Para que esta sucesión de hechos tenga efectos permanentes, debería
adoptarse una
política
industrial –cancelada hace cuatro o cinco lustros– que
promueva la formación de cadenas productivas, de suerte que las empresas
medianas y pequeñas se abastezcan unas a otras de insumos y productos
intermedios y abastecieran a las grandes empresas exportadoras en condiciones
competitivas de calidad y precio.
Esto, a su vez, debería ser respaldado
por un programa nacional de desarrollo científico y tecnológico, vinculado a las
políticas económica y educativa. No es fácil, porque los nuevos conocimientos
tienen valor en el mercado, pero es posible a través de convenios de cooperación
que definan la distribución del esfuerzo y de las utilidades.
Otro
elemento esencial es la reconstitución de las instituciones públicas de fomento,
porque la economía no se moverá mientras el dinero de los depositantes se
destine a créditos al consumo e hipotecarios. El Estado debería crear bancos de
fomento agrícola, industrial y de servicios que atiendan un mercado que la banca
privada no aprovecha: las empresas productivas.
La educación debe adquirir en México
el rango de una gran cruzada nacional y esa sólo puede ser convocada por el
presidente de la República, cabeza del
Estado
El crecimiento de la producción y el
empleo mejoraría la calidad de vida de grupos muy amplios de población y crearía
alternativas
reales de futuro para los jóvenes que ahora no tienen más
opción que la informalidad, la emigración a o el crimen.
Entendamos que
si la economía formal y la educación superior rechaza a los jóvenes, éstos no
pueden compartir los valores que están en la base de nuestra convivencia social.
Es por lo menos iluso esperar que los jóvenes y, en general, los marginados,
acaten las leyes de una sociedad que los excluye y que sean respetuosos y
solidarios con ella.
Urge revertir la autodestrucción en que estamos
atrapados antes de que se produzca una catástrofe social de dimensión nacional.
El primer paso es contar con un sistema educativo que dote a los niños y jóvenes
de los conocimientos que requieren para vivir en el siglo XXI y les infunda los
valores cívicos que nos dan identidad y sentido de nación, Ello, claro, a
condición de que cambiemos, y pronto, su realidad inmediata: la familia y la
vida comunitaria que están en proceso de descomposición.
La educación
debe adquirir en México el rango de una gran cruzada nacional y esa sólo puede
ser convocada por el presidente de la República, cabeza del Estado. No lo hará
el presidente Calderón porque él ya articuló su gobierno en torno al
combate
directo al crimen organizado y no piensa rectificar
sus objetivos
ni su estrategia.
La convocatoria nacional tendría que
hacerla un presidente que surja de un proceso electoral menos turbio que el de
2006 y logre una ventaja estadísticamente representativa sobre sus
contendientes. Eso le daría credibilidad, apoyo social y fuerza política
suficientes
La convocatoria nacional tendría
que hacerla un presidente que surja de un proceso electoral menos turbio que el
de 2006 y logre una ventaja estadísticamente representativa sobre sus
contendientes. Eso le daría credibilidad, apoyo social y fuerza política
suficientes para llamar a la sociedad, a los partidos y organizaciones a la
cruzada por la educación y hacer los acuerdos políticos que fueran necesarios.
Un primer acuerdo debería apartar a la educación de las
disputas
político-electorales, no porque educar no sea una tarea
esencialmente política, que lo es, sino porque es función toral del Estado y no
puede abdicar de ella a favor de grupos porque eso, como lo demuestran los
hechos, degrada la educación y la inhabilita como recurso de la sociedad para el
cambio transgeneracional.
¿Cómo poner a la educación a salvo de los
conflictos electorales?
Una opción sería una especie de “quinazo”
incruento pero firme, que no se limite a cambiar a un liderazgo sindical por
otro, sino que, desde la cúspide del poder, restituya al Estado la potestad para
definir la política educativa y administrar la educación.
Será
necesario, además, un programa de capacitación que prepare a los maestros para
trabajar con nuevos planes y programas de estudio y los concientice de su
compromiso con el pueblo del que proceden y al que se deben.
El SNTE y
la CNTE tienen un gran poder de chantaje porque son fábricas de votos y motines.
Participarán en las elecciones federales de 2012 y exigirán privilegios, pero si
el futuro presidente de la República quiere rescatar la educación para la
nación, desarticulará el chantaje con la fuerza unida del resto de la sociedad y
sus organizaciones en torno a la cruzada por la educación. El Estado es más
fuerte que esos grupos de presión.