Lo cierto es que cuando Romero comienza a rodar en Pittsburgh, Pensilvania,
no tenía ni idea de la importancia que su proyecto iba a alcanzar para el cine
de terror en los años posteriores. La noche de los muertos vivientes
contó con un presupuesto muy bajo, ciento catorce mil dólares, y tanto su
promoción como su repercusión fueron limitadas, debido principalmente a que
ninguna de las grandes compañías cinematográficas aceptó distribuir el film.
Estrenada en primicia el 1 de octubre de 1968 en un cine del centro de la ciudad
de Pittsburg, el plan de Continental Pictures, la compañía independiente
que se hizo cargo de la película, era el de proyectarla al día siguiente, el 2
de octubre, en veinte cines de barrio y autocines de la zona. El éxito fue
inmediato: todos los locales agotaron las entradas, e incluso muchas personas se
quedaron sin verla ese primer día. Dado el impacto alcanzado entre el público,
Continental Pictures fue proyectándola de ciudad en ciudad arrasando allá
por donde pasaba: diez años después de su estreno había recaudado entre doce y
quince millones de dólares en los Estados Unidos y unos treinta millones en el
resto del mundo.
Foto del estreno de la película en Pittsburgh (fuente: The complete night of the living dead)
La noche
de los muertos vivientes, cinematográficamente hablando, está lejos de ser
una gran película, aunque su mérito es notable dado lo exiguo del presupuesto. A
pesar de todo, el talento de la producción y la dirección es palpable, pues hay
escenas ciertamente impactantes que han sido repetidas hasta la saciedad en
producciones posteriores. Las circunstancias hicieron que, por razones
económicas, el film se rodara en blanco y negro, lo que incrementó la sensación
de verosimilitud. Este hecho, junto a la decisión de contar con actores
desconocidos, causó la impresión, ante la audiencia, de que se trataba más de un
documental que de una ficción: parecía que aquello que se estaba narrando había
sucedido realmente. La verdad es que nunca antes se habían rodado ante la cámara
imágenes de violencia y sangre como las que pueden apreciarse en el film. El
trabajo de Romero era distinto a lo que se había visto hasta entonces. Se
trataba de algo verdaderamente horripilante, y más teniendo en cuenta que, por
primera vez en la historia, un actor de raza negra protagonizaba un film de
terror. Aquello sí debió de parecerles a muchos una pesadilla, y no los dichosos
muertos vivientes.
Los zombis ya habían aparecido antes en la gran
pantalla, pero se trataba de casos aislados, producto de algún tipo de conjuro
vinculado con la magia negra o el vudú. Producciones como White
Zombie (1932), I Walked with a
Zombie (1943) o The Plague of the
Zombies (1966), entrarían dentro de esta
categoría. En cambio, en la película de George A. Romero la cosa es distinta: un
satélite enviado al espacio regresa a la tierra llevando consigo una extraña
radiación. Ante esta amenaza el satélite es destruido, pero sus restos caen en
territorio estadounidense, provocando en la costa este de los Estados Unidos que
los cuerpos de las personas recientemente fallecidas vuelvan a la vida. Eso sí,
con un hambre atroz y unas ganas tremendas de compartir su destino con el resto
de la especie, en esos arrebatos de generosidad que de vez en cuando tenemos
algunos seres humanos, ya que un mordisco suyo basta para convertir a su víctima
en zombi.
El dato de la radiación extraterrestre como origen de los
zombis no es un asunto menor. A comienzos de la Guerra Fría, un sector del
pensamiento conservador estadounidense, aprovechando la amenaza que representaba
la Rusia de Stalin para el modo de vida “americano”, lanzó una intensa ofensiva
ideológica que tuvo un sorprendente éxito. Comenzó así una etapa de lucha contra
el comunismo, tanto interno como externo, que vino acompañada por una intensa
propaganda y adoctrinamiento anticomunista. A nivel geoestratégico, además, la
tierra comienza a dividirse en dos bloques, en dos mundos antagónicos que tratan
de imponer su supremacía sobre el planeta. Esta situación de tensión y temor
ante un futuro incierto y amenazante, va a hacerse notar en todos los ámbitos de
la sociedad, incluyendo el de las producciones cinematográficas. En Hollywood,
especialmente durante la década de los 50, van a proliferar toda una serie de
films de ciencia-ficción que reflejarán las inquietudes, los miedos y los
peligros que palpitan en la sociedad norteamericana del momento.
Uno de
esos temores, aparte del de la invasión extraterrestre -que esconde el miedo a
una invasión comunista y que se repite en muchas de las películas del género
durante esos años-, es el del pavor a la radiación atómica: ya sea por los
efectos que la radioactividad puede provocar en los humanos (El increíble hombre
menguante, 1957), ya sea porque el peligro o el
enemigo son siempre radioactivos (El enigma de otro
mundo, 1951). Y aunque tras la crisis de los
misiles en Cuba (1962), la paranoia vinculada con la situación internacional se
vuelve menos asfixiante, las inquietudes de la década de los 50 aún se hacen
notar
El zombi, por tanto, al tener su origen en un determinado tipo de
radiación extraterrestre, viene a ser una reelaboración tardía de los miedos
propios de la Guerra Fría, aunque resulta evidente que apela a algo notablemente
perturbador que trasciende esa coyuntura. Sólo así se explica su éxito, tan
dilatado en el tiempo. Pero si aceptamos que La noche de los muertos
vivientes establece las características y motivos de lo que es el zombi tal
y como ha llegado hasta nosotros, cabe concluir que este ser es una creación
netamente moderna, propio de la contemporaneidad, mientras que, por ejemplo el
vampiro, otro no-muerto ilustre, proviene de un pasado más remoto y es, quizá
por eso, portador de malestares más profundos.
Los zombis que
surgen en la película de George A. Romero tienen unas características muy
particulares, algunas de las cuales van a mantenerse en producciones
posteriores, mientras que otras van a ir mutando para adaptarse mejor a los
tiempos futuros. Sin embargo, cuando en La noche de los muertos vivientes
a esas cosas hambrientas se les quiere dar un nombre más concreto, no se les
llama zombis, sino ghouls, en referencia a unos demonios que habitan en
los cementerios alimentándose de los cadáveres. Por lo demás, estos seres medio
descompuestos son más bien desmañados y con una inteligencia limitada: lo
suficientemente avispados como para romper los faros de un coche con una piedra,
pero lo bastante torpes como para no poder entrar fácilmente en una casa
desprotegida. De andares lentos e indecisos, apenas tienen fuerza, por lo que
tomados uno a uno resultan relativamente fáciles de eliminar. Además, como todo
monstruo que se precie, esconden un punto débil: para matarlos “basta” con
dispararles en la cabeza o golpearles el cráneo con contundencia, aunque también
se les puede mantener a raya con fuego.
Ahora bien, el pavor que
producen va más allá de sus rasgos físicos, deformados a causa de su deceso y
los rigores de la no-vida. Al fin y al cabo los zombis de la película de Romero
son muertos recientes: personas que acaban de fallecer y que vuelven a la vida.
¿Qué vemos, pues, cuando nos enfrentamos a ellos?
Desde lejos podemos
distinguirlos por sus movimientos pausados y dubitativos, como si estuvieran
borrachos, llega a decirse en un momento del metraje. Sus gestos toscos y su
caminar desacompasado los delatan. En la corta distancia, empero, su apariencia
humana impresiona, aturde y paraliza. Y más aún si el muerto viviente es una
persona conocida. Se hace difícil ver en un semejante o, peor todavía, en un ser
querido, a un monstruo que solo desea tu carne (en sentido literal, ojo). Esta
doble condición reproduce en cierto modo uno de los grandes miedos que la
sociedad occidental viene arrastrando desde los orígenes de la modernidad: lo
engañoso de las identidades, lo expuestos que estamos a que un individuo que
parece normal acabe hurgando en nuestras tripas; lo inasumible, en definitiva,
que resulta descubrir un día que la persona a la que amas, es o se ha convertido
en un monstruo.
Este parecido con el humano puede servirle para
anular a su víctima en las distancias cortas, pero, por lo general, un zombi no
tiene nada que hacer contra un individuo. La fuerza de estos seres descansa en
su número: son incontenibles atacando juntos. Sin embargo, aunque todos ellos
persigan el mismo objetivo, no cooperan. A diferencia de las personas, son
incapaces de aunar fuerzas para conseguir sus propósitos. Desde este punto de
vista los zombis se comportarían de un modo extremadamente individualista, sin
objetivos ni inquietudes futuras.
¿Significa eso que los zombis son una
metáfora del capitalismo? ¿Que representan el individualismo de nuestra sociedad
elevado a su máxima expresión? ¿Que son un grupo de consumistas sin criterio que
devoran todo cuanto está a su alcance? En La noche de los muertos
vivientes, no hay ningún indicio que nos permita pensar eso. En la película
de George A. Romero la representación del capitalismo está en otra parte:
concretamente en la casa en la que se refugian los personajes, en una clara
referencia a la novela de Richard Matheson Soy
leyenda (1954) y a su primera adaptación
cinematográfica, El último hombre
sobre la tierra (1964).
En principio el
argumento deja bastante claro quiénes son los buenos y quiénes los malos. El
enemigo está claramente localizado e identificado: son esos zombis hambrientos
que permanecen fuera de la casa, tratando de entrar en ella para devorar a sus
inquilinos. A esa situación de amenaza permanente, que se prolonga durante toda
una noche, se le añade la crisis a la que tienen que enfrentarse los personajes
atrapados, de tal forma que la tensión va oscilando entre el peligro exterior y
las discrepancias internas. El clímax se produce cuando ese doble conflicto
estalla al mismo tiempo, produciéndose la debacle.
Quizá ahora sea
preciso recordar, aunque sea brevemente, el argumento de la película: Barbra y
su hermano acuden a un cementerio para colocar unas flores a su padrastro cuando
son atacados por un zombi. Barbra consigue escapar, refugiándose en una casa
abandonada situada en medio del campo. Allí coincide con Ben, nuestro
protagonista negro, que también ha llegado huyendo de aquellos seres. Tras
sufrir un ataque inicial, Ben decide tapiar las puertas y las ventanas de la
casa para resistir la siguiente acometida, pues cada vez hay más zombis rondando
la casa. Es en ese momento cuando surgen del sótano un grupo de personas que se
habían refugiado allí. Se trata de Tom y Judy, una pareja de jóvenes novios, y
del matrimonio Cooper y su hija, aparentemente enferma. Juntos tendrán que hacer
frente a la amenaza que se les presenta, pero enseguida se aprecia que la
convivencia va a ser más complicada de lo esperado.
La trama dentro de
la casa va a centrarse alrededor del conflicto entre dos personajes masculinos,
ya que las féminas no sólo desempeñan un papel secundario, sino que no salen
retratadas favorablemente. Aparte de la hija del matrimonio Cooper, hay tres
mujeres con papeles destacados: Barbra, una joven rubia que permanece en estado
de shock durante la mayor parte de la película; Judy, otra joven de carácter
inseguro que, en la más pura tradición del siglo XIX, realiza labores de cuidado
de la niña enferma, y Helen Cooper, la madre de la niña. Esta última es una
mujer con algo más de carácter, pero parece sometida a un marido agresivo y
brusco, y finalmente se vuelve incapaz de hacer frente a una situación que la
supera.
Permaneciendo las mujeres en segundo plano, la acción gira en
torno al conflicto entre Ben y Harry Cooper, el padre de familia. Harry aparece
como alguien agresivo e iracundo, cobarde, nervioso y generalmente crispado, una
actitud que contrasta con la tranquilidad y la templanza (teniendo en cuenta las
circunstancias extremas en la que se encuentran) de Ben. El personaje de Harry
-calvo, de mediana edad, antipático y con barriga-, es un tipo del que no se
sabe muy bien si vive dominado por el miedo o por el egoísmo, y que tiende a no
ayudar a sus semejantes y a criticar todo lo que dicen y hacen los demás sin
aportar él nunca nada.
A Ben, por su parte, se le ve una persona
educada. Parece disfrutar de una vida acomodada y se comporta como un auténtico
líder, con un sentido de la responsabilidad y una racionalidad admirables. Ayuda
al grupo siempre que puede, y confía en que tarde o temprano alguien llegará y
les sacará de allí. Ben está constantemente buscando soluciones, ideando planes
para mejorar la situación del grupo. Y aunque el resultado no siempre es el
deseado, nunca se desanima ni se rinde: esta dispuesto a vender cara su vida.
La primera fricción estalla en el momento en el que Ben reprocha a Harry
que no hubieran salido antes del sótano para ayudarles cuando estaban siendo
atacados por los zombis. La discusión subsiguiente deja claro que la prioridad
de Harry es permanecer a salvo él mismo, y que no tiene la más mínima intención
de arriesgarse y ayudar a los demás, mientras que el afroamericano es de la
opinión contraria. Del mismo modo, Harry piensa que deberían esconderse todos en
el sótano, aislándose del exterior y renunciando a ayudar a quien se quede en la
casa, mientras que Ben defiende la necesidad de permanecer arriba, más expuestos
a la amenaza de los zombis pero informados gracias a una radio y con la
capacidad de ayudarse mutuamente o huir si la cosa se complica. Finalmente el
grupo de divide: la familia Cooper se encierra en el sótano mientras el resto
colabora para proteger la casa.
Night of the Living Dead
[Español] [Parte 9] (vídeo colgado en YouTube por ANARALMANIA)
La
opción de bajar al sótano o permanecer arriba esconde en realidad una disyuntiva
de mayor calado: Ben muestra el valor y la voluntad de luchar por lo que hay en
la casa, es decir, por la radio y la comida, pero también por los logros y
beneficios de la sociedad americana frente a la monstruosidad de lo que hay
fuera, esa barbarie que aguarda en el exterior. Cooper, al optar por recluirse
en el sótano, defiende una posición tremendamente conservadora. Prefiere
aislarse, sacrificarlo todo a la seguridad, preocupándose sólo por sí mismo y su
familia sin advertir que su propio destino está ligado al de sus semejantes. El
enfrentamiento se recrudece cuando Ben, Judy y Tom salen del refugio para tratar
de repostar una camioneta en una gasolinera cercana. La misión es un fracaso que
se salda con la muerte de Tom y Judy, mientras que Ben, rodeado de zombis,
aporrea la puerta de la casa. Cooper, que permanece dentro y le oye, se niega a
abrirle, mostrando de nuevo su vileza y egoísmo. Cuando finalmente Ben logra
abrir la puerta de una patada y ponerse a salvo, la ruptura entre los dos
personajes será total. Ningún espectador se extrañará entonces cuando, al lanzar
los zombis la definitiva ofensiva sobre la casa, Cooper, en vez de ayudar a
defenderla, amenace a Ben con una escopeta y que, tras un forcejeo, Ben acabe
disparándole. Cooper, malherido, desciende al sótano y acaba muriendo a los pies
de su hija enferma.
Como puede apreciarse, la crítica a la clase media
americana, columna vertebral de la nación, es tremenda. No sólo por el papel y
la actitud del padre, ese varón blanco sobre el que supuestamente descansa el
futuro del país, sino por el destino que corre la familia entera: la hija,
convertida en un zombi, acaba devorando al padre, caído a sus pies. El destino
de la esposa y madre es aún peor: cuando baja en busca de su familia, encuentra
a su “retoño” zampándose a su progenitor. Incapaz de reaccionar, termina siendo
asesinada por su propia hija. Casi nada.
Con la muerte de la familia y
de Barbra, devorada por su propio hermano, transformado también en zombi, Ben es
incapaz de contener la ofensiva, con lo que finalmente se ve obligado a
esconderse en el sótano, realizando lo que se había negado a hacer en su
conflicto con Cooper. Mientras tanto fuera ya se ha organizado una partida de
policías y milicianos –formada íntegramente por hombres blancos- que va a ir
eliminando sistemáticamente a los zombis. ¿Qué sucede entonces en la última
escena de la película? Al amanecer, los zombis han abandonado la casa, quedando
Ben como el único superviviente. Desde el sótano escucha los disparos de la
partida miliciana y, saliendo a la superficie, se asoma a una ventana con un
arma en la mano. Antes siquiera de poder echar un vistazo, recibe un disparo en
la cabeza y cae desplomado. Casualmente, unos meses antes de estrenarse la
película, el 4 de abril de 1968, Martin Luther King fue asesinado de un disparo
en la garganta.
Acompañando a los títulos de crédito pueden verse
fotografías del cadáver de Ben siendo cogido con esos ganchos que se emplean
para colgar ganado; este hecho, junto con su asesinato por parte de las
autoridades, que supuestamente lo confunden con un zombi, fue interpretado por
muchos espectadores y analistas como una crítica al racismo aún imperante en
numerosas partes de los Estados Unidos.
Night of the Living Dead
[Español] [Parte 10, final] (vídeo colgado en YouTube por
ANARALMAMIA)
Pero más allá del papel de la mujer, de la denuncia
del racismo o de la crítica al corazón de la familia americana, La noche de
los muertos vivientes esconde un mensaje mucho más inquietante si cabe; un
mensaje que tiene que ver con el cuestionamiento de la esencia misma de lo
americano.
La historia de los Estados Unidos de América está construida
sobre un gran mito, aquel que habla de una nación siempre justa y victoriosa,
defensora del bien, de las libertades y los derechos, y que cuenta con el apoyo
y la bendición de Dios. Hay toda una corriente interpretativa que entiende la
historia americana como una sucesión ininterrumpida de victorias, como un
recital de progreso continuo. La imagen más repetida de todo ese triunfalismo
tiene que ver con las películas del oeste. En concreto con esas escenas,
reiteradas incesantemente, de los indios atacando un fuerte o una caravana de
colonos que se defienden formando un círculo con las carretas. Esa situación,
por más irreal que sea históricamente hablando, viene a transformar la realidad
del exterminio de los indios en todo lo contrario. Los indios aparecen como
seres crueles e inmisericordes y los norteamericanos como pacíficos colonos que
se ven obligados a defenderse. Es fundamental entender que ese relato, vinculado
con la conquista y colonización del oeste, desempeña un papel fundamental en la
construcción de la conciencia nacional norteamericana, y que impregna cada
rincón del país. Sin embargo, a partir de la guerra de Vietnam comienza a hacer
agua por todas partes.
Pues bien, en La noche de los muertos
vivientes los indios son sustituidos por zombis, y el fuerte o los
carromatos de colonos por una casa asediada. ¿En qué se diferencia la película
de Romero de esos westerns fundacionales de la cultura de la victoria
americana? Pues en que aquí el Séptimo de Caballería no llega a tiempo de
salvar las vidas de los sitiados; y en que el último superviviente, el
protagonista y héroe de la historia, no sólo no es rescatado, sino que es
asesinado por quienes tendrían que haberlo liberado. Visto el panorama, ¿de
quién esperar protección entonces? Si ante una amenaza exterior quienes tienen
que defendernos se convierten en nuestros verdugos, ¿en manos de quién estamos?
Esa es la gran ruptura que propone la película, un final que por su
dureza reniega de toda esa tradición americana de las causas justas y los
finales felices. No se trata de afirmar que todos los americanos blancos son
malvados, sino de reivindicar que hay otra historia de los Estados Unidos, con
sus grandezas y sus miserias, y que esa historia también hay que contarla; que
Norteamérica es una gran nación, pero no es el paraíso de la libertad y los
derechos, que ha habido que ir conquistándolos también allí con sudor y
esfuerzo, y que en ocasiones uno no tiene motivos para sentirse orgulloso.
La relectura que se hace de esa imagen clásica del western, en el
contexto de la guerra de Vietnam, viene a representar una denuncia a un
determinado sistema de valores, a una serie de principios, que ocultan un pasado
y una realidad de explotación y venganza, de discriminación y mentiras, de
asesinatos a sangre fría e intereses espurios. Una realidad repleta de cadáveres
que vuelven a la vida para cobrarse venganza.
Tráiler de La noche de los muertos vivientes, de George A.
Romero (vídeo colgado en YouTube por metallicmax)