Roberto debía hacer honor a su 
edad difícil  de adolescente. Alguna 
vez su madre acudió a encomendarle la buena guía de su hijo a los currantes de 
más edad. Al poco tiempo, Roberto ya era historia. Toda la historia que conozco 
a propósito de Guinea Ecuatorial, territorio hermano. Claro, que no se puede 
esperar otra cosa de un país cainita como España, que prepara a sus hijos con 
unos altos niveles de excelencia para a continuación ningunearlos, y espolearlos 
por ejemplo a una  Alemania que se 
frota las manos (claro está), pero que los sienta a la mesa con sus cubiertos 
correspondientes.
 
España es esa madre cuya 
alteración hormonal en el puerperio la hace repudiar a su hijo recién nacido. 
Bueno, no. Eso es un accidente. Es una madre sin sentimiento maternal que con 
sus acciones se gana el desprecio de sus retoños, y que en el colmo de la 
estupidez no abriga el menor sentido práctico: “Algún día seré mayor, me veré 
imposibilitada, y necesitaré de la atención y el cuidado de mis hijos, con lo 
que mejor no ponerme a malas con ellos.”
 
Abundan los ejemplos de 
“protectorado” cultural muchos años después de que las amarras del colonialismo 
hayan sido cortadas. No creo que a un francés le disguste que en Marruecos 
predomine el francés como segunda lengua, que se sienta empobrecido 
culturalmente por tener nexos con un ciudadano de Papeete o que quiera romper 
relaciones con el Canadá francófono. Así que el chiste podría decir: “Estaban en 
una isla desierta un saharaui, un guineano, un hispanoamericano, y un español… Y 
no tenían nada que decirse”. Si este país logra desentenderse de los suyos, cómo 
no va a ignorar a los que colonizó.  
 
Algunos de los 17 relatos 
guardados En el lapso de una 
ternura constituyen temas de un manual sobre la historia de Guinea 
Ecuatorial, aunque no sea ese el punto de mira del libro. Las escrituras tiene 
esas rarezas, que tal vez el autor no lo sabe, pero abre una rendija por la que 
mirar subrepticiamente un trozo de esa tierra cuya memoria nos ha sido negada. 
Te lo juro pana, en mi vida académica como sujeto paciente nunca nadie me la 
nombró (a Guinea Ecuatorial). Solo un hombre honrado, pero perfectamente vacío 
de cualquier idea que no fuera la de trabajar por sus hijos, producto standard 
del régimen, también sin saberlo, me dio idea de lo que habíamos dejado allí 
cuando soltamos amarras con ese pueblo que desde que fuera abandonado instalamos 
en nuestra amnesia: mi padre algunas veces nos habló de que había tenido que 
compartir su bocadillo con Roberto, el muchacho negro venido de Guinea 
Ecuatorial. Toda una lección de historia.
 
El mundo sería más estrecho y 
menos habitable, nuestros horizontes mentales más cortos, si no contáramos con 
libros como éste. A alguien hay que darle las gracias. Primero al más culpable: 
al editor de Carena por mirar hacia ese lado. Ya después, a José Fernando Siale Djangany, padre 
de estas criaturas a las que suponemos profesará un gran amor, por usar nuestra 
lengua común (página 75: “Las palabras son el brazo invisible de la acción. 
Cuídelas con esmero. Manéjelas con acierto y desconfianza”). Por utilizarla sin 
la obediencia debida a la economía de medios y la pertinencia, sin sometimiento 
marcial, y con la libertad semántica, estilística, y formal que le da estar 
lejos de quien pueda enmendarle la plana  (página 76: “… cuando al riachuelo se 
llevaba las migajas del pan de ayer para los peces alimentar.” / página 98: “Una vez más la puso contra la 
pared, la tocó de nuevo […] le dio una sonora bofetada en la señorial nalga 
izquierda […] en busca de los límites de su concupiscencia.” / página 100: “La 
ferretería, la aserradora, la abacería de aquel hombre y su recién casada esposa 
Almudena…”, “Peseta tras peseta su fortuna empezaba a dar ecos de sí”, “Tergal, 
terlenka, seda, algodón, lino… se dieron cita para los más elegantes”. / pág. 
102: “Los ocultos contornos en donde había sedimentado el impulso orgásmico…”). 
 
Si te tienen que tundir, mejor 
cuanto más pronto (antes empezará a bajar la inflamación producida por los 
golpes). Si se trata de ajustar cuentas con el pasado colonial, ahí tenemos “El 
ultraje”, pieza que contribuye con creces a la caracterización de este 
libro como un ejemplar de productos variados y curiosos, afortunadamente 
alejados de esa práctica a mi juicio tan innecesaria como es la del famoso “hilo 
conductor”. Si lo diéramos a leer en los cincuenta lo calificarían de poema. En 
este XXI, escrito en spanglish como está, yo apuesto que es la letra de un 
rap.
 
Siempre digo una cosa y luego 
tengo que rectificar. Me refiero a lo del “hilo conductor”. Es que resulta que 
este relato anteriormente citado bien podría ser la acción que precede a la 
reacción que se desata en “Desandando la vanidad: el pobre Arturo dos 
Santos”, realmente es la entrada, su antesala.
 
Y ahora aprovechando este título, 
tengo que sacar a colación que la materia escritoria de José Fernando Siale 
Djangany está llena de guiños, de sutiles ironías, de mínimos espejos 
deformantes, y eso a través de su variabilidad temática y estilística, pero 
también a partir de pequeños criptogramas: sea este “Desandando…” donde se describe una 
continua situación hiriente en el momento en que otra gota desborda el caldero. 
¿Qué hay de compasivo o qué hay de irónico en el “pobre” que acompaña el nombre 
de Arturo dos Santos, ejemplo de ruindad y comportamientos despreciables? ¿Por 
qué a pesar de su apellido, luego resulta que es nacido en España y no en 
Portugal?
 
Y la “investigación” que implica 
“El negruzco”, primero de los 
diecisiete relatos, ¿broma borgiana o alegato retroactivo contra la 
“animalización” que el europeo esclavista inventa para que el negro pueda ser 
cosificado? “Bibliografía” añade la gamberrada 
literaria a lo borgiano y con él se cierra el libro, pero  también los homenajes al ciego, que 
quedan en dos.   
 
Aunque si de cegar se trata, “El 
guardia colonial y el mensaje del Gobernador” deslumbra al 
más cegato por el pulimento de su escritura, por la carnalidad de los personajes 
y por la pericia con la que se conduce un relato al que hay que evitar calificar 
como de final sorpresivo porque no debemos confundir paradoja con sorpresa. Y no 
digo más, porque en un buen relato hay que saber callar a tiempo o empezar a 
hablar en el momento justo, de una forma tan original como “El 
taxista de Bioko”, que expresiones elásticas aparte (pág. 127: “…, fue 
entonces que expresé la reacción más epidérmica que he tenido en toda mi plana 
vida…”),  deja cargas de profundidad 
sobre los submarinos del poder (p. 127: “…como te decía desde un principio, esta 
es parte de la vida de un taxista por las carreteras de Bioko donde pululan 
carcasas de perro atropellado, restos de serpiente con la cabeza aplastada por 
el caucho de Dunlop contra quien nadie se atreve a querellarse por su 
hermanamiento con comerciantes y políticos…”). Un conductor que busca su lugar 
en la vida transitando por las carreteras, con el arrojo solidario del que nada 
tiene… En resumidas cuentas: es un libro extraño. Y no por los personajes de “Todo 
llega con las olas del mar”, sino porque aún la sensación de pérdida, de 
vidas arrasadas, de dolor, el autor busca los rescoldos de algo humano en los 
verdugos, ajusta cuentas: “esta me la debes pero te la voy a borrar para 
celebrar el mal que pudiste hacer y no hiciste”. Tal es en “Leónidas Glup” quien se “inmola” 
contra el régimen después de haberle servido. Aunque no siempre es así, hay 
crueles de por vida: “Venganza en ciudad mortífera”, 
verdadero prodigio de imaginación.
 
Imaginación, mito, africanidad, 
“Fameyón el robacojones” y “La 
visitante de la bahía”. Y otra cosa: ¿Imaginó alguna vez un relato con 
tintes de crónica periodística sobre el tráfico de órganos? Ahí se puede leer 
“Las gallinas no cuentan historias”. 
 
Nadie nos contó la historia de 
Guinea Ecuatorial, ese trozo de tierra que un día fuimos. Ya es tarde (para la 
historia y porque son cerca de las doce) y no estoy para wikipedias. Así que 
tendré que permanecer con la duda, e imaginarme que “Casual footstep” es una más que 
inquietante narración (no se lo creerá, pero tono ambiental y fondo divergen de 
una manera que lejos de estropear el relato lo convierten en lo que es). Una 
sublime ucronía en torno a Francisco Macías, dictador que lo fuera de aquella 
tierra.
 
No 
lo sé, pero creo que después tampoco la cosa les fue mejor. Fusilado su 
dictador, muerto de viejo el nuestro, nuestros demócratas gobernantes siguieron 
en su papel de “españoles  por el 
mundo”. El mundo de la dejadez, la desgana… el olvido.