sovjoses (las granjas estatales su­ponían entre el 5 y el 13% de la producción) suponían el 100% de la producción en la URSS y más del 90% en los países satélites. Las excepciones fueron Polonia y Yugoslavia, donde sólo afectaban a la cuarta parte de la tierra las granjas colectivas y estatales.

A inicios de los años sesenta, prácticamente la totalidad de las actividades económicas era de propiedad y gestión estatal, permane­ciendo sólo la artesanía y ciertos servicios de alimentación bajo la propiedad privada. Hasta el 95% de la renta nacional de los países orientales provenía del sector socializado, proporción que era mayor en la industria que en la agricultura. En Polonia y Yugoslavia la proporción era del 75%, al quedar la mayor parte de la agricultura fuera del control estatal.

Stalin en 1936 (foto wikipedia)

Stalin en 1936 (foto wikipedia)

Rota la vinculación con el mercado capitalista internacional, la estrategia de las economías socialistas de inspiración soviética fue la búsqueda de una vía no capitalista de industrialización y desarrollo. El objetivo fue alcanzar rápidamente altas tasas de desa­rrollo y por ello, dentro de la acelerada industrialización, se conce­dió prioridad absoluta a la formación de capital y a la fabrica­ción de bienes de producción, en detrimento de la agricultura y los bienes de consumo. El rápido crecimiento económico fue destinado a una mayor capacidad de acumulación para ampliar el volumen de inversiones productivas. El crecimiento socialista se concibió a largo plazo como la consolidación de la base material del socialismo y la mejora permanente de las condiciones de vida.

Entre 1950 y 1970 hubo un espectacular crecimiento económico y las economías socialistas experimentaron una transformación radical: las antiguas economías agrarias con limitado potencial de crecimiento se convirtieron en estructuras industriales dinámicas. El crecimiento fue mayor al de Europa Occidental: la renta nacional se multiplicó por cuatro, con altas tasas anuales. El crecimiento fue aún más espectacu­lar en el sector industrial, cuyo producto se multiplicó por siete. Este crecimiento se fundamentó más en el uso extensivo de los factores de producción (acumulación de recursos naturales, humanos y financieros) que en la intensificación o eficacia productiva de los factores. El empleo creció a altas tasas anuales (un 1'7% frente al 0'6% de Europa Occidental), produciéndose la incorporación laboral de la mujer y el desplazamiento de la fuerza de trabajo desde la agricultura a la industria. La estrategia de desarrollo emprendido consiguió transformar de manera radical, en apenas veinte años, la estructura económica de los países socialistas, desplazándose el protagonismo económico de la agricultura a la industria (la primera se reduce a la cuarta parte de la renta nacional y a menos de la mitad del empleo en los países socialistas menos avanzados, los más avanzados tenían estructuras del empleo similares a la occidental).

Desde el punto de vista social el nivel de vida de la población experimentó una sus­tancial mejora, con crecimientos sustanciales de los salarios rea­les y una amplia oferta de servicios gratuitos o semigra­tuitos. Como aspecto negativo está la escasa disponibilidad de bienes de consumo y, lógicamente, el bajo consumo privado de la población.

Por otro lado, el crecimiento extensivo comportó desequilibrios sectoriales. La estrategia de desarrollo seguida desde los años cincuenta otorgó prioridad a la industria pesada en detrimento de la agricultura y los bienes de consumo: el elevadísimo crecimiento industrial (alcanzó tasas del 20% anual) contrastó con el modesto crecimiento de la agricultura y de algunos servicios. Entre los efec­tos negativos del crecimiento extensivo destacan la ineficacia productiva, con el notable despilfa­rro de recursos naturales, humanos y financieros. La escasa producti­vidad de los factores de producción obedeció no sólo a la concepción socialista, primando la cantidad sobre la calidad como llave del desarro­llo, sino también a las deficiencias del propio mecanismo planifica­dor. Entre otros aspectos, la intensificación del crecimiento a través del progre­so técnico no formó parte de las prioridades establecidas durante la fase de crecimiento, y la desconexión con Occidente no permitió que el comercio y el contacto cultural fuesen vehículos de intercambio tecnológico. En suma: ineficacia productiva, escasez del consumo y atraso agrícola fueron los principales problemas de las economías socialistas, que fueron a más a medida que el crecimiento extensivo dio muestras de agotamiento en los años setenta.

Desde los años cincuenta, tras la muerte de Stalin, hubo intentos de reforma del sistema económico socialista tradicional que resultarían fallidos por la suma de dos aspectos: su carácter limitado y las resistencias del aparato burocrático. En el caso de Yugoslavia, la ruptura de Tito con la URSS en 1948 permitió la edificación de un modelo socialista propio. La idea era reducir la dirección económica del Estado en beneficio de una propiedad colectiva garantizada por los consejos de trabajadores, que determinarían la actividad de cada empresa; por su parte, los campesinos tenían la posibilidad de dejar las granjas colectivas (modelo autogestionario). Pese a sus logros este modelo supuso un descontrol en la inversión y el gasto que generó una economía desequilibrada y deficitaria, poniendo en evidencia las debilidades de la descentralización.

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Últimas colaboraciones (OCTUBRE) de Juan Antonio González Fuentes en la revista electrónica Ojos de Papel:

LIBRO: Luis García Jambrina: El manuscrito de piedra (Alfagaura, 2008)

CREACIÓN: La lengua ciega (DVD, 2009)

CINE: Isabel Coixet: Mapa de los sonidos de Tokio (2009)

-LIBRO (septiembre):  P.D. James: Muerte en la clínica privada (Ediciones B, 2009)

-LIBRO (julio): Stieg Larsson: Millennium 3. La reina en el palacio de las corrientes de aire (Destino, 2009).

-PELÍCULA: Niels Arden Oplev: Millennium 1: Los hombres que no amaban a las mujeres (2009).

Más de Stieg Larsson:

-Millenium 1. Los hombres que no amaban a las mujeres (Destino, 2008)

-Millennium 2. La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina (Destino, 2008)


NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.


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