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Miguel Veyrat (dibujo de Manuel Alcorco)

Miguel Veyrat (dibujo de Manuel Alcorco)

    TÍTULO
Poniente

    AUTOR
Miguel Veyrat

    EDITORIAL
Bartleby Editores

    PROLOGO
Antonio Crespo Massieu

    OTROS DATOS
978-84-92799-46-6. Madrid, 2012. 144 páginas. 13 €



Felipe Alcaraz

Felipe Alcaraz


Tribuna/Tribuna libre
"Poniente" de Miguel Veyrat (Bartleby Poesía), una bienvenida a la literatura del siglo XXI
Por Felipe Alcaraz, jueves, 7 de junio de 2012
Nota (caótica) de lectura
1

 

Se trata de una despedida tal, y elaborada de tal manera y con tal grado de producción, que se convierte en una bienvenida, posiblemente a la única patria que quede: la literatura, que es algo más que el lenguaje, y que hoy baja y baja, conforme no deja de subir la llamada prima de riesgo: esa otra patria (o matria) del dominio.

          

2

 

“¿Dices que nada se pierde?/ Si esta copa de cristal/ se me rompe, nunca en ella/ beberé, nunca jamás”. La fortaleza de la copa, pero una vez se rompe ya nada ni nadie podrá recomponerla. Se roza el asunto, pero la copa sigue indemne al final; otrosí digo: no se atreve el autor a marcar totalmente la despedida, y ese viento occidental sigue soplando, con su cordón vivo enganchado a algo que es/no es la Ilustración, y que es/no es la relación material con las cosas, no sabiendo bien, eso sí, cuánto va a tardar o si ha caído ya la bomba de neutrones.

 

3

 

En todo caso, si nos ponemos finales, el poeta enciende la última antorcha que, de lejos, parece el sol del Poniente. Pira, greda, lava fundida. Despedida férvida, atravesada por un soplo de mudez prodigiosa, que no silencio, sino palabra otra, la palabra: quizás demasiada fe en ella. Mudez no exenta del grito congelado de la cultura o del abrazo de los objetos, engañados, que al final salen a despedirlo. Pero no se va.

 

4

 

Es él quien sigue el combate, no lo que perdió y atrás quedó en cuanto cosas indemnes. Es tal su soberbia de saberse vivo, que incluso prescinde de la vanidad en estas resmas de papel de 90 gramos, manchado de tinta en la primavera del 2012.

 

5

 

Camarada de la tierra ajena, eso sí, nómada, como todos, nómada que lo sabe, porque hay muchos que van por ahí en el papel de nómadas, sin saberlo. Nómada que atraviesa la soledumbre con una carga sutil pero excesiva. Es la gran fertilidad del fondo. “Polvo será, mas polvo enamorado”… “dentro del cuerpo corrompido de esta vieja/ puta de Occidente”.

 

6

 

Lumbre encendida en carne humana. No te deja un eco, sino una antorcha: “soy yo quien arde”, repite. Y es verdad.

 

7

 

…”las cosas intactas recordarán/ aquello que hicimos con ellas/ para sentirnos personas…”, machihembrados a pesar de todo con la vida, que son las cosas, y esa tea, y la luz de un traductor ardido que no sabe si quiere saber despedirse..

 

8

 

Antes del gran salto, se prepara, y lo dice otra vez. Repetición que ahí queda (como salto o fuga), antes de llegar al nadir. Y el centro, la clave, el cénit una vez pasados los escombros y el estiércol: “pues luchó por la libertad del hombre”. Casi nada. Pero ahí está, dicho, y ya grabado, en tinta Altolaguirre. Luego exagera: “Boca abierta panza/ arriba soy yo un pez que agoniza”. De pronto una imagen fuertemente cristiana. Guárdate de los dioses, arcángel san Miguel.

 

9

 

Y algo en la recámara, sólido, en presencia/ausente: ciudadano del espeluznante siglo veinte. De eso se huye, esa es la esencia de la no-proclama, esa muerte, esa inmensa agresión. Lo que se dijo por vez primera en Nüremberg: “Verbrechen gegen die Menschlichkeit”. Porque estamos ante un ciudadano aterrorizado del XX. Aunque eso se supo mucho más tarde: “TODO empezó a saberse en el siglo/veintiuno del secuestro/ en que cada persona fue una/ empresa en miniatura y más allá/ determinadas claridades saquearon/ las bóvedas y simas…”

 

10

 

A pesar de la delicadeza y de Rimbaud, o de Rilke, aquí no se muere de la herida de una espina de rosal. ¿O sí?

 

11

 

Cuidada elaboración, ardimiento en la fe permanente cerca de la palabra poética, que se intenta dejar como objeto inmune a la bomba de neutrones, porque hay una despedida, pero es la despedida del XX, y queda todo el XXI, y hay que seguir comiendo del corazón rojo, sabiendo de nuestra implicación, y nuestra dureza frente a la suciedad, y sabiendo que Ronsard quiso descomplicarlo todo sin conseguirlo: serás libre de nuevo cuando dejes de amar. Y por eso la gran complicación de seguir vivo y saberlo, aunque haya que ensayar alguna despedida, que se hace de manera tan perfecta que al final no es otra cosa que una convocatoria, aunque ya no tenga tanta importancia el viento de Occidente. Estamos, sin duda, se quiera o no, ante una bienvenida.

***



 

Puente levadizo (selección de poemas de Poniente, de Miguel Veyrat)

 


Partió el caos en dos un rayo de
tiniebla,
vidriosa pasadera al sentido del
inicio…
Zenón de Montferrat
“Cartas a Johannes de Silentio”, IV, 2 (nota1)


Al vuelo

Un muro blanco bordea el camino de la cañada

del rosal, coronado por cascotes

de vidrio roto. Hieren con luz de mil colores en  

mi paso hacia el cantil. Todos a la vez penetran

en la piel, azafrán que desangra

hacia poniente. Aún asciendo vivo en su reflejo.

 

 

La hora

 

Tardo en decidir y de momento hay flores

allá donde fijar estos ojos

mas no un lugar por donde entrar al vacío,

precipitar mi ausencia en su boca levadiza.

La llave del portón recela

la hora asfixiándose en la funda del cuerpo.

 

 

Descendimiento

 

Pasa un ala bajo la techumbre de los dólmenes,

que las manos quisieran retener.

Al aire ardiente tritura la mente un ojo a tiempo

fijo en esta espera sobre la sima. No hay piedad.

La febril afrenta me despeña. El

arrecife desenvaina su cristal y taja hasta la cota.

 

 

Aquí dentro

 

Desde esta cueva que han previsto para mí

nada veo sino aquella prieta

luz desconocida que se burla con la noche

que no acaba. Cansado será

estar muerto.  Fatal infamia

de invertida sed. El sol reluce casual afuera.

 

 

Se cierra el puente

 

Querría interceptar este rayo que

se alza desdeñoso ante la palabra perdida que aún

no puede pronunciarse. Su espejo interpolado nos

confunde y quema. Ya no brilla  mientras ávida la

sombra empaña un eco nuevo desde la respiración

de otro por la caverna de enfrente.

 

 

Ánfora cineraria

 

A veces una gota olorosa de árbol

es lo que queda. Rígida y brillante.

Los muertos casi nunca  disponen

sino de fuego para volar y el alma

arde resina del árbol de la muerte

por el cerebro. Ardid de eternidad.

 

 

Desde dentro

 

Estar muerto te permite ser bosque o vapor

de horizonte en tierra

estero, canto rodado. Eras astro que jugaba

a surcar incendios. Querías prolongarte así

entre vanos albeados

sobre chispas y encuentros de otras piedras.

 

 

Perdura el canto

 

Máscaras constantes

surcan el dolor. Como derivan los cuerpos a

espumas al romper por la costa y las mareas.

Será mi aliento que canta. Inesperado y solo.

Del otro lado salta maquinal un verso al aire.

Pero ahora no soy yo. 

 

Un poema

 

Canto todo cuanto perdí, follaje oscuro o sueño

que desciende envuelto

en llameante rocío. Corazones de cieno llueven

rusiente furia humana floración rota de lenguas

radical error de paralaje.

Lo que perdí sigue el combate. O férvida pupila.

 



NOTAS
:

(1) Zenón de Montferrat. “Cartas a Johannes de Silentio”, Cap. IV, 2 : “Comentario al Ps. Areopagita (“Theologia mystica I.I, p.3999”). Versión de María Nefeli con Facsímil del original latino hallado en Praga en 1898, Portinari Editores, Buenos Aires 1936.

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