1
Se trata de una despedida tal, y
elaborada de tal manera y con tal grado de producción, que se convierte en una
bienvenida, posiblemente a la única patria que quede: la literatura, que es algo
más que el lenguaje, y que hoy baja y baja, conforme no deja de subir la llamada
prima de riesgo: esa otra patria (o matria) del dominio.
2
“¿Dices que nada se pierde?/ Si
esta copa de cristal/ se me rompe, nunca en ella/ beberé, nunca jamás”. La
fortaleza de la copa, pero una vez se rompe ya nada ni nadie podrá recomponerla.
Se roza el asunto, pero la copa sigue indemne al final; otrosí digo: no se
atreve el autor a marcar totalmente la despedida, y ese viento occidental sigue
soplando, con su cordón vivo enganchado a algo que es/no es la Ilustración, y
que es/no es la relación material con las cosas, no sabiendo bien, eso sí,
cuánto va a tardar o si ha caído ya la bomba de neutrones.
3
En todo caso, si nos ponemos
finales, el poeta enciende la última antorcha que, de lejos, parece el sol del
Poniente. Pira, greda, lava fundida. Despedida férvida, atravesada por un soplo
de mudez prodigiosa, que no silencio, sino palabra otra, la palabra: quizás
demasiada fe en ella. Mudez no exenta del grito congelado de la cultura o del
abrazo de los objetos, engañados, que al final salen a despedirlo. Pero no se
va.
4
Es él quien sigue el combate, no
lo que perdió y atrás quedó en cuanto cosas indemnes. Es tal su soberbia de
saberse vivo, que incluso prescinde de la vanidad en estas resmas de papel de 90
gramos, manchado de tinta en la primavera del 2012.
5
Camarada de la tierra ajena, eso
sí, nómada, como todos, nómada que lo sabe, porque hay muchos que van por ahí en
el papel de nómadas, sin saberlo. Nómada que atraviesa la soledumbre con una
carga sutil pero excesiva. Es la gran fertilidad del fondo. “Polvo será, mas
polvo enamorado”… “dentro del cuerpo corrompido de esta vieja/ puta de
Occidente”.
6
Lumbre encendida en carne humana.
No te deja un eco, sino una antorcha: “soy yo quien arde”, repite. Y es
verdad.
7
…”las cosas intactas recordarán/
aquello que hicimos con ellas/ para sentirnos personas…”, machihembrados a pesar
de todo con la vida, que son las cosas, y esa tea, y la luz de un traductor
ardido que no sabe si quiere saber despedirse..
8
Antes del gran salto, se prepara,
y lo dice otra vez. Repetición que ahí queda (como salto o fuga), antes de
llegar al nadir. Y el centro, la clave, el cénit una vez pasados los escombros y
el estiércol: “pues luchó por la libertad del hombre”. Casi nada. Pero ahí está,
dicho, y ya grabado, en tinta Altolaguirre. Luego exagera: “Boca abierta panza/
arriba soy yo un pez que agoniza”. De pronto una imagen fuertemente cristiana.
Guárdate de los dioses, arcángel san Miguel.
9
Y algo en la recámara, sólido, en
presencia/ausente: ciudadano del espeluznante siglo veinte. De eso se huye, esa
es la esencia de la no-proclama, esa muerte, esa inmensa agresión. Lo que se
dijo por vez primera en Nüremberg: “Verbrechen gegen die Menschlichkeit”. Porque
estamos ante un ciudadano aterrorizado del XX. Aunque eso se supo mucho más
tarde: “TODO empezó a saberse en el siglo/veintiuno del secuestro/ en que cada
persona fue una/ empresa en miniatura y más allá/ determinadas claridades
saquearon/ las bóvedas y simas…”
10
A pesar de la delicadeza y de
Rimbaud, o de Rilke, aquí no se muere de la herida de una espina de rosal. ¿O
sí?
11
Cuidada elaboración, ardimiento
en la fe permanente cerca de la palabra poética, que se intenta dejar como
objeto inmune a la bomba de neutrones, porque hay una despedida, pero es la
despedida del XX, y queda todo el XXI, y hay que seguir comiendo del corazón
rojo, sabiendo de nuestra implicación, y nuestra dureza frente a la suciedad, y
sabiendo que Ronsard quiso descomplicarlo todo sin conseguirlo: serás libre de
nuevo cuando dejes de amar. Y por eso la gran complicación de seguir vivo y
saberlo, aunque haya que ensayar alguna despedida, que se hace de manera tan
perfecta que al final no es otra cosa que una convocatoria, aunque ya no tenga
tanta importancia el viento de Occidente. Estamos, sin duda, se quiera o no,
ante una bienvenida.
***
Puente levadizo (selección de poemas de Poniente,
de Miguel Veyrat)
Partió el caos en dos un rayo
de
tiniebla,
vidriosa pasadera al sentido del
inicio…
Zenón de
Montferrat
“Cartas a Johannes de Silentio”, IV, 2
(nota1)
Al vuelo
Un muro blanco bordea
el camino de la cañada
del rosal,
coronado por cascotes
de vidrio
roto. Hieren con luz de mil colores en
mi paso hacia
el cantil. Todos a la vez penetran
en la piel,
azafrán que desangra
hacia
poniente. Aún asciendo vivo en su reflejo.
La
hora
Tardo en
decidir y de momento hay flores
allá donde
fijar estos ojos
mas no un
lugar por donde entrar al vacío,
precipitar mi
ausencia en su boca levadiza.
La llave del
portón recela
la hora
asfixiándose en la funda del cuerpo.
Descendimiento
Pasa un ala
bajo la techumbre de los dólmenes,
que las manos
quisieran retener.
Al aire
ardiente tritura la mente un ojo a tiempo
fijo en esta
espera sobre la sima. No hay piedad.
La febril
afrenta me despeña. El
arrecife
desenvaina su cristal y taja hasta la cota.
Aquí
dentro
Desde esta
cueva que han previsto para mí
nada veo sino
aquella prieta
luz
desconocida que se burla con la noche
que no acaba.
Cansado será
estar
muerto. Fatal infamia
de invertida
sed. El sol reluce casual afuera.
Se
cierra el puente
Querría
interceptar este rayo que
se alza
desdeñoso ante la palabra perdida que aún
no puede
pronunciarse. Su espejo interpolado nos
confunde y
quema. Ya no brilla mientras ávida
la
sombra empaña
un eco nuevo desde la respiración
de otro por la
caverna de enfrente.
Ánfora
cineraria
A veces una
gota olorosa de árbol
es lo que
queda. Rígida y brillante.
Los muertos
casi nunca disponen
sino de fuego
para volar y el alma
arde resina
del árbol de la muerte
por el
cerebro. Ardid de eternidad.
Desde
dentro
Estar muerto
te permite ser bosque o vapor
de horizonte
en tierra
estero, canto
rodado. Eras astro que jugaba
a surcar
incendios. Querías prolongarte así
entre vanos
albeados
sobre chispas
y encuentros de otras piedras.
Perdura el canto
Máscaras
constantes
surcan el
dolor. Como derivan los cuerpos a
espumas al
romper por la costa y las mareas.
Será mi
aliento que canta. Inesperado y solo.
Del otro lado
salta maquinal un verso al aire.
Pero ahora no
soy yo.
Un
poema
Canto todo
cuanto perdí, follaje oscuro o sueño
que desciende
envuelto
en llameante
rocío. Corazones de cieno llueven
rusiente furia
humana floración rota de lenguas
radical error
de paralaje.
Lo que perdí
sigue el combate. O férvida pupila.
NOTAS:
(1) Zenón de
Montferrat. “Cartas a Johannes de Silentio”, Cap. IV, 2 : “Comentario al Ps.
Areopagita (“Theologia mystica I.I, p.3999”). Versión de María Nefeli con
Facsímil del original latino hallado en Praga en 1898, Portinari Editores,
Buenos Aires
1936.