Esta idea de la vinculación entre las condiciones de la clase más oprimida
–el proletariado– y las del sexo más oprimido –la mujer–, recorre las páginas de
trabajos como Paseos por Londres, Peregrinaciones de una paria y sobre
todo, su obra más conocida e internacional: La Unión Obrera. Es
concretamente en esta última, donde encontramos la que es quizá –junto a la
unión de mujer y proletariado–, la teoría de Tristán que más repercusión ha
tenido en la historia del pensamiento social contemporáneo: la definición del
proletariado como una única clase universal y la propuesta de un
internacionalismo obrero como forma de acabar con la explotación capitalista. En
este sentido, Tristán se desmarca de los socialistas utópicos –entre los cuales
se la suele situar–; si estos consideraban que eran las clases sociales
superiores las encargadas de construir una sociedad ideal, ella hará recaer
sobre el proletariado toda la responsabilidad como agente del cambio
revolucionario y como clase portadora de la emancipación social.
Dos ideas tan originales como estas, la relación proletario-mujer y el primer
proyecto de una internacional obrera, podrían haber valido un lugar entre los
grandes, un sitio destacado entre los nombres ilustres del pensamiento
occidental. Pero no ha sido así. Ironías de la vida, una obra tan ecléctica y
rica como la de Flora Tristán quedó en tierra de nadie, epigonal respecto a un
socialismo utópico ya desfasado y pionera respecto a un socialismo
científico que aún no existía como tal, que aún no contaba con ese herramienta
teórica llamada materialismo histórico. La llegada de esos
trasatlánticos del pensamiento que fueron Marx y
Engels, engulló sin compasión unos méritos que, aún hoy, siguen
sin serle reconocidos a esta autora. La idea del internacionalismo obrero de
Tristán, es exactamente la misma que propone el Manifiesto Comunista.
La idea del capitalismo como causa última de la opresión de la mujer, es
idéntica a la que después encontramos más elaborada en El origen de la
familia, la propiedad privada y el Estado.
Lejos de ese Londres idealizado de postal,
cuna de la Revolución Industrial y sede del distinguido Parlamento Británico, el
Londres de mitad del siglo XIX es para Tristán un nido de vicios, el hábitat
natural de una corrupción institucionalizada y una explotación capitalista que
tortura y deja morir de hambre a veintiséis millones de proletarios y
desdichados
A esta inconveniente coyuntura cronológica de su obra, se une el hecho de
que, desde la muerte de la propia Tristán, sus libros han tardado mucho en
publicarse, de forma que la primera edición española de La Unión Obrera
no vio la luz hasta fecha tan tardía como el año 1977. Poco a poco, y sobre todo
gracias a la labor de sus compatriotas franceses, la reedición de sus obras y la
publicación de biografías y de su correspondencia, se está tratando de paliar
este vacío historiográfico. En esta línea que trata de dar a conocer a esta
importante filósofa del feminismo socialista, y dentro de un contexto más
general de recuperación y reedición de clásicos del pensamiento que parecen
compartir algunas editoriales, se inscribe la feliz iniciativa de la editorial
catalana Global Rhythm, que acaba de editar por primera vez en España,
una de las obras más logradas de Flora Tristán, en una cuidada edición con prólogo de Mario
Vargas Llosa, quien ya narró en su día la vida de Tristán y de su
nieto, Paul Gauguin, en la novela El paraíso en la otra
esquina.
Paseos por Londres (Promenades dans Londres, 1840) no es la
obra más conocida de su autora, no es la más citada ni la más traducida. Sin
embargo, coincido con alguna biógrafa de Flora Tristán en admitir que es quizá
su obra mejor escrita, la más lograda desde el punto de vista del lector. Como
se puede deducir por su título, el libro recoge las impresiones de la autora
durante una visita a la capital británica, sus opiniones y juicios críticos
sobre todo aquello que conforma la sociedad inglesa. Como el
Tocqueville de La Democracia en América, Tristán se
propone mostrarnos el armazón de la sociedad londinense, pasando por alto la
imagen externa e idílica, para profundizar en lo más oculto, en el
backstage de una metrópolis gigantesca. El resultado es –eso sí– muy
diferente al que obtuvo el francés en su periplo americano. Si
Tocqueville veía en los Estados Unidos una sociedad
modelo en muchos sentidos, más avanzada y democrática que la europea, Flora
Tristán en cambio, dibuja un Londres terrorífico y dantesco al que califica como
“la ciudad monstruo”. Lejos de ese Londres idealizado de postal, cuna de la
Revolución Industrial y sede del distinguido Parlamento Británico, el Londres de
mitad del siglo XIX es para Tristán un nido de vicios, el hábitat natural de una
corrupción institucionalizada y una explotación capitalista que tortura y deja
morir de hambre a veintiséis millones de proletarios y desdichados.
A lo largo de sus más de trescientas páginas, vemos pasar ante nosotros el
horror de unas estampas infrahumanas. El lujo ostentoso de la aristocracia
inglesa, la explotación ejercida por los patronos capitalistas sobre el
lumpen londinense y el triste espectáculo de una ciudad corrupta, se
unen en un relato con inequívoca vocación de denuncia: “mi libro es la
exposición del gran drama social que Inglaterra despliega ante el mundo; os da a
conocer el despiadado egoísmo, la indignante hipocresía, los monstruosos abusos
de esa oligarquía inglesa, tan poderosa y tan culpable ante el pueblo. […]
Vosotros juzgaréis si la nación inglesa está destinada a sacudirse el yugo, a
regenerarse, o si esa gran nación debe acabar en una aristocracia cruel y
podrida y un pueblo envilecido y misérrimo” (p. 31).
A lo largo de diecisiete capítulos (más
otros ocho más cortos incluidos en un apartado final bajo el epígrafe “Apuntes”)
Tristán da un recorrido completo y minucioso a la sociedad londinense –desde la
descripción del clima de la ciudad, al carácter de los londinenses o su forma de
vestir– en el que, sin embargo, destacan por su crudeza y realismo algunos
episodios
Considera Flora Tristán, que la imagen de ese Londres magnánimo y
cosmopolita, capital de un país y de todo un Imperio Británico, no es más que un
espejismo, una imagen superficial de fausto y boato. Ahora bien, esta imagen
sublime, forjada por los relatos de
una burguesía impresionada por esas aglomeraciones
industriales inconcebibles, ocultan una “cara b” desconocida, un país de
miseria, de prostitución y corrupción sin límites: “Los viajeros
fashionables del continente se detienen en los barrios elegantes de
Londres sin sentir curiosidad por observar esa considerable parte de la
población (aproximadamente la mitad) que vive del trabajo en los talleres.
Tampoco visitan el campo de Irlanda ni los distritos manufactureros de
Inglaterra. Desconocen que en la metrópoli numerosos barrios esconden todas las
miserias, vicios y males que puedan aquejar a la humanidad. Van a Richmond, a
Windsor, a Hampton Court; ven los suntuosos palacios, los magníficos parques de
la aristocracia y, de vuelta a su país, tachan de exageración y de mentira los
relatos del observador que, yendo más allá de las apariencias, ha visto la
inmoralidad sin límites a la que puede conducir la sed de oro y la horrible
miseria de un pueblo reducido al hambre y a la cruel opresión de la que es
víctima” (p. 35).
Esta denuncia se estructura como una sucesión de estampas sobre diferentes
temas. A lo largo de diecisiete capítulos (y otros ocho más cortos incluidos en
un apartado final bajo el epígrafe “Apuntes”) Tristán da un recorrido completo y
minucioso a la sociedad londinense –desde la descripción del clima de la ciudad,
al carácter de los londinenses o su forma de vestir– en el que, sin embargo,
destacan por su crudeza y realismo algunos episodios. En concreto, Tristán
dedica una quinta parte del libro a describir la vida en tres cárceles de la
ciudad, lugares a los que pudo acceder con dificultad y tras pedir varios
permisos que le permitieron contemplar “la confusión que reina en esas
cloacas de la civilización inglesa” (p. 144). Y si dantesca es la
descripción del sistema penitenciario inglés, no menos espantoso es el cuadro
que pinta Flora Tristán de la prostitución en Inglaterra. En el capítulo “Las
mujeres públicas”, hallamos un catálogo de los horrores a los que se ven
sometidas las prostitutas de la city, muchas de ellas niñas captadas en
la calle y obligadas a prostituirse para poder comer.
Igualmente, y como no podía ser de otra forma, le mujer inglesa también le
merece a la autora un análisis individualizado. El espíritu de fuerte crítica
social y denuncia que recorre todo el libro se concreta en una conclusión
previsible: “En el país del más atroz despotismo, donde alabar la libertad
ha estado mucho tiempo de moda, la mujer se halla sometida por los prejuicios y
por la ley a las más indignantes desigualdades” (p. 277). Para Tristán, es
la amoralidad del materialismo británico, la causante de esta condena de la
mujer a un papel subordinado: “¡Nada hace tan patente el materialismo de
esta sociedad inglesa como el estado de nulidad al que los hombres reducen a sus
compañeras! Si las cargas sociales son comunes al hombre y a la mujer, ¿por qué
estos señores excluyen a la mujer de la sociedad y la condenan a llevar una vida
de vegetal?” (p. 283). En este capítulo dedicado a la mujer, encontramos la
única referencia de la autora a una de las influencias en su obra que ella
siempre reconoció: la pionera obra de Mary Wollstonecraft,
Vindicación
de los Derechos de la Mujer; obra cuya lectura –como
leemos en todas las biografías de Flora Tristán–, ejerció una notable influencia
en su orientación feminista hacia el estudio de la opresión de la mujer,
heredando de Wollstonecraft su valoración de una educación en igualdad con el
hombre como factor fundamental y absolutamente necesario para la emancipación de
la mujer.
La obra de Flora Tristán sobre Londres tiene
el mérito innegable de ser uno de los primeros análisis sociológicos de la
realidad de una gran urbe europea, sentando un importante precedente para un
género de denuncia social de la corrupción en las ciudades
Todo eso y mucho más es lo que hallamos en Paseos por Londres. Es el
olor de la ciudad, el aire viciado que se respira fuera de los ambientes
selectos, lejos de las famosas y elitistas carreras de caballos de Ascott que,
en un cruel ejercicio de comparación, también son descritas con detalle,
haciendo más terrible si cabe el contraste de dos mundos antagónicos. Es un
retrato despiadado y una diatriba brutal, pero es también otra cosa. Paseos
por Londres es la venganza de una mujer desencantada, impotente ante una
situación que la supera, que no es capaz de concebir. Como el reverso de una
misma moneda, Tristán nos muestra la otra cara de la falsa moral victoriana, la
trastienda y los bastidores de una sociedad hipócrita y artificial, irónicamente
puritana; una sociedad por completo entregada a la apariencia y la fachada, una
ciudad como Londres, donde esplendor y miseria coexisten en un mismo espacio
urbano. Una ciudad y una sociedad en la que, según dice la autora, se ha perdido
ya cualquier valor: "¡Cosa extraña!, la moral no existe en ninguna parte; ya
no se cree ni en la castidad, ni en la probidad ni en ninguna de las acepciones
de la palabra virtud; nadie se deja engañar por la apariencias y, a pesar de
todo, siguen ocultando las costumbres nacionales” (p. 280)
Paseos por Londres no tiene el rigor crítico ni el potencial teórico
que pueda tener La situación de clase obrera en Inglaterra (1845) de
Engels, un libro mucho más documentado y sistemático, escrito
con posterioridad al de Tristán –que posiblemente Engels leyó–
y con una intención más metódica. Aun así, la obra de Flora Tristán sobre
Londres tiene el mérito innegable de ser uno de los primeros análisis
sociológicos de la realidad de una gran urbe europea, sentando un importante
precedente para un género de denuncia social de la corrupción en las ciudades,
que daría obras tan significativas y estudiadas hoy, como la serie que
Lincoln Steffens dedicó a las ciudades estadounidenses, luego
agrupada bajo el título La vergüenza de las ciudades. A eso se une el
hecho de su realismo y el acierto de unas descripciones que nada tienen que
envidiar a las excelentes páginas que Dickens dedicara al
Londres victoriano en Oliver Twist o David Copperfield. Para
los amantes de Londres, los amantes de los libros sobre Londres y los
interesados en conocer la cara oculta de una gran metrópolis de mitad del siglo
XIX –lo que no se dice en los libros sobre la Revolución Industrial o sobre la
noble historia de la Gran Bretaña–; para todos ellos, el libro de Flora
Tristán es una lectura necesaria, una verdad inexcusable.