La continuación de
España 1808-1939 apareció en 1971.
The
Republic and the Civil War in Spain fue vertida al español, también por el
sello Ariel,
en 1973. Si a ello añadimos sus artículos, sus conferencias
y el apoyo de investigadores que, como José Varela Ortega, Juan Pablo Fusi o
Joaquín Romero Maura, habían trasladado la realización de su doctorado a St.
Antony’s –el College oxoniense del que Raymond Carr era Rector-, empezaremos a
entender que en la España de la transición Carr se convirtiera en una referencia
ineludible en el debate público.
Del trío imperial de hispanistas
británicos, Hugh Thomas, Paul Preston y Raymond Carr, ha sido este último el que
ha gozado de mayor influencia y predicamento en los ámbitos académicos y
políticos españoles. Ya en 1970 fue recibido en la Real Academia de la Historia
como académico correspondiente y posteriormente fue condecorado y premiado en
múltiples ocasiones. En 1999 se le otorgó el premio Príncipe de Asturias de
Ciencias Sociales en dura competencia con Umberto Eco y Anthony Giddens.
Distinguido por la Reina Isabel II con el título de
Sir por una
extensa actividad intelectual y académica que no se ceñía únicamente al estudio
de la historia española, Raymond Carr ha gozado, sin embargo, de un aprecio
intelectual y académico cuyo epicentro ha estado siempre en España. Quizá por
eso, cuando en 1986 el Rey Juan Carlos dio un discurso en el Parlamento
británico y aludió al papel jugado por Raymond Carr en las relaciones
hispano-inglesas, muchos británicos trataron de averiguar a quién se refería el
monarca español. Una breve incursión por la Wikipedia anglosajona pone en
evidencia una atención escasa a todas luces para las dimensiones del personaje.
María Jesús González debía lidiar
con el hecho de que la biografía intelectual de Carr se mezclaba y confundía con
el complejo personaje que desde una cuna humilde acaba instalado, vía
matrimonio, en la aristocracia inglesa
Por
fortuna para el lector en español, María Jesús González, profesora de Historia
Contemporánea de la Universidad de Cantabria, se ha embarcado en la compleja
tarea de escribir la biografía de un personaje cuyos mil matices iluminan buena
parte de la historia del siglo XX. María Jesús González ha escrito una obra
destinada a quedarse en los anaqueles de nuestras librerías y bibliotecas.
Este volumen, como escribe su autora, comenzó a gestarse en el verano de
2003, “a raíz de una propuesta inesperada” en la casa de campo del suroeste del
Reino Unido en la que vivía gran parte del año el matrimonio Carr. No se
presentaba fácil la tarea dado que el propio Raymond Carr había destruido sus
archivos personales. Por otro lado, María Jesús González debía lidiar con el
hecho de que la biografía intelectual de Carr se mezclaba y confundía con el
complejo personaje que desde una cuna humilde acaba instalado, vía matrimonio,
en la aristocracia inglesa. De ahí que este volumen vaya más allá de una mera
biografía académica o intelectual y se adentre en un retrato de la sociedad
inglesa cuyo foco está en el excepcional y aristocrático mundo del Oxford
académico.
La escritura de esta biografía ha lidiado con el beneficio y
la dificultad de contar con la colaboración de los Carr. Tanto Raymond como su
esposa Sara recibieron y dialogaron con María Jesús González. Al mismo tiempo,
le facilitaron contactos con amigos, discípulos o instituciones. De ahí proceden
muchas de las entrevistas que han proporcionado material a la construcción de
este volumen. El trabajo en archivos, la gran cantidad de bibliografía
consultada, las ochenta y dos entrevistas grabadas, las veintitrés cartas
recibidas por la autora y un buen número de conversaciones mantenidas con
personas relacionadas con Raymond Carr conforman unas fuentes de una solidez
excepcional.
Se abren estas páginas con un prólogo de Paul Preston
(Liverpool, 1946). En él se traza un sobrio perfil de Raymond Carr. Con
elegancia no se deja traslucir el distanciamiento existente entre ambos. Una
distancia no sólo generacional sino también de clase social, ideológica e
incluso de interpretación historiográfica. Su elogio de esta biografía cobra
especial valor viniendo de un académico que ha escrito dos biografías de calado:
la de Franco y la del Rey Juan Carlos. Preston sabe lo que se dice.
La autora ha elegido un relato
cronológico con una prosa plástica y atrevida. No se corta a la hora de
describir ni los fracasos de Raymond Carr ni otros aspectos más o menos obscuros
de su vida o de las circunstancias en las que se vio envuelto a lo largo de los
años
Con todo esto por delante, el lector se
sumerge en una obra que apenas permite el descanso. María Jesús González ha
elegido un relato cronológico con una prosa plástica y atrevida. No se corta a
la hora de describir ni los fracasos de Raymond Carr ni otros aspectos más o
menos obscuros de su vida o de las circunstancias en las que se vio envuelto a
lo largo de los años.
Conocido como Raymond Carr, sir Albert Raymond
Maillard Carr nació en Bath en 1919. Hijo único de un maestro que en su carrera
se tuvo que trasladar, para dirigirlas, a pequeñas escuelas de pueblos situados
en la campiña inglesa. De pequeño, obligado por su padre, leía la Biblia en voz
alta. Su frágil salud de hierro se ha debido a que se rompió la clavícula y
padeció neumonía de niño. A comienzos de la II Guerra Mundial no fue aceptado
por el ejército a consecuencia de un problema en el corazón.
A los
diecisiete años sus padres le enviaron a aprender francés a la Universidad de
Besançon y en 1937 a Friburgo, donde entre clases en la universidad y paseos en
bicicleta se enamoró de una chica sueca, hecho que le llevó a aprender sueco e
interesarse por distintos aspectos de Suecia.
Trabajador y aplicado en
los estudios, consiguió algo que parecía imposible para alguien de su clase
social. Le concedieron una beca, muy bien dotada, para estudiar historia en uno
de los
colleges más conservadores y clasistas de Oxford: Christ Church.
Allí descubrió a la aristocracia inglesa y quedó fascinado por ella de por vida.
En 1950 logró casarse con Sara Strickland, una rica y noble heredera con la que
tuvo cuatro hijos. La luna de miel la pasaron en Torremolinos, conocieron a
Gerald Brenan y éste les pasó el encargo de escribir un libro sobre España.
Cuando Matthew, el hijo mayor de los Carr, pintor y retratista de fama, se casó
en 1988 con la hija del duque de Beaufort, uno de los aristócratas más ricos de
Inglaterra, Raymond Carr completó el círculo y se sintió aceptado en lo más alto
del cerrado sistema de clases inglés.
La capacidad de Carr para transitar
entre académicos, políticos y aristócratas ha sido siempre sorprendente. Pese a
sus errores, su simpatía ha sido y sigue siendo legendaria. Su gigantesca agenda
estuvo siempre en el punto de mira de los servicios de inteligencia británicos,
norteamericanos e israelíes
Raymond Carr,
como pone de manifiesto María Jesús González en su matizada y rica descripción
del ambiente de Oxford, puso toda su voluntad en gozar del entorno académico y
en construir su carrera entre los grandes talentos oxonienses. Durante veinte
años, entre 1968 y 1987, fue
Warden –Rector- de St Antony’s College, una
institución muy peculiar que en el argot oxoniense es conocida como el colegio
de los espías. Se comentaba que el espionaje israelí enviaba a sus muchachos al
collage tanto para su formación como para que tomaran aire. Los
investigadores dedicados a la Unión Soviética o a Oriente Medio también daban
lugar a muchos comentarios, quizá no ciertos del todo pero, eso sí, siempre
ingeniosos. Lo que si está documentado, como señala María Jesús González, es que
el servicio secreto británico, el famoso MI6, encargó a Carr información sobre
Felipe González, entonces Presidente del Gobierno español. Con toda seguridad,
por St Antony’s pasó más de un espía.
Hispanista por accidente y gusto,
fascinado por Suecia y las suecas, catedrático de Historia Latinoamericana, la
actividad social y el trabajo intelectual de Carr fue inmenso. Sus fiestas, con
alumnos incluidos, eran míticas; su capacidad para transitar entre académicos,
políticos y aristócratas ha sido siempre sorprendente. Pese a sus errores, su
simpatía ha sido y sigue siendo legendaria. Su gigantesca agenda estuvo siempre
en el punto de mira de los servicios de inteligencia británicos, norteamericanos
e israelíes.
En distintos momentos a lo largo de sus dos décadas como
Warden, Raymond Carr trató de montar el
Iberian Center. María
Jesús González señala que “nunca se constituyó realmente como un centro y que
desde 1976 estaba integrado en el Centro Europeo, bajo la dirección de Juan
Pablo Fusi, y con José Varela Ortega como profesor investigador”. En todo
caso,
José Varela Ortega, que preparaba su doctorado, sería quien le
sugirió la idea a Raymond Carr y le puso en contacto con la fundación Sociedad
de Estudios y Publicaciones (SEP) del Banco Urquijo, dirigido entonces por el
espléndido mecenas Juan LLadó.
Del Urquijo salió un apoyo que contribuyó
a crear un espacio de trabajo que con Romero Maura como codirector sirvió de
base para la llegada al
Iberian Center de muchos investigadores, entre
ellos el que subscribe, y distintos políticos españoles. En 1981 se
incorporaron, como escribe María Jesús González, los dos últimos postgraduados:
Charles Powell y Helen Graham. La crisis económica, el hecho de que el
substituto de Raymond Carr fuera el anglofílico Ralf Dahrendorf y que, coronada
la transición, España dejara de estar de moda fueron factores que afectaron
seriamente al
Iberian Center. No obstante, la Fundación Ortega y Gasset y
Charles Powell intentaron mantener con enorme esfuerzo el centro
. Pese a
la falta de recursos, distintos académicos españoles pudieron formarse y
aprovechar el rico ambiente internacional de postgraduados que caracteriza a St
Antony’s College.
Sin poder participar ya en la caza del zorro,
demasiado mayor para vivir en la campiña inglesa, las últimas páginas de este
volumen nos presentan a un Raymond Carr viudo y reinstalado en Londres. Cuidado
en sus últimos años por “dos atractivas mujeres de mediana edad”, finaliza la
biografía de uno de esos personajes excéntricos que sólo se dan en Oxford,
Cambridge o en las novelas de Evelyn Waugh. Un punto de inflexión en los
estudios hispano-británicos. Los investigados se han convertido en
investigadores.