África representa para los chinos su
Far West, un territorio “virgen
y prometedor”, donde poder saciar su sed de recursos: allá, descubren un mundo
totalmente nuevo y complejo, se relacionan con una cultura muy diferente a la
propia, viven en un contexto difícil, pero no imposible. Pero, los chinos
mantienen una postura aislada y no hacen ningún esfuerzo para integrarse o por
aprender las lenguas autóctonas, limitándose a convivir con la civilización
local. De esa manera, China se ha convertido en el segundo socio comercial de
África, superando a Francia: según los autores, en la actualidad, se calcula que
habrá más de mil empresas chinas en suelo africano, mientras que el comercio
bilateral se ha multiplicado por 50 entre 1980 y 2005 y quintuplicado entre 2000
y 2006.
En este momento, según los autores del libro, puede considerarse
el intercambio vigente beneficioso para ambas zonas, dando credibilidad al lema
de la propaganda de Pekín de una relación “ganador-ganador”. Mientras que para
África representa una nueva oportunidad, un resurgimiento y una atención
inesperada que sirve para relanzar economías locales maltrechas a lo largo de
los siglos, la inmigración china representa una solución para reducir la presión
demográfica, el sobrecalentamiento económico y la contaminación, al mismo tiempo
de abastecerse de materias primas y exportar sus productos. De hecho, se
registra un cambio de actitud por parte del régimen chino respecto al tema
migratorio: si en principio se trataba de frenar este movimiento por miedo de
ofrecer una imagen negativa del régimen, hoy en día se fomenta tanto que, a
veces, al presidente Hu Jintao se le apoda “el Africano”.
La presencia de China en África debe
considerarse algo más que una parábola de la globalización: representa la
culminación del país asiático de sus ambiciones mundiales, al mismo tiempo que
un vaivén de los equilibrios internacionales, un temblor en el ya difícil statu
quo geopolítico actual
Entre estos dos mundos
se genera un intercambio y unas relaciones bilaterales “interesadas”: mientras
China se apropia de las materias primas africanas (petróleo, minerales, madera o
productos agrícolas), al mismo tiempo vende sus productos baratos, arregla las
carreteras y los edificios oficiales, construye infraestructuras, abre
hospitales o ayuda a Egipto a relanzar su programa civil de energía nuclear. Por
eso, los africanos están impresionados por los chinos y, actualmente, varios
miles hablan o estudian su idioma, admiran su perseverancia y aprenden sus
trabajos.
Sin embargo, la presencia de China en África debe considerarse
algo más que una parábola de la globalización: representa la culminación del
país asiático de sus ambiciones mundiales, al mismo tiempo que un vaivén de los
equilibrios internacionales, un temblor en el ya difícil statu quo geopolítico
actual. El nuevo papel de China está generando muchos debates y la proliferación
de
libros sobre
la actualidad del gigante asiático. En el caso concreto de
África, no existe una “visión homogénea” y, en la mayoría de los casos, se
discute sobre cómo afectará esta nueva relación a los intereses occidentales o
se crítica a la actitud de China, que frecuentemente antepone sus intereses
económicos a los humanitarios y ecológicos (apoyo a dictaduras, destrucción
masiva del medio ambiente, expolio de los recursos naturales). Las potencias
occidentales están preocupadas por la “amenaza china” más que por temas morales
o filantrópicos, por su atraso en la carrera por las riquezas africanas. A lo
largo de su ofensiva económica, China ofrece una forma distinta de hacer
negocios respecto a las antiguas potencias coloniales, ya que sus ayudas no
están condicionadas a reformas políticas o humanitarias; solamente se limita a
la “no injerencia” en los asuntos internos de los países “neo-colonizados” y/o
no mostrar un apoyo manifiesto en favor de algunos dictadores.
Los autores evidencian cómo el nuevo
modelo de asociación estratégica abarca todos los ámbitos de la cooperación,
desde la política a la economía, pasando por la cultura, las infraestructuras,
la colaboración técnica y militar. La profundización de estos vínculos refuerza
la relación de amistad entre los dos mundos, mientras los pactos se convierten
en acuerdos de cooperación y los antiguos préstamos facilitados por Occidente en
contratos de explotación
Es evidente que el
país asiático ejerce un nuevo papel en el continente africano, buscando la
manera de intensificar su presencia e influencia en esta área, ampliando su
mercado, firmando nuevos acuerdos de explotaciones de petróleo y formando en sus
universidades (y escuelas militares) a la futura elite africana. Varios países
del Continente africano ya anhelan ser la “China de África”. Mientras tanto, las
nuevas relaciones estratégicas chino-africanas se traducen en la consolidación
de vínculos basados en los “intereses mutuos”, en la intensificación de la
cooperación y en la búsqueda de una prosperidad común. Los autores evidencian
cómo el nuevo modelo de asociación estratégica abarca todos los ámbitos de la
cooperación, desde la política a la economía, pasando por la cultura, las
infraestructuras, la colaboración técnica y militar. La profundización de estos
vínculos refuerza la relación de amistad entre los dos mundos, mientras los
pactos se convierten en acuerdos de cooperación y los antiguos préstamos
facilitados por Occidente en contratos de explotación.
Ya lo decía
Napoleón Bonaparte: “Cuando China se levante, el mundo temblará”. Terminado la
etapa de Mao, su
revolución
cultural y su aislamiento mundial, la China actual se
preocupa por su dimensión internacional y por sus intereses globales. Su
presencia en el continente africano ya representa una realidad, un fenómeno que
obliga a los especialistas en geopolítica y en relaciones internacionales a
estudiarlo con gran atención y, en algunos casos, preocupación. Las repetidas
visitas del presidente chino o de importantes personalidades políticas alumbran
el continente, contribuyendo, como efecto secundario y deseado, a alejar su
eterno rival, Taiwán, imponiendo la regla excluyente del “o ellos o nosotros”.
El modelo chino de desarrollo se difunde en África en menoscabo del
“consenso de Washington” apoyado por el Banco Mundial y el FMI que prevé
privatizaciones económicas y democratización política. Por eso, la presencia de
China en África ha de ser considerada como algo más que una consecuencia de la
globalización: responde a un preciso deseo gubernamental y proyecto
político-económico para convertir el “Imperio Chino en una superpotencia”. Queda
sólo entender si el proceso se está realizado (y sigue realizándose) en
detrimento de Occidente, quitando el protagonismo a países que históricamente
han dominado con pocos escrúpulos y cuidado. La relación entre China y África
genera la curiosidad de saber si será beneficiosa para el continente negro,
ayudándole a salir de sus tinieblas y ser, por fin, dueño de su propio destino.
Por otra parte, frente a la ambición China de convertirse en el país más
poderoso del mundo, la experiencia africana podría representar un campo de
experimentación del liderazgo deseado.