Opinión/Revista de Prensa
Después de la batalla de Génova
Por ojosdepapel, sábado, 28 de julio de 2001
Tras la muerte del manifestante antiglobalizador en Génova a manos de un policía, la violencia ha ocupado el centro del debate sobre el movimiento antiglobalizador.
La muerte en Génova del joven, Carlo Giuliani, sucedida durante las protestas contra la cumbre del G 8 a manos de otro joven, en este caso un policía inexperto y aterrorizado, ha demostrado que los que defienden las tácticas violentas llevan la razón en cuanto a su capacidad para captar la atención del mundo. Pero Giuliani no es la única víctima, pues parece que al formato de este tipo de reuniones tampoco le queda mucha vida (Josep Borrel, Estrella Digital, 27-7-2001). Para los poderosos del mundo es imposible sustraerse al acoso de los sectores que componen el movimiento antiglobalizador. Queda la opción de reunirse en países “protegidos” por dictaduras, corroborando de esta forma la falta de transparencia y el aire conspirativo que denuncian los alternativos o ubicar la convocatoria en la nueva Estación Internacional que se está construyendo en el espacio, si es que para ese día no está repleta de okupas.
LA CUESTIÓN DE LA VIOLENCIA
En un editorial de ojosdepapel titulado “Movimiento antiglobalización y violencia” (30-6-2001) advertíamos que su continua presencia podría poner en peligro “la recepción social de los mensajes contra los efectos negativos de la mundialización”. De hecho, existe la doble sospecha de que, por un lado, es la propia policía y servicios secretos los que tratan de teñir de esta agresividad al movimiento antiglobalizdor para desprestigiarlo y, por otro, de que desde dentro de los alternativos se consienten este tipo de acciones violentas porque atraen la atención de los medios y, en cierta medida, son útiles para expandir los mensajes.
Si en Gotemburgo se bordeó la tragedia, en Génova se acabó consumando. La violencia trae más violencia, no puede ser calculada y, por tanto, sus consecuencias son imprevisibles. La muerte del joven Carlo, que, según se se observa en los testimonios gráficos, no pretendía precisamente persuadir al policía con sus ideas, y la abusiva, brutal e ilegal represión policial, ha supuesto alguna ventaja táctica para el movimiento antiglobalización en términos de publicidad y del redimiento que da la queja y el victimismo (El Periódico, Editorial, 23-7-2001). Pero eso es meramente coyuntural, pues en vez de ese cadáver nuestras retinas aún podrían estar presas por la imagen de un policía acuchillado, descerebrado de una pedrada o abrasado por las bombas incendiarias o a unos ancianos asfixiados en cualquiera de los incendios provocados por los manifestantes violentos, ¿y entonces qué?
Existe una pasividad patente ante los perjuicios que trae la violencia al movimiento, hay una actitud de tolerancia justificada implícita o explícitamente en que la violencia del que está enfrente es más “injusta”, por su carácter cualitativo y cuantitativo
Por esto no son nada alentadoras las manifestaciones que la prensa española ha ido recogiendo entre los ciudadanos españoles que regresaban de Génova. Para P. I. de la Comisión Internacional de Ecologistas en Acción, preguntado sobre su opinión acerca de la actuación del llamado Bloque Negro, se desmarca alegando que “nosotros no somos quiénes para dar lecciones a nadie; los violentos están del otro lado (la policía)”; una barcelonesa que también estuvo allí suelta “somos un movimiento abierto y no excluimos a nadie”; finalmente, otra asistente a las protestas, C., perteneciente al Movimiento de Resistencia Global sostiene que el “Bloque Negro no existe, hace años que se disolvió” (Pablo X. De Sandoval, El País, 24-7-2001). Por su parte, un miembro de ATTAC (Acción para una Tasa Tobin de Ayuda al Ciudadano) (Córdoba), P. M. R., en una carta al diario El País matiza: “En ATTAC rechazamos la violencia y propugnamos el uso de métodos pacíficos para dar cauce a nuestras reivindicaciones y acciones de contestación, pero en ese sentido rechazamos la violencia mayor generada por el poder, que para defender sus privilegios no retrocede ante nada, hasta el extremo de no respetar el derecho a la vida” (El País, 25-7-2001). Pero no son sólo los jóvenes que vienen indignados por lo que les ocurrió con la salvaje actuación policial en Génova los que echan balones fuera. En la misma posición está Javier Ortiz, para el que la acusación sobre que los alternativos está generando violencia merece la respuesta de que “quienes disparan contra la sien de la gente desarmada son sus servidores” (del G-8), a lo que añade: “Si Génova no hubiera estado ayer dominada por sus agentes provocadores disfrazados de manifestantes y por sus asesinos a sueldo, me juego lo que sea a que hoy no estaríamos de luto” (El Mundo, 21-2001). Le recomendamos que, mejor, no haga apuestas, no es lo suyo.
Nada de esto es tranquilizador, existe una pasividad patente ante los perjuicios que trae la violencia al movimiento, hay una actitud de tolerancia justificada implícita o explícitamente en que la violencia del que está enfrente es más “injusta”, por su carácter cualitativo y cuantitativo.
También es esa línea de justificaciones está Luca Casarini, líder de los Monos Blancos, “una corriente ambientalista formada a principios de los 80 que ha evolucionado del ecologismo hasta la guerrilla urbana, siempre que estén por medio los jerarcas de la aldea global”; según Casarini “La violencia la ejercen ellos. Son ellos quienes han convertido Génova en una cárcel, quienes han dotado a la ciudad con el aspecto de una guerra. Esa violencia es mucho más brutal y mucho más agresiva de la que podamos ejercer nosotros con nuestros cascos y nuestros escudos de plexiglas”, para acabar confirmando una sospecha muy extendida en España sobre las relaciones de su grupo con los abertzales vascos, “con quienes siempre hemos tenido una relación especial” (El Mundo, 21-7-2001).
Para el sociólogo Manuel Castells: “Es inútil pedir a la gran mayoría pacifica que se desmarque de los violentos, porque ya lo han hecho, pero en este movimiento no hay generales y aun menos soldados”
Sin embargo, es cierto que son muchísimos más los miembros del movimiento antiglobalización que se oponen rotundamente al empleo de la violencia, como Ignasi Carreras, directo general de Intermon Oxfam, quien lo condena sin amabges, igualando su carga negativa a la que haya podido aplicar la policía, siendo consciente de que una “minoría violenta sigue queriendo arrebatar el protagonismo de la protesta a un amplio movimiento pacífico crítico con la globalización”, unos grupos cuya opción “les excluye de un debate impulsado por valores como la justicia y la solidaridad” (El País, 26-7-2001).
Para el sociólogo Manuel Castells, la máxima autoridad española en la materia, el ejercicio de la violencia no parece tener una gran trascendencia, fuera de una minoría “para quien la violencia es necesaria para revelar la violencia del sistema”; el problema está en otros sitio, en que: “Es inútil pedir a la gran mayoría pacifica que se desmarque de los violentos, porque ya lo han hecho, pero en este movimiento no hay generales y aun menos soldados” (El País, 24-7-2001).
También es interesante saber qué opina uno de los intelectuales más influyentes dentro del movimiento antiglobalizador, Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique, e impulsor de la ONG ATTAC. En una entrevista concedida a Ana Romero, de El Mundo, habla de grupos reducidos que consideran que hay una violencia estructural del sistema a la que hay que responder con igual violencia, reconociendo, sin embargo, que pese a su carácter minoritario “están en condiciones de crear un desequilibrio en estas manifestaciones”; pero lo decisivo para él es “la tentación de muchos gobiernos es (...) criminalizar estas organizaciones y al criminalizarlas están creando en el seno de esta oposición a gente que está tentada de responder a la violencia con violencia (...) Las autoridades lo que tienen que hacer es tratar de controlar a ese 1% violento que no tiene nada que ver con el movimiento” (El Mundo, 22-7-2001). Está claro que Ramonet es contrario a la violencia, pero sus argumentos dejan mucho que desear al proyectar la acusación de fomentar la violencia a las autoridades y a la forma en que presenta a la minoría violenta como separada del movimiento, cuando precisamente ha reconocido su capacidad para condicionar las manifestaciones.
Pese a que Ramonet, Castells y otros sostienen que las tesis sobre la violencia estructural del sistema sólo son patrimonio de una minoría, en la prensa española se puede constatar que mantienen esta idea personas con prestigio como Vázquez Montalban, que habla de “los millones de cadáveres y desastres del sistema”, o de José Luis Martín Seco, quien se pregunta: “¿Qué imoportancia puede tener un muerto más en esa enorme estadística de los sacrificados y masacrados cada día por el orden, desorden, económico internacional que ellos mantienen?” (Manuel Vázquez Montalbán, El País, 23-7-2001; Juan Francisco Martín Seco, El Mundo, 23-7-2001).
Según Hermann Tertsch lo más grave, es que “la simpatía y la cobertura logística, informativa e ideológica que tantos están dando últimamente a esta nueva generación de kale borroka global que pronto puede generar terroristas full time es absolutamente insensata”
Quienes sí son tajantemente contrarios a la asociación entre violencia y movimiento antiglobalizador, considerando a éste en parte responsable del eco y la profusión de las acciones de los grupos minoritarios, son Hermann Tertsch y Claudio Magris. Para el primero, en un artículo elocuentemente titulado “Kale borroka global”, la violencia desatada en Génova estaba anunciada, organizada y comprendida de antemano por intelectuales antiglobalizadores; muchas asociaciones sabían que su presencia en Génova iba a ser utilizada para una orgía de violencia contra una reunión de responsables democráticamente elegidos a los que esa minoría de “grupos de terrorismo de baja intensidad –de momento-” no quería exponer sus opiniones sino agredir y, por tanto, aquéllos “tienen parte de la responsabilidad de lo que ocurra"; finalmente, y lo más grave, es que “la simpatía y la cobertura logística, informativa e ideológica que tantos están dando últimamente a esta nueva generación de kale borroka global que pronto puede generar terroristas full time es absolutamente insensata” (El País, 22-7-2001).
No debe ser casualidad que Claudio Magris coincida con Tertsch, ambos son buenos conocedores de la Europa central y su vertiginosa historia, sobre todo de la época de entreguerras. Para Magris “las discusiones sobre los hechos acaecidos en Génova (...) revelan una tendencia generalizada a considerar aceptable –o incluso encomiable- un cierto grado de violencia y de violaciones de la Ley a las que ya nos hemos acostumbrado”; reconoce que “se puede replicar, acertadamente, que no existe sólo la violencia de la calle, sino también aquella otra violencia tácitamente ejercida por los regímenes, por los gobiernos y por los que detentan poder social”, pero ante este hecho hay que optar o por el terrorismo, “al considerar que se vive en un régimen democrático sólo de fachada (...) que no puede ser reformado” o por la vía reformista, “como obviamente creo que se debe pensar” aceptando “que vivimos en un sistema que, a pesar de sus lagunas, permite una sustancial democracia y, por tanto, puede y debe ser corregido sólo democráticamente (...) dentro del marco del respeto a la Ley” (El Mundo, 27-7-2001).
Tertsch establece cierta relación de responsabilidad entre el conjunto del movimiento globalizador y el ejercicio de la violencia, pero lo hace desde el punto de vista de la coincidencia, del consentimiento o pasividad de aquél, mientras que otros dos autores dan un paso más, uno corto y otro más largo y estremecedor. El primero es Joseph Ramoneda, para quien el diagnóstico no entraña un gran problema a la luz del pasado: “...el problema de fondo –fácil de verificar históricamente- es que las enmiendas a la totalidad difícilmente escapan a la tentación de la violencia. Siempre que se ha querido saltar por encima de las rugosidades y contradicciones de la sociedad, siempre que se ha considerado que había que destruir un sistema entero para construir, por fin, el mundo mejor, se ha acabado acudiendo a la violencia” (El País, Cataluña, 24-7-2001).
Contestación del historiador Niall Ferguson a la idea de que el aburrimiento puede ser fuente de conflicto: “Bertrand Russell dijo en una ocasión que la mayoría de las desgracias de la humanidad se pueden atribuir al aburrimiento. El estallido de la I Guerra Mundial fue bien recibido por muchos, porque la paz se había vuelto aburrida. Todos los hombres jóvenes tienen que decidirse entre el kalaschnikov y un Toshiba. Y nosotros, los historiadores, tenemos que recordar que, aunque es posible que la violencia sea emocionante, estar muerto es lo más aburrido por antonomasia”
La otra interpretación, de Andrés Montero Gómez, muy interesante por su rigor y objetividad, vincula el carácter del movimiento globalizador directamente con la violencia. Insistimos en que está lejos de la postura abrupta de la derecha más conservadora, representada por un Jiménez Losantos que identifica, sin más, a los alternativos con el terrorismo y con la “nostalgia totalitaria” (Libertad Digital, chat con Federico Jiménez Losantos, 25-7-2001).
Andrés Montero Gómez considera que no es extraño que la violencia sea “un componente esencial tanto en el devenir de cada manifestación com en la imagen pública que está asociándose al movimiento antiglobalización”, pues éste tiene las características perfectas para que aquélla encuentre nutriente: “En efecto, el poso ideológico de confrontación contra el sistema económico -columna vertebral de la sociedad actual- sobre el que se ha construido el movimiento antiglobalización, por un lado, y su naturaleza de utopía idealista, por otro, constituyen un caldo de cultivo potencialmente muy fructífero para la canalización de expresiones violentas. La oposición a los elementos de globalización económica y liberalización de los mercados y el capital, instrumentalizados como causas de los desequilibrios sociales e incluidos así en el substrato ideológico de los movimientos de protesta, se materializa en una conducta de acción alejada necesariamente de la búsqueda de consenso o negociación con la parte enfrentada debido a que las posiciones de partida son utópicas: transmutar el sistema. A ese tenor, la conducta de confrontación para la consecución de expectativas irracionales de baja probabilidad de logro, se traducen en el movimiento de protesta en la emergencia de un sentido de la identidad de grupo radicado en la acción por sí misma. La personalidad de oposición al sistema confiere al colectivo que adopta tal identidad una dinámica de actividad que se autoalimenta sin encontrar un factor de ajuste exógeno que module esa actividad, puesto que las circunstancias externas al grupo siempre serán evaluadas como negativas. (...) Estos núcleos violentos, adheridos y parásitos del conglomerado antiglobalización, aprovechan el nutriente ideológico del movimiento para justificar en modo defensivo la violencia, es decir, atribuyendo al sistema la cualidad de agresor de minorías y de gestor del desequilibrio social” (Andrés Montero Gómez, “La violencia antisistema”, El Correo, 22-7-2001).
***
A la pregunta de un periodista al historiador británico Niall Ferguson sobre si “¿no podría ser que los hombres encontraran aburrido un mundo desideologizado y que pidieran discusiones en las que pudieran manifestar las miserias de su vida cotidiana?”, aquél contesta de que estaba seguro de que ese peligro existe, añadiendo: “Bertrand Russell dijo en una ocasión que la mayoría de las desgracias de la humanidad se pueden atribuir al aburrimiento. El estallido de la I Guerra Mundial fue bien recibido por muchos, porque la paz se había vuelto aburrida. Todos los hombres jóvenes tienen que decidirse entre el kalaschnikov y un Toshiba. Y nosotros, los historiadores, tenemos que recordar que, aunque es posible que la violencia sea emocionante, estar muerto es lo más aburrido por antonomasia” (ABC, 22-7-2001).