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Roderick MacFarquhar y Michael Schoenhals: <i>La revolución cultural china</i> (Crítica, 2009)

Roderick MacFarquhar y Michael Schoenhals: La revolución cultural china (Crítica, 2009)

    TÍTULO
La revolución cultural china

    AUTORES
Roderick MacFarquhar y Michael Schoenhals

    EDITORIAL
Crítica

    TRADUCCCION
Ander Permanyer y David Martínez-Robles

    OTROS DATOS
Barcelona, 2009. 944 páginas. 45 €



Roderick MacFarquhar es Leroy B. Williams Professor de historia y ciencias políticas y director del centro Fairbank de estudios del este asiático de la Universidad de Harvard

Roderick MacFarquhar es Leroy B. Williams Professor de historia y ciencias políticas y director del centro Fairbank de estudios del este asiático de la Universidad de Harvard

Michael Schoenhals es profesor de chino en la Universidad de Lund, Suecia.

Michael Schoenhals es profesor de chino en la Universidad de Lund, Suecia.


Reseñas de libros/No ficción
Roderick MacFarquhar y Michael Schoenhals: La revolución cultural china (Crítica, 2009)
Por Andrea Donofrio, lunes, 2 de noviembre de 2009
La revolución cultural china representa uno de los acontecimientos más importantes, extraordinarios y terribles del siglo XX. Sin embargo, a unas décadas de su conclusión, sigue constituyendo un evento poco conocido, dominando sobre el tema numerosos lugares comunes e ideas pre-confeccionadas: la mayoría de las veces se infravalora su importancia, creyendo que fueron sólo años de terror, destrucción, muerte y fanatismo. No obstante, fue algo más y su conocimiento, paradójicamente, resulta fundamental para poder comprender las bases políticas, económicas y culturales de la China actual. En su fracaso, se crearon los gérmenes del posterior rápido desarrollo chino ya que, en la práctica, la revolución en sí misma fue un desastre tan enorme que provocó una revolución cultural aún más profunda, precisamente aquella que Mao Tse Tung pretendía frustrar. Por lo tanto, la compresión de la revolución cultural, sus imborrables huellas, sus consecuencias, constituyen un capitulo fundamental para entender el desarrollo histórico y la actual geopolítica del gigante asiático.
El libro de Roderick MacFarquhar y Michael Schoenhals nos cuenta una historia fascinante, de juegos de poder y luchas personales, en una obra de dimensión épica, que se sitúa entre un manual de historia y un ensayo crítico. A pesar de que el texto pueda ser inscrito en el abundante y actual filón de libros sobre China, posee el gran mérito de aportar algo novedoso sobre un tema relativamente oscuro, muchas veces tratado de forma superficial o condicionado por los estereotipos negativos. El resultado es un óptimo ensayo histórico, un apreciable testimonio, repletos de detalles interesantes, profundo y bien documentado (aunque a veces el lector se pueda perder entre la numerosa cantidad de nombres presentes).

Pese a la gran fascinación por el evento, fundamental para comprender la vida del Gran Timonel, pocos saben qué fue realmente la revolución cultural china, moviéndose entre visiones entusiastas del fenómeno (“esperanza para los pueblos del Tercer Mundo”, vía maestra de redención según varios intelectuales del Occidente) y ásperas críticas por su violencia y delirio. ¿Qué fue realmente la Revolución Cultural? El libro se propone contestar esta pregunta relatando las fases previas, los elementos desencadenantes de la ola de violencia y el contexto en que se desarrollaron las ideas políticas e “imaginativas” de Mao Tse Tung. A la hora de iniciar la revolución, probablemente Mao no se esperaba tanto fervor, ni tanto desorden, resultado de un creciente descontento social: jóvenes y estudiantes estaban insatisfechos por la falta de perspectiva, la crisis provocada por el “Gran Salto Adelante” y las escasas posibilidades de movilidad social. A inicios de la revolución cultural, finalmente comenzó a florecer la liberación popular y los chinos se tomaron muy en serio el mensaje maoísta de atreverse a pensar, hablar y actuar. Sin embargo, la impresión es que las cosas se le escaparon de las manos a Mao, quien, pese a ser él mismo quien la había lanzado, trató de controlarla sólo en su peor momento.

En 1956 Mao se había preocupado por si él, como había ocurrido con Stalin, podía ser denunciado tras su muerte; en 1964, tenía suficientes motivos para preguntarse si él, como había ocurrido con Kruschev iba a ser defenestrado antes de su muerte

A lo largo del texto, los dos autores explican las razones que guiaron a Mao Tse Tung en tan desastrosa empresa, es decir, su diseño maquiavélico de perpetuarse en el poder costase lo que costase (en termino de vidas, de sacrificios), sin ningún escrúpulo. En 1956 Mao se había preocupado por si él, como había ocurrido con Stalin, podía ser denunciado tras su muerte; en 1964, tenía suficientes motivos para preguntarse si él, como había ocurrido con Kruschev, iba a ser defenestrado antes de su muerte. Así que, como revelan MacFarquhar y Schoenhals, Mao y sus principales aliados, “la banda de los cuatro”, temían que China pudiese seguir el “ejemplo negativo” de la Rusia post Stalin, de Kruschev y de la que se iba a construir después (“Khruschevismo sin Khruschev” como escribió el Diario del Pueblo), que iba desviándose en un modelo soviético de capitalismo de Estado (el “social-imperialismo”) nefasto y peligroso. Pero al mismo tiempo, Mao temía el triunfo de un revisionismo interno, en una sociedad cada vez más dividida y dubitativa sobre los efectivos progresos del país. La posible aniquilación del comunismo se convirtió en la justificación de la revolución cultural.

Por eso, a partir de mayo 1966 (inicio de la revolución), la lealtad a su persona más que a sus políticas, se convirtió en la piedra de toque del sistema. La estrategia de Mao para afianzar su dominio personal queda de manifiesto: aniquilar a sus propios camaradas, manejar hábilmente a unos contra otros y dejar que el terror y la anarquía se apoderasen del estado. Cuando el Gran Timonel vio su poder y su posición personal amenazada por el ascenso político de nuevas figuras, temió verse relegado a un plano secundario, a un papel “simbólico-decorativo” y, entonces, pensó que la mejor defensa sería el ataque. Iniciada en Shanghái (con la misión secreta de su esposa, Jiang Qing, para silenciar a un posible conspirador), la revolución cultural se extendió a Pekín, a otras zonas urbanas y, rápidamente, a toda China, mientras su eco traspasaba las fronteras nacionales y fascinaba a la descontenta juventud occidental. La actuación práctica de la Revolución evidenció que el líder chino contaba con una astucia muy calculadora, una eficiente maquinaria propagandística y un especial talento para generar consensos (y admiraciones) entorno a su actividad política. La aparición del Libro Rojo (de las citas de Mao), que se puede considerar como su obra maestra, representó el arma ideológica, mientras los guardias rojos (casi trece millones de jóvenes revolucionarios vestidos de la misma manera y enarbolando el Libro Rojo) y el uso masivo del terror fueron el brazo de esta Revolución. Una “gran Revolución cultural proletaria” maquillada, que, en apariencia se ponía como objetivo “profundizar las metas revolucionarias del Partido comunista chino”, y que, sin embargo, en la práctica no era más que una capa de barniz extendida sobre el viejo régimen, un telón necesario para velar una más que “vulgar” lucha por el poder. La revolución fue una tragedia para quienes sufrieron sus consecuencias y para aquellos que la desencadenaron, ya que no creó un nuevo orden sino sólo desorden, caos y una polarización social que degeneró en violencia y terror.

El caos, la muerte y el estancamiento de la revolución cultural abrieron el camino a las reformas, favorecieron el deseo de modernización al estilo occidental, intentando un compromiso entre la tradición, la preservación de las antiguas tradiciones, y los cambios necesarios

La revolución cultural fue el intento declarado de Mao de vacunar a su pueblo contra la enfermedad soviética (se cuenta que Mao se había cansado de imitar a los extranjeros y, desde el “Gran Salto Adelante”, buscaba cómo encontrar un camino distintivamente chino). Pero, para los autores, aún más importante fue su último esfuerzo en definir y perpetuar en el mundo moderno una esencia china distintiva. Fue realmente el último coletazo del conservadurismo chino. El caos, la muerte y el estancamiento de la revolución cultural abrieron el camino a las reformas, favorecieron el deseo de modernización al estilo occidental, intentando un compromiso entre la tradición, la preservación de las antiguas tradiciones, y los cambios necesarios (incentivos capitalistas, aceptación de la propiedad privada por la constitución): por eso, la revolución cultural se convirtió también en el momento clave de la economía y la política de la historia china moderna. A partir de este fracaso, China desea situarse en el camino de la riqueza, de la modernización, de la reforma y de la apertura al exterior, arrinconando para siempre el caos de aquellos años.

El libro pone de manifiesto cómo Mao encarna al mismo tiempo al artífice de la gran pesadilla que tuvieron que vivir los chinos en aquellos años y la sucesiva gran transformación sociopolítica. Pese a que millones de chinos siguen viviendo en condiciones de extrema pobreza, hoy en día China se presenta como una gran potencia económica y un imprescindible interlocutor diplomático y actor geopolítico. Sin embargo, es evidente que los contrastes y las contradicciones, profundizados a lo largo de la revolución cultural, siguen vigentes: del aumento de su prosperidad económica siguen beneficiándose pocos, mientras el partido comunista, firme al mando del país y con el control del poder, condiciona la forma mentis del pueblo y muestra constantemente su dificultad para gobernar una vasta, inquieta y cada vez más sofisticada población.

Concluyendo, a lo largo del libro se percibe la idea de que la revolución cultural representó realmente uno de los momentos claves de la historia de la República Popular China. Una conclusión muy común reza: sin la revolución cultural, no habrían existido las reformas económicas, llegando a considerar las numerosas vidas sacrificadas como conditio sine qua non para hacer de China una gran potencia económica. De hecho, el resultado de este fracaso fue la creación de un nuevo orden, que, hoy en día, está definido por sus progenitores como “socialismo de características chinas” y por los observadores occidentales como “leninismo de mercado” u otro neologismo. Así pues, una de las observaciones favoritas de Mao, “de las cosa malas pueden salir cosas buenas”, podría aplicarse a la revolución cultural: una época terrible, pero de la que ha emergido una China más sana, próspera y, auguramos para el futuro, democrática.
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