En una presentación de aquel libro, Jesús Pardo dijo medio en broma, medio en serio que durante su juventud escribía páginas y más páginas de poemas para calmar su mala conciencia porque se le resistía lo que su tempranísima vocación literaria le demandaba perentoriamente: la novela. JP necesitó sobrepasar la cincuentena para publicar su primera novela y saberse escritor, como tan gráficamente, “Ego, Scriptor”, nos cuenta en la segunda parte de sus memorias. Henos aquí, por gracia de la proverbial sinceridad de este escritor, con una singular definición del oficio de poeta: “poeta: dícese de aquél que, al no lograr escribir las novelas con que sueña, decide escribir poesía para poder seguir sintiéndose escritor”. De interpretar esto al pie de la letra, habría que calificar los libros de poesía de Jesús Pardo, la citada Antología final, selección de sus dos libros publicados hasta entonces: Presente Vindicativo/Estrictamente Epidérmico y Faz en las Fauces del Tiempo, y Gradus Ad Mortem, como mera parerga de su afán obsesivo, la novela. Pero, como podrán juzgar los lectores de sus poemas, esto no es así, ni muchísimo menos. Sus temas más frecuentados: la usura del tiempo y sus estragos, la muerte, a la que ha consagrado su Gradus Ad Mortem, la evocación de un Sardinero-Santander indeleblemente impreso en sus neuronas y que ha informado su sensibilidad; meditaciones sobre personajes que dan cauce a su pasión perenne por la historia, especialmente de la Antigüedad.
El iceberg poético de Jesús Pardo no se ha limitado a esta breve pero esencial obra poética publicada. Su biblioteca, su memoria, sus referencias literarias, su ritmo de escritura, sus hallazgos léxicos y sintácticos son tributarios de una lectura extensa, intensa y profundísima de poesía en todas las lenguas de cultura de occidente. Una lectura siempre en lengua original, en cualquiera de los quince idiomas que conoce –hasta donde yo sé, pues creo que anda en tratos con lenguas como el swahili y el samoano-. Desde los clásicos griegos y latinos a la primitiva épica islandesa; desde su Dante, frecuentado cotidianamente desde hace más de cincuenta años, a su alter ego en la literatura de Occidente: Ezra Pound; de los clásicos de la literatura rumana, como Mihai Eminescu, al universo poético de las lenguas de Escandinavia: sueco, noruego, danés, también finés.
Una pasión inagotable por la lectura que ha tenido el corolario de un quehacer traductor que a su vez nos ha franqueado a muchos lectores la lectura de poetas –y también narradores- de las lenguas que constituyen la columna dorsal y el tejido nervioso de la cultura europea. Esta labor, ha sido merecedora en 1994 del Premio Nacional de Traducción de Finlandia, pero no, paradójicamente, del Premio Nacional de Traducción de nuestro país, cuya lengua ha enriquecido tanto con sus traducciones.