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Hugo Chávez

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Carlos Malamud es profesor Titular de Historia de América Latina de la UNED e investigador principal del Real Instituto Elcano

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Simón Bolívar

Simón Bolívar

Teodoro Petkoff

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Luis Inácio Lula da Silva

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Análisis/Política y sociedad latinoamericana
Bolívar y la democracia latinoamericana
Por Carlos Malamud, miércoles, 28 de febrero de 2007
Con la entrada en vigor de la ley habilitante el comandante Hugo Chávez ha visto como sus poderes personales salían reforzados en detrimento de las instituciones democráticas del país. Mientras tanto, en el resto del continente muchos son los que prefieren mirar para otro lado y torear, como puedan, a semejante problema. Un vozarrón henchido de petróleo se hace oír, de momento, en toda la región, con el beneplácito elocuente de quienes se ven representados por el movimiento bolivariano.
A poco de llegar al poder, el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, manifestó que Dios era el supremo comandante del país, seguido por Simón Bolívar y él en tercer lugar. Eran los tiempos en que desde Washington y otros lugares del planeta se decía “hay que mirar lo que Chávez hace y no lo que Chávez dice”. Para algunos adictos a la magia se podía pensar que estábamos ante un gran acto de prestidigitación, y que de tanto mirar la chistera, la bella y joven ayudante del mago, la democracia venezolana, iba desapareciendo. Al final de la historia, y por tanto mirar lo que hacía y no lo que decía, nos fuimos enterando que la democracia representativa entregó su lugar a su bastarda prima lejana, la que se reclama participativa pero que en realidad tiene poco de democracia.

La redacción de la nueva Constitución venezolana, el muchachito como se la conoció entonces, ya comenzó a subvertir el orden tradicional de los tres poderes del Estado. Para hacerlo se creó un cuarto poder, teóricamente el de los ciudadanos, el del control de todas las instituciones, que actualmente resumen claramente los seguidores del caudillo con el contundente eslogan de “ordene mi comandante”. Hoy por hoy, nos encontramos con un poder judicial subordinado al mando supremo de la nación y lo mismo, pero todavía más agravado, se puede leer con respecto al poder electoral. Basta recordar la identidad del actual vicepresidente y su antigua filiación como miembro del más alto tribunal electoral del país. Con respecto a la judicatura basta ver algunas de las condenas impuestas recientemente, como especialmente ha sucedido con la desorbitada multa impuesta a la publicación opositora Tal Cual, dirigida por Teodoro Petkoff.
En Venezuela, y en América Latina, estamos asistiendo al viejo y manido debate de los medios y los fines

Con todo, lo más lamentable, es lo que ocurre con el poder legislativo, que de tanto obedecer se ha autoinmolado y hoy ni cumple con las funciones legislativas que deberían serles propias ni con las funciones de controlar al poder ejecutivo. Como consecuencia de ello, durante un año y medio Chávez gobernará con plenos poderes y sin la lentitud de los trámites engorrosos que supone el paso de los proyectos de leyes por el Parlamento.

En Venezuela, y en América Latina, estamos asistiendo al viejo y manido debate de los medios y los fines. Para Chávez los fines son los que cuentan y los medios rituales de las democracias, que permiten la convivencia social y el impulso de sólidos proyectos a largo plazo, son un gran estorbo para llegar a las metas propuestas. Desde esta perspectiva son clamorosos algunos de los silencios de sus defensores latinoamericanos y europeos frente a algunos puntos, como el dirigir un gobierno bien nutrido de militares, como su insistencia en la carrera armamentística y su defensa del conservador régimen iraní, como su apoyo de la energía nuclear, o tantas otras cosas que contradicen palmariamente su discurso en pro del socialismo del siglo XXI.

Es difícil discernir cuál es la maldición latinoamericana, pero en muchos países estamos frente a un claro retroceso institucional. El desprecio por las instituciones demostrado por quienes son los más fieles aliados del proyecto bolivariano comienza a ser cada vez más preocupante. Por eso, no está de más preguntarse otra vez acerca del rumbo que seguirá la democracia de América Latina. Es verdad que la voz de Lula fue clara en su rechazo del autoritarismo, pero de momento son pocos los que en la región están dispuestos a señalar las deficiencias de un régimen que cada vez tiene una deriva autoritaria tan marcada, algunos por que le venden bonos, otros porque reciben su petróleo y casi todos porque temen a parte de sus electorados que están sentimentalmente con el heredero de Bolívar.
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