Pues bien, apenas transcurridos tres meses desde el evento electoral, los
signos de que el terrorismo etarra podía entrar en una nueva fase se han ido
evidenciando con claridad. Por una parte, ETA logró un respiro en cuanto a su
apartamiento de la vida política con la incomprensible decisión del Tribunal
Constitucional de permitir su presencia en las elecciones europeas de junio por
medio de Iniciativa Internacionalista. Por otra, en el seno de sus bases se
habían encontrado algunos resquicios para reactivar las acciones de propaganda
en torno al asunto del la construcción del tramo ferroviario de alta velocidad
y, más tardíamente, de la reclamación de una nueva negociación con el Estado.
Además, en el medio carcelario empezaba a cundir la impaciencia y el desánimo,
dando lugar a algunas deserciones alimentadas desde el Ministerio del Interior.
A su vez, los portavoces de ETA informaron de un debate interno en el seno de la
organización cuya resolución final se daría a conocer antes de la llegada del
verano. El atentado contra Eduardo Puelles ha sido esa respuesta: ETA impulsa un
nuevo ciclo de violencia con el que busca reanimar a sus bases haciendo palpable
su presencia, a la vez que trata de presionar al Gobierno para abrir una nueva
negociación política.
Estos acontecimientos señalan que, tras la ruptura
de la última tregua, ETA, aunque haya podido estar debilitada, no por ello ha
sucumbido a la imposibilidad de la acción y, menos aún, haya sido puesta en el
borde de la derrota. Florencio Domínguez —periodista e investigador a quien
debemos algunas de las mejores páginas de análisis sobre el terrorismo
nacionalista vasco— en un
excelente
artículo publicado por El
Correo, ha destacado que en los tres años que
siguieron a la tregua auspiciada por el pacto de Lizarra, ETA cometió 43
crímenes, mientras que en un período similar tras la negociación con Zapatero
sólo ha podido asesinar a siete personas. Estas cifras son un signo de las
dificultades que ha encontrado para ejercer la violencia, pero no una expresión
de su derrota. Por ello, añade Domínguez, «la mayoría de los miembros de la
banda, en ese debate virtual interminable que vienen manteniendo desde que
rompieron la tregua, han decidido continuar con el terrorismo … con la esperanza
de que su situación mejore con el tiempo».
Convengamos, entonces, que
ETA no está derrotada a pesar del importante esfuerzo policial y judicial que se
ha desplegado para perseguir a sus miembros y desmantelar su capacidad material
para cometer atentados. Es entonces cuando podemos preguntarnos si ese esfuerzo
ha sido todo el que el Estado podía ejercitar o si más bien, por el contrario,
la acción del Gobierno se autolimitó por razones políticas dejando desactivados
algunos elementos importantes de la política antiterrorista. Desde mi punto de
vista, la respuesta a esta cuestión se inclina por esta segunda posibilidad. Las
razones de ello son las siguientes:
- En primer lugar, es evidente que Rodríguez Zapatero no ha querido entrar
en el fondo del debate ideológico que subyace al terrorismo, un debate que le
hubiera llevado a rechazar radicalmente la tesis nacionalista del conflicto
político y, con ello, a una confrontación extrema con todos los partidos
nacionalistas, incluidos los que desarrollan su acción fuera del País Vasco. Y
no lo ha querido porque su propia debilidad parlamentaria le impide romper los
lazos que le vinculan con unas fuerzas políticas cuyo apoyo necesita para
sostenerse en el poder. Curiosamente, en este aspecto, ha encontrado el sordo
apoyo del Partido Popular por idénticos motivos, pues los resultados
electorales señalan que éste sólo será capaz de articular una alternativa al
socialismo en el conjunto de España con el apoyo nacionalista.
- Por otro lado y en conexión con lo anterior, resulta clara la negativa del
Gobierno de Zapatero a entrar en la confrontación con ETA dentro del plano
político–institucional. Las reiteradas demandas de las asociaciones de
víctimas del terrorismo y de los foros cívicos para que se proceda a la
disolución de los Ayuntamientos gobernados por ANV, han sido, por ello,
desatendidas e incluso descalificadas por medio de una confusa alegación a que
la Ley de Régimen Local lo impide, cuando justamente el artículo que se
reformó en su día para favorecer esa disolución responde al supuesto del apoyo
municipal a las organizaciones terroristas. Y también en este caso el Gobierno
se ve respaldado por el PP, cuyo dirigente regional vasco, Antonio Basagoiti,
echando balones fuera, ha declarado recientemente que su partido apoyará un
cambio en la citada Ley para que, después de las elecciones municipales de
2011, no pueda darse la participación de un partido vinculado al terrorismo en
las corporaciones locales.
- En tercer lugar, no se ha afrontado seriamente el problema de la
canalización de los recursos presupuestarios de las Administraciones Públicas
hacia las organizaciones encuadradas dentro del entramado terrorista. Esta
fuente de recursos
para la financiación del terrorismo ha sido, y aún es, muy
importante, aunque, con el desalojo parcial de los
representantes políticos de ETA en las instituciones, esté en retroceso. El
Gobierno del lehendakari López ha dado algunos pasos para evitar que, desde el
presupuesto de la Comunidad Autónoma, se financie a esas organizaciones, pero
se ha limitado básicamente a la cuestión de la subvención de los familiares de
los reclusos de ETA, sin entrar en los programas referidos a actividades
culturales, lingüísticas o de cooperación internacional de los que se han
nutrido tradicionalmente el referido entramado. Y, del mismo modo, apenas se
han anotado actuaciones para evitar que, desde las Corporaciones Locales, se
financie ese tipo de organizaciones, revestidas muchas veces del papel de
animadoras en las fiestas municipales.
- La cuestión de la financiación del terrorismo es más amplia y compleja que
lo señalado en el punto anterior. El Gobierno español no se está dando ninguna
prisa para introducir en el Código Penal el delito de financiación del
terrorismo, a pesar de que está obligado a ello por sus compromisos
internacionales, en especial por las directivas
europeas que abordan este asunto. Y tampoco ha tomado
medidas para mejorar los medios materiales y personales que se requieren para
investigar las operaciones de financiación de las organizaciones terroristas.
No sorprende, por ello, que en la Audiencia Nacional dormite desde hace más de
una década un sumario referido a la extorsión que apenas ha dado frutos y que
la mayor parte de quienes han tenido la responsabilidad de allegar recursos
económicos a ETA hayan salido penalmente indemnes.
- Otro aspecto relevante de la política antiterrorista en el que se
experimentó un enorme retroceso con ocasión de la negociación entre el
Gobierno de Rodríguez Zapatero y ETA, es el que alude al reconocimiento
social a las víctimas del terrorismo. Las asociaciones
de víctimas —que, en aquel período, adquirieron un inusitado protagonismo por
su oposición a las pretensiones gubernamentales en demanda de justicia— han
sido relegadas tanto por el Gobierno como por el principal partido de la
oposición. Y, con ello, siguen desatendidas las demandas de revisión de la
vieja Ley de Solidaridad con las Víctimas del Terrorismo que se ha quedado
obsoleta en una buena parte de su contenido y sobre la que se ha demandado una
ampliación de éste. Los medios de comunicación, con muy pocas excepciones, han
hecho seguidismo de la sordina puesta por el PSOE y el PP a las víctimas del
terrorismo, lo que ha impedido el debate social acerca de la política
antiterrorista.
- Y, finalmente, como corolario de lo anterior, se ha producido un enorme
retroceso de la movilización de la sociedad civil contra el terrorismo. Las
concentraciones y manifestaciones convocadas con ocasión del asesinato de
Eduardo Puelles —incluida la de Bilbao, que, aunque concurrida, no lo fue
tanto como en otras ocasiones— son una buena muestra de ello. Pero no se puede
olvidar que esa movilización es esencial para dar legitimación al combate
contra el terrorismo y que, sin ella, seguramente las posibilidades que tiene
cualquier gobierno para perfeccionar el soporte legal de la lucha
antiterrorista o para mantener posiciones firmes frente al embate del
nacionalismo, son muy limitadas.
En apretada síntesis, por
consiguiente, parece que se puede sostener que la política de Rodríguez Zapatero
con respecto a ETA, basada en una eficaz actuación policial contra los comandos
terroristas, pero carente de elementos ideológicos, institucionales y
económicos, desvinculada asimismo de las asociaciones de víctimas y
deliberadamente desmovilizadora de la sociedad civil, no ha sido capaz de llegar
al acorralamiento definitivo de la organización terrorista. El final del
terrorismo ni siquiera se vislumbra, al contrario de lo que ocurrió en los meses
finales del año 2003 durante el último Gobierno Aznar; y ETA parece haber
reemprendido un nuevo ciclo de violencia.