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Tom Holert y Mark Terkessidis: <i>La fuerza centrífuga. Sociedad en movimiento: migración y turismo</i> (Ediciones Carena, 2009)

Tom Holert y Mark Terkessidis: La fuerza centrífuga. Sociedad en movimiento: migración y turismo (Ediciones Carena, 2009)

    AUTOR
Mark Terkessidis

    LUGAR Y FECHA DE NACIMIENTO
Alemania, 1966

    BREVE CURRICULUM
Culturólogo y periodista autónomo, ha sido redactor en Texte zur Kunst y coeditor de Spex. Hoy en día escribe artículos para Tageszeitung, Jungla World, Literaturen y Artforum. Junto con Mark Terkessidis publicó en 1996 Mainstream der Minderheiten - Pop in der Kontrollgesellschaft (Integración de las minorías. El pop en la sociedad de control)



Tom Holert

Tom Holert

Mark Terkessidis

Mark Terkessidis


Tribuna/Tribuna libre
La fuerza centrífuga. Sociedad en movimiento: migración y turismo
Por Tom Holert y Mark Terkessidis, lunes, 1 de junio de 2009
Partiendo de sus investigaciones, Tom Holert y Mark Terkessidis nos describen una sociedad que está en camino. Trazan curiosos paralelismos y conexiones entre las falsificaciones de visados y los paquetes de vacaciones, entre política de inmigración y planificación turística. Está formándose una nueva sociedad de clases, en la que solo saldrá ganando quien se asegure el acceso a la movilidad. El desplazamiento de personas es una fuerza centrífuga que cuestiona radicalmente nuestra idea de democracia. Como se verifica en La fuerza centrífuga. Sociedad en movimiento: migración y turismo está surgiendo todo un mundo de extrañas soluciones temporales, un mundo de lugares habitados por temporadas de modo transitorio, ora llenos a rebosar, ora desiertos como una ruina. En nuestro quehacer cotidiano a menudo no nos fijamos en esos lugares, pero el hecho es que ya influyen decisivamente, entre otros factores, en nuestro modo de vida.

Ya solo existe el mundo aquí y en otros sitios tal como es,
y nadie llega a ninguna parte.
Giorgios Seferis

En mayo de 2006 llegaron numerosas barcas cargadas de refugiados a la isla de Tenerife. Los botes pesqueros de madera habían recorrido un largo camino, de 700 a 1.000 millas náuticas. Esos llamados cayucos habían partido de las costas de Mauritania y Senegal y los pasajeros venían de África meridional. Gran parte de los que habían superado la travesía, en su mayoría hombres jóvenes, arribaron al puerto del centro de vacaciones Los Cristianos, nudo de la navegación marítima entre las Islas Canarias.
Los Cristianos es una estribación de la Playa de las Américas, el centro del turismo organizado en Tenerife. El lugar crece a marchas forzadas y por todas partes se construyen hoteles, bloques de apartamentos y viviendas unifamiliares. Incluso surgen playas totalmente nuevas excavadas de la tierra. La zona está al servicio exclusivo de turistas deseosos de pasar sus vacaciones en un entorno espectacular.
Los turistas se interesaron vivamente por la suerte de los emigrantes africanos. Se agolparon en el extremo del animado muelle del puerto, en el mirador de la terminal de transbordadores, para ver, aunque fuera fugazmente, a los recién llegados al paraíso vacacional. Sin embargo, la policía se llevó rápidamente a los inmigrantes a un discreto campamento situado junto a Santa Cruz, la capital tinerfeña. Más que distraer a los turistas, la suerte de esta gente, a la larga, podría resultarles molesta.
¿Es este encuentro en Los Cristianos el fruto de una mera coincidencia? Cuando comenzamos a estudiar la relación entre migración y turismo, muchos amigos y conocidos nos miraron con extrañeza, pues no podían entender qué tenía que ver una cosa con la otra. Algunos dijeron que era un sarcasmo relacionar los viajes de los emigrantes con los de los turistas, y el ejemplo de los boat people africanos que se jugaban la vida en su intento de alcanzar los centros turísticos de las Islas Canarias parece confirmar esta sospecha. ¿Acaso los ciudadanos de Guinea-Bissau, Sierra Leona o Camerún que piensan entrar en el territorio de la UE no huyen de la pobreza y la falta de perspectivas, mientras que los veraneantes de Alemania, Inglaterra o Francia vuelan cómodamente a la otra punta de Europa para bañarse en ese mismo océano Atlántico en que los refugiados arriesgan sus vidas?
Ese escepticismo subyacente a esta pregunta está justificado, pero no solo nos parece legítimo, sino también muy sintomático. Hay una necesidad muy extendida de separar los dos ámbitos, y no sólo en las instancias del Estado, sino también en los individuos, que no desean que se mezclen los espacios en los que se mueven los migrantes y los espacios a los que viajan los turistas. Suponemos que esto es así porque no se trata únicamente de espacios geográficos o físicos, sino también de espacios sociales. La posibilidad de que la función social de uno mismo como turista pudiera encerrar elementos de una función como migrante y viceversa inquieta profundamente a muchas personas. Por eso se suele negar con tanta vehemencia que ambas cuestiones estén interrelacionadas.
Sin embargo, un encuentro temporal de migración y turismo como en Los Cristianos refleja mucho más la experiencia concreta de contactos cotidianos que lo que se suele reconocer. Por muchas razones, cada vez más personas están obligadas a moverse, a viajar, a ir y venir de casa al trabajo y viceversa. Las líneas aéreas de bajo coste, las autopistas y los trenes de alta velocidad, los teléfonos móviles, internet y los ordenadores portátiles constituyen la infraestructura necesaria para esta movilidad.

Aunque algunos de nuestros amigos reaccionaran primero con reservas a los escritos que les mostramos sobre la migración y el turismo, la mayoría de ellos podían contar muchas experiencias de su propia vida cada vez más móvil. Hay tantas personas que de hecho están constantemente de viaje, y por mucho que nuestros conocidos sean sobre todo personas que, como nosotros mismos, viajan por motivos culturales y científicos, esto ya nos da una imagen bastante impresionante de la movilidad.
Hace 20 años, esta imagen todavía sería muy distinta y no reflejaría la experiencia propia de tantas personas. No obstante, ahora la búsqueda de un puesto de trabajo incluye automáticamente la búsqueda de un nuevo hábitat. A diferencia de la época de la sociedad industrial, relativamente sedentaria, hoy en día la mano de obra sigue los desplazamientos cada vez más rápidos del capital. La dinámica imparable de la globalización económica tras el final de la «guerra fría» obliga a sectores crecientes de la población a adoptar un estilo de vida más o menos nómada. Hay quienes disfrutan con este constante viajar, y en su propio desarraigo descubren el privilegio de una nueva elite de la movilidad. Otros sufren bajo la presión de tener que desplazarse, pero para aprovechar sus oportunidades en el mercado de trabajo se avienen a recorrer largos trayectos, en muchos casos a diario.
¿Puede ser el viaje al lugar de trabajo también una experiencia turística? En la década de 1990 apareció en textos que se ocupaban de la combinación de economía y movilidad en los países de Europa Oriental y Turquía el concepto de «turismo de compras». Este término no se refería al turismo de compras que trataban de promocionar las asociaciones de comerciantes y los departamentos de marketing de los ayuntamientos de Europa Occidental, sino de una nueva forma de viajar de un mercado a otro, de un bazar a otro, a cuestas con el propio tenderete y con productos transportables, a menudo recorriendo largas distancias, casi siempre en tren. En estos desplazamientos, también llamados «comercio de maleta» o «comercio turístico», la movilidad de personas y productos está totalmente imbricada. No sólo hombres, sino también –y sobre todo– mujeres se dedican a ir y venir constantemente entre Varsovia, Berlín, Kíev y Estambul.
El hecho de que en este contexto se utilizara el término «turismo» no debe interpretarse únicamente como una ironía, ya que las comerciantes de maleta utilizan una infraestructura de trenes, estaciones y alojamientos baratos que podemos calificar de turística, aunque se trate de un turismo de mínimos. Al mismo tiempo, el concepto de turismo abre una dimensión subjetiva: estar de viaje en la informalidad económica de la nueva Europa puede antojarse así a los viajeros como una ganancia de autonomía.
En el muelle de Los Cristianos, las diferencias entre migrantes y turistas sólo están aparentemente claras. En realidad, los veraneantes pueden ver en los refugiados no tan sólo a víctimas o intrusos, sino también a su alter ego, su otro yo, a los dobles de su propia condición neoliberal condenada a la movilidad. A su vez, a los migrantes que llegan no se les puede negar totalmente alguna motivación turística; si en la migración sólo queremos ver privación y renuncia, convertimos a los migrantes en víctimas. Si los turistas nos parecen simples hedonistas, olvidamos las servidumbres del viaje y la cercanía de formas de vida «migrantes». Por ello es necesario establecer una relación entre migración y turismo. Cuanto más de cerca se analizan los términos «migrante» y «turista», tanto más cuestionables resultan.
Proponemos hablar de migración y turismo de un modo distinto del habitual. Para ello, los conceptos de «migrante» y «turista» no sólo se referirán a personas reales, sino también a posiciones sociales dentro de una sociedad en movimiento. A modo de «tipos» o figuras conceptuales pueden ayudarnos a describir y analizar la sociedad en movimiento.
El propósito subyacente a este uso novedoso de dichos conceptos es una revisión de las ideas que prevalecen sobre la migración y el turismo. Cuando se califica a los migrantes alternativamente de problema social, amenaza, damnificados de la globalización o fundamentalistas islámicos, ello no sólo es políticamente desastroso, sino que también levanta una cortina de humo ante la diversidad de prácticas y formas de vida y ante la fuerza de transformación social que encierra la migración.
La disputa en torno a la cuestión de si Alemania es un país de inmigración o no se deriva de esta ignorancia política y cultural. Algo parecido se puede decir del turismo. Más de 800 millones de «llegadas internacionales» registra la Organización Mundial del Turismo (OMT), y se dice que alrededor de la mitad de los alemanes realizan cada año uno o varios viajes de vacaciones al extranjero de cinco días de duración como mínimo. Sin embargo, aunque se trate de uno de los principales sectores económicos en todo el mundo, esta actividad viajera apenas se percibe como un factor de transformación social, por mucho que las ideas culturalmente dominantes de lo que significa vivir bien, del mismo modo que los derechos políticos como ciudadanos, vengan dictadas cada vez más por el turismo.

Cuando decidimos estudiar las movilidades migratorias y turísticas, desde el principio nuestro propósito era sobre todo examinar la migración y el turismo, no como fuerzas aisladas, sino en su interrelación, como fuerza centrífuga compacta. Nos interesaba en particular estudiar cómo se articulan ambos fenómenos en el plano material, es decir, en el espacio físico. ¿Cómo son los lugares en que coinciden? ¿Qué arquitecturas surgen en estos lugares, cómo cambian ciudades y zonas geográficas enteras por efecto de la migración y el turismo?
Para ello hemos viajado. Hemos estado en España y en Marruecos, ya que el vaivén de migrantes y turistas entre estos dos países tiene una larga tradición y ha experimentado en los últimos años, tanto en el Estrecho de Gibraltar como en las Islas Canarias, una tremenda escalada. Hemos ido a Italia y Albania porque también entre las costas de Apulia y el área metropolitana de Tirana existe una interrelación de colonialismo, migración y turismo que desde la década de 1990 ha entrado en una nueva fase. Hemos viajado por los países de la antigua Yugoslavia, primero interesados por la historia de los múltiples usos de los hoteles durante la guerra los años noventa, pero también para analizar cómo se prolongan hoy los desplazamientos de población forzados por la guerra. Israel y los Territorios Ocupados de Palestina nos interesaban debido al carácter de laboratorio de esta región, donde el control de la movilidad es el instrumento de dominación decisivo. Otro laboratorio es la zona turística de Languedoc-Rosellón, en el sur de Francia, donde en las décadas de 1960 y 1970 se creó un gigantesco modelo de organización del ocio. En Bilbao, Venecia, Berlín, París, Hamburgo, Marsella o Barcelona, finalmente, hemos observado la conversión de los centros de las ciudades en lugares de entretenimiento para un nuevo ciudadano: el turista.
Con este libro continuamos asimismo el trabajo iniciado en los dos anteriores: Mainstream der Minderheiten. Pop in der Kontrollgesellschaft [Integración de las minorías. El pop en la sociedad de control] (1996) y Entsichert. Krieg als Massenkultur im 21. Jahrhundert [Quitado el seguro. La guerra, cultura de masas en el siglo XXI] (2002): una historia y una teoría del sujeto en el neoliberalismo. Entre las movilizaciones de la guerra cultural de masas, que recluta a los individuos mediática y militarmente, y las movilizaciones de la migración y el turismo de masas existen muchos vínculos evidentes. Saltan a la vista cada vez que las llamadas guerras de nuevo tipo, que se libran contra la población civil, provocan desplazamientos masivos y la aparición de campos de refugiados, o cada vez que un paraíso turístico se convierte en objetivo de un atentado terrorista.
En la sociedad en movimiento también se desplazan las relaciones entre mayoría y minorías. En los lugares de tránsito, en los caminos de la migración y del turismo aparecen nuevos colectivos, nuevas comunidades de destino y de estilo de vida. Al mismo tiempo, los individuos se convierten cada vez más en sujetos de la movilidad. Las personas se mueven en redes translocales y sus vínculos con un lugar dependen de las posibilidades que este les ofrece para realizar sus proyectos personales.
Estos cambios acarrean forzosamente transformaciones sociales, aunque la opinión pública reaccione muy lentamente a estos fenómenos. En el curso de la redacción de este libro hemos mantenido acalorados debates sobre la cultura dominante y la integración, pero a la vista de las circunstancias reales dentro de una sociedad en movimiento, tales discusiones no sólo parecen provincianas, sino totalmente absurdas. Cada vez más personas mantienen una relación con su lugar de residencia que viene determinada en mayor medida por la movilidad que por la nacionalidad. Conviene tener en cuenta este hecho, pues los sueños de la sociedad integrada ya son cosa del pasado. Cuanto menos se tome en cuenta la realidad de la movilidad, tanto más irreal será el concepto de integración.



Nota de la Redacción: el texto corresponde a la Introducción del libro de Tom Holert y Mark Terkessidis, La fuerza centrífuga. Sociedad en movimiento: migración y turismo (Ediciones Carena, 2009). Queremos hacer constar nuestro agradecimiento al director de Ediciones Carena, José Membrive, por su gentileza al facilitar la publicación en Ojos de Papel.
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