A UNA NIÑA TRISTE
Has perdido el color
y la falda resbala
en tu cintura.
Tus ojos verde mar
brillaban con la luz de su mirada.
Hoy se empañan sólo de pensar en él.
A UNA MADRE
No sé
qué sentirás
cuando se alejen
y sus rostros de mágica mirada
se
vayan enlazados con el viento.
No sé qué sentirás
cuando esos ojos
suyos,
transparentes,
se nublen y se empañen,
olviden…, o no
olviden,
con el andar del tiempo.
No sé qué sentirás
cuando sus
tiernos cuerpos
se estremezcan en la noche
buscando tu mirada
y se
duerman llorando amargamente.
¡No sé qué sentirás…!
¡Miento!,
porque este nudo que siento
en la garganta,
tú lo tendrás perenne,
pues son los hijos que pariste
y se te escapan.
MIRAR ARCILA
A Francisca Robledo, mi abuela. Sentada en el branquil
muy de mañana,
el huso entre los dedos
refilabas.
La mirada
lejana,
muy lejana…
perdiéndose en el mar,
siendo romero.
¿Dónde
está Arcila?
Tu amor se fue…
tras los amores nuevos.
PARA
JOSÉ ANTONIO LABORDETA
La noche iluminada por notas musicales,
reflejos que abrillantan sonidos de tu voz.
Se han colgado corcheas
que lucen las estrellas
con rayos que descienden e inundan de canción.
Y llorarán por tí las aguas de los ríos.
Recordarán las cumbres el
eco de tu voz.
Los árboles anidan fermentos de tu aliento
y el Pueblo
llano y noble solloza con tu adiós.
ALBERTO HERNÁNDEZ (pintor)
Sobriedad en el quehacer.
Firme postura que ha cuajado
en la
fuerza de tus huesos.
Tus palabras albergan voz profunda
como las
caudalosas aguas de tu Duero.
Mirada audaz, penetrante, profunda…
coloreando el blanco de los lienzos.
El alma queda ahí,
petrificada, quieta,
descubriendo tu pintura.
Espejo y luz de un
corazón abierto.
“ODIO”
Odiar a un cuadro
o simplemente
a un vaso,
a una estación de metro,
a unos zapatos nuevos…
Está
claro que el odio
se ha de incrustar en algo.
A ese semáforo que siempre
encuentras rojo,
al guardia de azul que te ha multado,
a ese niño pesado
del vecino
que juega a la pelota en el terrado.
A ése familiar insulso y
tonto
que en nada se parece
al amigo que buscas.
A ésa dependienta
de la panadería
que en vez de despachar, parece que agoniza.
Está claro
que el odio
se ha de incrustar en algo.
Lo malo es si el odio
se
te hace insoportable.
Yo no sé hasta qué punto “odiar”
es bueno o malo.
Sólo sé que en el fondo
todos odiamos algo.
RABIA
¡Sangra!
para ver si de una vez
se limpia tanta inmundicia.
Sájate el divieso
de cuya materia enfebreces.
Lávate en el río del
amor,
manantial yodado,
desinfectante único
de tus cobardías.
SUBURBIO
En la calle donde todo asoma,
donde el asfalto
rechina y se enmohece,
donde el viento descubre las ventanas
y se
adentra en los recintos
que babean de vino y de cubatas.
Están los
suelos flácidos de sueños,
y las gentes enojadas de injusticias
con las
sienes canosas de hermetismo.
Calle rota y deshecha,
encadenada calle a
mi destino.
Penumbra, ciénaga, erosión del silencio
que bulle, que
hierve a borbotones,
que destroza.
ATERIDA
Esas flores
se han cubierto de escarcha
Oprimiendo su aliento.
Ateridas se han
rendido,
han unido su frío con mi frío.
AYER (Juego poético)
Rabiosa ha estallado la distancia
queriéndose acercar
al fuego
destilado,
buscando la techumbre del amor,
rociando de perfumes el
asfalto.
Has llegado a tu siglo
bello manto de estrellas desgranado,
manteniendo en el crisol
de aquél recuerdo
el sabor de antaño.
FINITUD
El desequilibrio de la vida,
reto feroz que
recoge la muerte.
Se acaba la soberbia,
el orgullo,
la malicia que
hiere
como un dardo.
Nadie contó su viaje,
ni si ha pasado frío
en su frágil andamio.
Desintegrada quedó la carne,
deshecho el
hueso,
desencajada y yerta la mirada.
Nota de la Redacción: agradecemos a
Ediciones
Carena en la persona de su director,
José
Membrive, la gentileza por permitir la publicación de
estos poemas del libro de
Milagros Martín Carreras,
Descubriendo mi
tiempo (Carena, 2010), en
Ojos de
Papel.