Juan Antonio González Fuentes
Decididamente los españoles somos los reyes del surrealismo, es decir, de superar bien por arriba o bien por abajo la realidad. Nos la saltamos haciendo unas piruetas increíbles, y somos capaces de logros impensables para otras mentalidades, para otras formas de estar y ser en el mundo.
En las últimas semanas he podido disfrutar de algunos ejemplos de lo dicho que fluctúan entre lo conmovedor y casi lo decididamente absurdo. De alguno de ellos escribiré más adelante, pero hoy, leyendo la prensa diaria, ha llamado mi atención otro ejemplo impagable de esta forma surrealista de ser español, de comportarse como español por los mundos todos.
El presente caso lo protagoniza un conocido actor de cine, el señor Javier Bardem, cabeza internacional y muy visible de una familia española decididamente surrealista, buñuelesca, felliniana..., pónganse los adjetivos que se quieran que encajen de alguna forma con el perfil. El señor Bardem en la actualidad desarrolla su trabajo en los EE.UU de América de forma brillante, actuando bajo las órdenes de cineastas de la categoría y trayectoria de Woody Allen, Milos Forman, o los hermanos Cohen, y parece no haber tenido excesivos problemas para integrarse en el sistema creativo y cinematográfico del mencionado país, actual superpotencia imperial e imperialista, como él quiere subrayar de vez en cuando, sobre todo fuera de las fronteras de la mencionada potencia.
Pues bien, el señor Bardem, actor insigne, como artista parece no tener reparos en trabajar en la zona dólar del mundo, zona en la que la libertad de opinión, ideas y actuaciones parece bastante bien lubricada, al menos en comparación con otras zonas y geografías del mundo en las que dicha libertad está bastante más restringida.
Javier Bardem interpretando a Reynaldo Arenas en la película Antes de que anochezca
El señor Bardem, como ciudadano, que no como actor, no parece sin embargo en exceso contento con el sistema de ideas y conceptos en el que vive y trabaja (el occidental, el nacido de la herencia grecolatina y cristiana, el de economía capitalista), y se declara proclive cada vez que puede a otros sistemas a los que denomina más “progresistas”.
Su última actuación en este sentido, la de eminente carácter surrealista, es la de viajar a Cuba y declarar en el periódico del partido único, el comunista, que a los señores Bush, Blair y Aznar habría que juzgarlos por “crímenes de guerra”. Sí, tiene gracia la cosa. El ciudadano Bardem, candidato al Oscar de Hollywood por su magnífica interpretación de un poeta homosexual cubano (Reynaldo Arenas) que fue perseguido y humillado de forma inmisericorde por la dictadura castrista y tuvo que morir en el exilio norteamericano, no tiene ningún inconveniente en visitar puntualmente la Cuba del tristemente longevo dictador Fidel Castro, y una vez en ella, pedir cárcel y persecución para tres dirigentes políticos occidentales elegidos democráticamente por sus respectivos pueblos: el norteamericano, el inglés y el español.
Sin embargo, no tiene los mismos redaños para ir a Cuba (sabiendo lo que sabe del país después de su estupenda interpretación) y declarar en el medio del partido único a favor de la libertad en la isla, de la aplicación de los derechos humanos para sus ciudadanos, de la salida de la cárcel de los poetas y escritores que piensan y escriben contra el régimen...
El actor Bardem trabaja ahora en Hollywood y cobra, bien supongo, en dólares americanos. El actor Bardem ha estado nominado al Óscar por representar el drama vital y existencial de un estupendo poeta cubano perseguido por la dictadura castrista. El ciudadano Bardem goza de las libertades y derechos que le proporcionan en occidente las ideas y principios representados (para bien y para mal) por los señores Bush, Blair y Aznar. El señor Bardem ejerce su legítimo derecho a la crítica y a la libertad de expresión para cargar cuando le place contra los países y sistemas que le permiten dicha libertad. El señor Bardem pide la intervención de la justicia internacional contra tres dirigentes democráticos a los que califica como “criminales”, y lo hace en una isla gobernada durante décadas por un dictador comunista que se pasa por el forro de sus caprichos los Derechos Humanos todos, que persigue a los homosexuales, que encarcela poetas y periodistas, que tortura..., y que ha provocado el exilio masivo de miles y miles de sus conciudadanos. Pero ante el dictador Fidel Castro y su régimen absolutista de terror, el actor y ciudadano Bardem se la envaina, se calla como un muerto, se baja los pantalones como un cobarde, mira hacia otro lado, pone cara de gilipollas y todo lo justifica desde la imbecilidad innata de su “progresismo” de chiste y manual polvoriento.
Me repugna la abierta cobardía del ciudadano Javier Bardem, el uso continuo de su doble tabla de medir, su cultivada miopía conceptual, se mala fe, su ignorancia gratuita y prepotente. Pero dejemos al actor Javier Bardem siendo portada de las revistas de moda norteamericanas posando vestido de Armani, y dejémosle también viajando a la vez a la Cuba de Castro para pedir que Bush sea juzgado por criminal. Insisto, es surrealismo puro y duro. Lo que no me puedo quitar de la cabeza es qué pensaría si aún viviese el poeta Reynaldo Arenas de toda esta historia y del actor que se metió en su piel para acabar bajándose indignamente los pantalones ante Castro y sus secuaces del diario Gramma.
NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.